La puerta de la Navidad


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De los muchos textos que ha dejado para la reflexión José Luis Martín Descalzo, hay uno al que es bueno regresar cada tanto, especialmente en tiempos de Navidad. Es un recuerdo de viaje, el relato de un sentimiento que lo sobresalta ante la Basílica de la Natividad en Tierra Santa.

“Si yo tuviera que elegir –dice José Luis– uno solo entre los recuerdos de la ciudad de Belén, que he tenido la fortuna de visitar dos veces, sé que me quedaría, sin vacilar, con el de aquella puertecilla de entrada a la Basílica de la Natividad, aquella puerta de sólo un metro veinte de altura por la que sólo los niños podían entrar sin agacharse. Recuerdo que, a mi lado, el guía franciscano explicaba que esa entrada se hizo así en la Edad Media para evitar que los jenízaros pudieran penetrar en el templo a caballo, aterrando y descabezando a los fieles en oración. Pero yo no le oía. Estaba descubriendo en mi interior otra razón más alta: que a Dios sólo se puede llegar de dos maneras: o siendo niño o agachándose mucho.”

La Navidad la entienden los niños, mejor dicho, al pesebre lo entienden los niños. Por eso resulta tan penoso observar cómo la imagen del Niño, María y José, con el burro y la vaca, los pastores y angelitos, lentamente pero sin pausa va desapareciendo. En su lugar hay duendes, estrellas de colores, arbolitos de plástico con luces.

En su Evangelio Lucas dice: “El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.” (Lc 3, 1-6) ¿Por qué esa lista de nombres, fechas y lugares para nosotros extraños y lejanos? Porque ese texto está escrito en primer lugar para los griegos y, como es sabido, la cultura griega estaba poblada de historias de dioses, mitos, relatos y fábulas que pretendían explicar el origen del mundo y los dramas de los hombres. La mitología griega ha llegado hasta nosotros con narraciones cargadas de los simbolismos con los que se intentaba entender el misterio humano.

Todos esos nombres y datos que detalla Lucas son para decir que los relatos evangélicos no son un mito más; que las personas y acontecimientos de los que se habla son reales e históricos, son acontecimientos ocurridos en un tiempo y en un lugar concretos.

 Tiempo y espacio

La Navidad no es un mito, una leyenda, es un hecho: verdaderamente Jesús nació, realmente vivió, predicó, murió y resucitó. Y todo eso ocurrió en un tiempo concreto y en lugares que aún podemos visitar. Los textos de los Evangelios hablan de hechos que cambian la historia de la humanidad; lo que se celebra es algo histórico, no es un sueño. Allí radica su belleza y por eso también se convierten en algo incómodo.

Es urgente recordarlo en este tiempo en el que la figura del pesebre va desapareciendo y, poco a poco, es reemplazada por fábulas y mitos que ni siquiera tienen el contenido y la belleza de los griegos, son solo imágenes vacías de significado. En esta cultura del entretenimiento no se sabe qué hacer con esa imagen poderosa y molesta que muestra simplemente a un niño recién nacido entre animales.

Para celebrar bien la Navidad de estos días no es necesario agacharse ni ser niño, es suficiente una buena billetera. Por eso no es una Navidad de niños, sino de adultos. De adultos que ocultan a los niños la belleza desafiante del pesebre. Las puertas son amplias y bien iluminadas y detrás de ellas no hay ningún misterio, solamente cosas para comprar o tan solo desear.

Pero el pesebre sigue ahí. No se encuentra al entrar por esas puertas de negocios deslumbrantes, se puede ver al salir. Está muy a la vista en ese niño que abre la puerta del taxi. En ese joven sin trabajo que por unas monedas limpia el parabrisas de los coches cargados con regalos que no son para él.

El pesebre se ilumina y despliega su belleza cada vez que alguien se inclina ante su hermano, ante Dios, ante el misterio que habita en su propio corazón. Cada vez que con ojos de niño alguien se maravilla ante la creación. Toda la prepotencia de la sociedad de consumo no puede borrar la realidad: también para este tiempo, un día concreto, entre los pobres nació un Salvador.