La luna en París


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En julio de 1969 asistí a los pasos del primer hombre en la luna. Fue en París, desde el césped de la Ciudad Universitaria, sentada junto a los jóvenes de todo el mundo, mientras vivía mi primera estancia fuera de casa sin mi familia. Todos estábamos emocionados, pero para mí la luna era París, estaba descubriendo en largos paseos que mi luna era la cultura francesa a la que miraba desde mi curso de Civilización en la Sorbona.

Durante ese verano descubrí la antropología y el arte contemporáneo, de los  que no se hablaba en las escuelas y universidades de Milán.

Ocurrió, mientras curioseaba por rue de Seine, que entré en un pequeño local donde se celebraba un acto y me encontré de frente a Picasso, que me invitó a sentir las emociones que desprenden las esculturas de Giacometti y despertó mi interés por visitar el antiguo Musée de l’Homme. Y luego me topé con el arte africano en las pequeñas y polvorientas galerías de la ciudad, el rojo y el azul de la Sainte-Chapelle, la alegría de leer a Kandinsky en Du spirituel dans l’art et dans la peinture en particulier sentada en un banco en los jardines de Luxemburgo.

Se abrió el mundo para mí, un mundo al que luego siempre me he mantenido conectada a través de las lecturas y también a través de amistades personales y contactos profesionales. Cada vez que iba a París, ya fuera por vacaciones, para formar parte de la comisión de tesis de la École des Hautes Études, para una conferencia, siempre parecía abrirse una ventana a un mundo diferente y desafiante.

Como historiadora, he seguido y apreciado todas las sugerencias que nacen de la escuela de los “Annales”, los nuevos métodos de trabajo que tejieron la historia y la antropología, que cambiaron los puntos de vista a través del cuales releer e interpretar el pasado. Esta visión más amplia y completa de la religiosidad, de la vida cotidiana, de las relaciones entre hombres y mujeres, ha sido el hilo conductor en el que me he inspirado en muchas de mis investigaciones.

Como católica, la animada historia intelectual del catolicismo francés me regaló coraje y estímulo para hacer nuevas preguntas a la Iglesia, para tratar de cuestionar los límites y obstáculos que la tradición cristiana encuentra en el mundo contemporáneo. Comenzando con el descubrimiento de mi amada Chateaubriand, que ha cruzado varias veces el umbral Villa Medici. La emoción que siento al leer obras de Teilhard de Chardin o Henri de Lubac, alimenta mi fe y mi conocimiento del cristianismo.

Nunca he tenido ninguna duda en hecho de que solo dentro de la cultura francesa había una confrotación fundamental entre la tradición cristiana y la nueva cultura contemporánea, de la que nacieron obstáculos y juicios, pero también las respuestas que iluminan .

Un antropólogo como Levi-Strauss escribió lo que Levinas llama el libro más ateo del siglo XX, y otro antropólogo francés, René Girard, describió por primera vez con notable agudeza y con motivaciones totalmente seculares, la singularidad absoluta de la religión cristiana.

Como feminista, aprecio el análisis inconformista de filósofas como Sylviane Agacinski, Julia Kristeva, Camille Froidevaux-Metterie, y a menudo me han inspirado por su valor intelectual en la denuncia de los peligros ideológicos que subyacen de la propagación de teorías como el género y de las nueva formas de explotación de la mujer, como los vientres de alquiler.

Al análisis innovador de la relación entre la mujer y la religión del filósofa judío Catherine Chalier, la rabina Delphine Horvilleur, la ortodoxa Elisabeth Behr-Sigel, y, por supuesto, una de las intelectuales católicas más interesantes de nuestro tiempo, Anne-Marie Pelletier, les debo muchos descubrimientos que se han convertido en piezas centrales de mi trabajo intelectual.

Básicamente, mi vida de investigadora se ha realizado siempre desde la conversación y la discusión, fructífera y estimulante, con la cultura francesa.

Pero tengo que lamentar un descuido: la falta de atención por parte de la cultura francesa ante los ensayos italianos. De hecho, mientras que las obras literarias italianas se traducen y son conocidas, los ensayos no está escuchando. Por eso tengo que dar especialmente las gracias por la traducción y el amplio debate que se ha generado en Francia a raíz de mi libro ‘Desde el último banco. Las mujeres en la Iglesia’.

Incluso hoy en día, cuando Francia está viviendo una situación particularmente dramática, ante el peligroso enfrentamiento con los movimientos islámicos radicales, solo en los análisis de los intelectuales franceses o en extranjeros que han encontrado en Francia un lugar de refugio y libertad he hallado explicaciones y respuestas, y a veces sugerencias útilesm para hacer frente a esta emergencia que está afectando a todos los países europeos.