Por qué nuestros hijos no nos escuchan


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¿Por qué nuestros hijos, y en general los jóvenes, no nos escuchan? Desde muchos sitios se están alzando voces que denuncian la interrupción de esa transmisión de saber, valores, enseñanzas y principios morales entre generaciones que siempre ha asegurado un sello moral y cultural en el tejido social. Y naturalmente también de la tradición cristiana: tanto que será el tema central del próximo sínodo.

En el libro ‘Riprendiamoci i nostri figli’, Antonio Polito ha tenido el valor de lanzar una mirada atenta y despiadada al mundo de los jóvenes, que conoce por sus tres hijos de edades muy diversas. Con la justa idea de que antes de decidir actuar, hace falta entender qué está sucediendo, y sobre todo hace falta identificar las fuerzas que están trabajando para alejar a los hijos del proyecto de transmisión que hay en el corazón de cada camino educativo.

dos jóvenes con smartphone teléfono móvil

Es cierto que parte del problema es la pirámide de población invertida, que pone el centro de atención en varias generaciones de adultos poco jóvenes que no conocen la igualdad y nunca han experimentado la fraternidad, porque no tienen hermanos. De ahí deriva la rápida difusión del mal de este siglo, el narcisismo, y esto hace que estemos frente a una generación que muestra una sensibilidad extrema hacia los reproches, porque no está acostumbrada a ser criticada.

La soledad de la familia

Y hoy en día a menudo es solo la familia la que riñe, mientras que hubo un tiempo en el que las reglas de la disciplina eran las mismas en a escuela, en la familia, en la parroquia, en público y en cualquier lugar en el que hubiera adultos vigilando.

Hoy la familia que reprende a sus hijos está sola, porque para ser considerados buenos padres, buenos profesores o buenos sacerdotes es necesario tener la aprobación de los muchachos. Los colegios ya no saben exigir ni obtener compromiso y preparación, precisamente cuando se requiere cierto grado de formación cultural para no quedarse atrapados en la red del trabajo precario. Pero cada vía educativa que impone esfuerzo y dedicación es criticado, y “basta contraponer la búsqueda de la felicidad y la autorrealización a las normas y obligaciones de los estudios, y fin de la partida”, comenta el autor.

Esto se traduce en un trágico empobrecimiento del lenguaje que el uso de Internet transforma en palabras deformadas, en señales y dibujos: El efecto de todo esto es profundo porque, escribe el autor, significa “el rechazo del lenguaje en sí, considerado y visto como una prisión, que viene a ser sustituido por formas de comunicación más intrincadas, más feas, más pobres.” Y en eso se convierten las relaciones, también las amorosas.

Los jóvenes viven y comunican solamente emociones, y reivindican el derecho a una extraordinaria fragilidad emotiva. En todo esto el gran ausente, aparte de la razón y el libre albedrío, es la capacidad de discernimiento: en su universo moral parece que no hay espacio para la responsabilidad individual, porque no hay libertad, solo biología. El dominio del instinto parece prevalecer por encima de todo, por una sobrevaloración de una idea de autenticidad malinterpretada. Desde niños, por esta ausencia de discernimiento, ceden inmediatamente a todas las lisonjas de una publicidad online que les llega también de forma indirecta, en lo social y en sus juegos, tratando de modelar sus gustos desde la infancia.

Entre los productos deseados que Polito identifica como más difíciles de gestionar está, de hecho, el smartphone, que “vuelve a nuestros hijos incontrolables”, no solo porque esté totalmente desvinculado de cualquier supervisión, sino porque además los hace más lejanos: están, de hecho “en todas partes y siempre relacionándose entre ellos”.

Por no hablar de los numerosos maestros charlatanes que por todos los medios les tranquilizan diciendo que existen drogas ligeras no dañinas que se pueden tomar sin ningún temor. En este mundo nuevo tan complicado, donde la tradición solamente es vista como una cadena de la que liberarse, los padres, según Polito, también han sido abandonados por la Iglesia. Que, como todos los representantes de los adultos, en parte es muy cercana en su terreno y en parte es demasiado lejana y está poco preparada para confrontar los problemas del mundo.

Y así, los jóvenes ya no encuentran respuesta a ese anhelo tan grande, al ideal, al misterio que sienten vivo en su interior, pero al que no basta responder con voluntariado, moral y frases genéricas que funcionan para todos. Para hacerse escuchar hace falta saber bien con quién se habla y encontrar autoridad y fuerza, encontrar el espíritu para hacerles emerger de una realidad que les humilla.