Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

La vida sigue, trasciende


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La Pascua es un tiempo privilegiado para sopesar y valorar el sentido real de la vida, pero sobre todo para descubrir la novedad, siempre nueva, de la Resurrección de Jesús y su efecto en la vida de cada uno.



Recientemente una plataforma de contenidos en streaming, concluía la temporada de una miniserie sobre un accidente aéreo en el que hay un único sobreviviente; un jovencito llamado Edward, y cómo a partir de éste se entrecruzan la experiencia de los personajes familiares cercanos de los fallecidos.

¿Cómo vivir el dolor?

De la historia destacan varios aspectos. Aunque es una trama sencilla, lo primero que emerge es la vivencia del duelo y del dolor, la necesidad de cerrar etapas y ciclos, y poder reconocer que la vida sigue. Cómo como diría el papa Francisco, — el tiempo es superior al espacio—, por lo que cada amanecer es una nueva oportunidad que se abre.

Sin embargo, la historia no es únicamente sobre el duelo, es sobre el compañerismo, la amistad, la hermandad, cómo el dolor y el duelo puede unir a los personajes que solo deben ayudarse mutuamente para sobrellevar la situación.

Personajes claves como Dee Dee, una viuda que descubre que su esposo tenía una doble vida, y que a pesar de esa difícil vivencia, decide ser el elemento de encuentro, del abrazo, de poner el hombro, de querer ayudar y dar, más allá de su propio dolor.

La serie habla de la búsqueda, pero también desde quiénes siempre encuentran la manera de hacer que la vida continúe, en la normalidad, en la cotidianidad, en las cosas sencillas y ordinarias.

Y todo esto, en un grupo de autoayuda que se reúne en el sótano de una Iglesia. Si, aunque sea un argumento secundario y de poca importancia, la Iglesia debe ser ése lugar de vida, de encuentro, de soporte frente al dolor; se sea cristiano, católico o no. En ese sótano, estaban todos, se encontraron todos, se cobijaron todos.

La historia, desde el sótano de una parroquia, en un mundo en el que cualquier cosa que suene a iglesia o religión debe ser rechazada, o al menos tomada a menos.

¡Es Pascua!

Por eso, una forma de vivir el misterio de la Pascua es reconocer el don de la vida, de la novedad que trae Jesús, de la compañía y hermandad que se desprende de su Resurrección, de la victoria sobre el mal y la muerte.

El tiempo de saber que si estamos en duelo podemos pasar a la vida, y de que si no sentimos el dinamismo vivificante del resucitado, podemos reconocer en sus llagas, el dolor de nuestras penas. No estamos solos con las cargas.

El tiempo de ver que Dios nos ama, que es vida, y nos entrega, con su vida, la vida que no se acaba, la vida de la gracia, de las cosas buenas, de las cosas nuevas, de la risa sobre el llanto, de la alegría sobre el luto, de la hermandad sobre la enemistad.

¡Feliz Pascua, el Señor ha resucitado, y nosotros con él!


Por Rixio G Portillo R.. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey