José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Entregando tus entrañas de mujer


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El 3 de marzo, la Revuelta de Mujeres se manifiesta en España evocando la necesidad de soñar con una comunidad “sinodal”, de “relaciones horizontales frente a la asimetría de poder actual”.



Recordaba aquellos del vuelo torcido de la humanidad, según Eduardo Galeano: “Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala sola” (Fragmento de ‘Patas arriba. La escuela del mundo al revés’). Si a la humanidad la dirige solo el ala masculina, vamos al desastre. Y el vuelo de la humanidad cae en picado, o se mantiene inestable siempre… hasta que la dignidad de la mujer quede restablecida por completo. Machismo y racismo van de la misma mano sosteniendo el ineficaz aleteo solitario masculino.

Manos femeninas de Dios a mi lado. Y en mis entrañas. Repaso algo de lo escrito sobre este tema escuchando la canción “Amando hasta el extremo”, de Maite López. Parón en el camino hacia la Pascua. Deseando actualizar frecuentemente, como reto diario, el lavatorio se los pies del Jueves Santo, que es mi más bella experiencia sacerdotal y jesuítica. Donde el horizonte del amor, arrodillado ante los pies, tira de mí en esta cuaresma. O situándome delante una mujer hospitalaria. La pecadora que es puesta por Jesús como referente ejemplar frente a Simeón el fariseo, diciendo aquello tan profético y entrañable: “No me diste agua, pero ella me ha besado y ungido mis pies y los ha bañado en lágrimas”.

“Amando hasta el extremo, dejándote la piel, entregando las entrañas, tus entrañas de mujer…” Con esta canción la vez me han aflorando rostros y palabras de los testigos vitales que son tantas mujeres migrantes con quienes comparto algo de vida, en el ámbito de mi trabajo en Pueblos Unidos. Gozando recientemente en la entrega de diplomas varios que les pueden habilitar para su trabajo. Y que me relatan con amabilidad su deseo fuerte de que les traten con justicia, en el servicio doméstico diario en tantos hogares que muchas de ellas hacen, siendo ninguneadas no pocas veces. Me confirma aquello de que, según la ONU (nada menos) y los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística, las mujeres siguen ostentando el mayor número de contratos temporales, los empleos más precarizados y peor remunerados, como son los trabajos del sector de hogar y cuidados. Mayoritariamente, estos trabajos los desempeñan mujeres y especialmente, mujeres migrantes, lo que provoca una mayor precariedad y pobreza laboral de este colectivo.

A los pies de las víctimas

Entrañas de mujer. Mano femenina de Dios. Me incorporo en este humilde rincón a algo de lo que viví aprendiendo de mucha buena gente –sobre todo de vida religiosa femenina- cuando fui enviado por la Compañía unos años a la Comisión Episcopal de Migraciones trabajando con Mari Fran Sánchez en temas de mujeres y migraciones e iniciando el Departamento de Victimas de la trata.

Y otras mujeres me han venido al recuerdo estos días al hilo de esto que os digo. Con alguna comenté la película ‘La sirvienta’, de Pablo Moreno, que en estos días ha recibido el Premio a la Mejor Película en los ‘Oscars del cine católico’, (Festival Internacional de Cine Mirabile Dictu en Roma).

Ahí se narra la vida de Vicenta Maria Lopez, la fundadora de las Religiosas de María Inmaculada. Esta mujer era consciente, de cerca, en vivo y en directo, de la problemática de mujeres servidoras que están en el empleo doméstico. Intuitivamente profética como otras muchas similares: Adoratrices conjugando la Adoración y la liberación, o las Oblatas o Villa Teresita apostando desde la sencillez, el riesgo y la pequeñez y la pobreza. O con las Hijas de la Caridad en sus pisos de acogida de mujeres, Caritas, etc. Y al pie del cañón, para que sus seguidoras también, como “sirvientas”, se entreguen a los pies de muchas víctimas y ofrezcan liberación con sencillez, sabiduría y eficacia desde lo religioso, lo comunitario, lo eclesial y social. Reivindico su papel frente al desconocimiento al que se las somete.

Participé también recientemente con gozo en Maldonado, en una mesa redonda de CVX y la Comunidad de los Grupos Católicos Loyola sobre el papel de las mujeres en el Iglesia. Con el testimonio y la iluminación de Candelas Arranz identificando las posibles líneas y buenas prácticas de la Revuelta de Mujeres, con Dolores López Guzmán, gran teóloga que situó muy bien el papel de la mujer respecto al sacerdocio y escuchando también con envidia a Marisa Arreba Gutiérrez, vicaria general de las Oblatas, que trabaja para abrir las puertas cerradas de las víctimas de la trata.

Me han llegado también como un regalo retador las aportaciones de las mujeres que han participado en las XXI Jornadas del área de Justicia y Solidaridad y Misión y Cooperación de la CONFER que acogen el clamor hacia una solidaridad global. Especialmente la de Carmen Elisa Bandeo, SSpS, coordinadora de la red internacional de Migrantes y Refugiados de la UISG y compañera de trabajo – especialmente con mujeres – en el Centro Padre Rubio y que nos invitaba a ser Profetas de la Esperanza que ha de pasar por la profecía de la comunión: “La Sinodalidad, de la que tanto hablamos hoy y que en resumidas cuentas es la profecía de la comunión: cuyo signo es hoy la intercongregacionalidad”.

La Cuaresma nos debiera enfocar, desde ya con la práctica cotidiana, hacia el lavatorio de los pies que celebraremos significativa y sacramentalmente en la Pascua. Ayuno de la arrogancia dominadora (hay que ponerse de rodillas ante los pobres), por ejemplo. Oración que nos recoja y empuje para suavizar como el agua templada del lebrillo los dolores (y las esperanzas) del mundo. Y limosna no solo en el dar sino en el darse. “Amando hasta el extremo, dejándote la piel, entregando las entrañas, tus entrañas de mujer, en una toalla y un lebrillo, en un acariciar los pies, en un mirarnos hasta el fondo sin nada que reprochar y sin nada que pedir, y con tanto para dar”.

Entregar las entrañas

Lavarles los pies. Como muchas religiosas y otras que, con su vida entregada a las víctimas femeninas, ayudan a mostrar que son merecedoras siempre de una restauración total de su dignidad profunda. Porque muchas se dedican a invertir rangos y categorías desde abajo, anónima y servicialmente. Y a acariciar (ungir) los cansancios de tantas noches o días en casas de acogida, o al borde de la carretera por ejemplo ante las víctimas de la prostitución. Arrodillarse, esperar, atender y acompañar soledades de muchas mujeres.

Me enseñan a convertirse también uno mismo, (no está demás asumir cristianamente las humillaciones que nos llegan) y a revertir los propios adornos y honras, títulos y méritos, en ungüentos y lágrimas balsámicas de consuelo compartido para que el sacrificio de la cuaresma no se quede un cumplimiento sin horizontes y sin apuntar al amar y servir. Y así – hombre o mujer – aprender a fajarse la toalla para cuidar y abrazar a otros. “Entregando las entrañas, tus entrañas de mujer”.

También hay algunos malos ejemplos de varones que, en todo o en parte, sospechan de todo movimiento o revuelta feminista, sin hacer discernimiento previo, reaccionando secreta y a veces compulsivamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro lo que en muchas ocasiones es una situación privilegiada sobre la mujer.

Confrontándome con otras religiosas y laicos, e inmerso en una Iglesia donde no hemos sido capaces en tantas ocasiones, de descubrir el pecado que a veces sobrevuela y se encierra en el dominio que los hombres ejercemos en no pocas situaciones, de muchas maneras, sobre las mujeres.

Sinodalidad

Para que el aprendizaje, siempre continuo, en este y en otros muchos ámbitos parecidos, y para que un mejor saber y pensar se mezcle con la pasión (sentir y gustar) movilizada y activa por la causa y las opciones de Jesús, hemos de recordar lo que tiene de entrañablemente femenino el corazón humano. El mío también.

La apuesta no es tanto por la homogeneidad cuanto por la igualdad: tener los mismos derechos y oportunidades en la vida. Y ciertamente por el compartir responsabilidades a la hora de decidir y manifestarnos, (contando con la realidad de las presencias plurales) para las reivindicaciones legitimas de las mujeres buscando un mayor y legítimo peso en nuestra Iglesia. Esto es necesario y urgente. Sin caer en el riesgo posible del clericalismo que se fija sobre todo en esquemas de poder más que de servicio, y que también se da en lo laical. Vayamos por el camino de la sinodalidad a la que alude el manifiesto de la Revuelta de mujeres y la posibilidad de seguir soñando nuevas estructuras. Es un deber para todos.

Cristo –con entrañas de mujer según la canción eje que me sirve de hilo conductor -nos urge a una profunda conversión que todos (ellos y ellas) necesitamos. El papa Francisco bien que apunta en esa línea. Inicia procesos. Imprescindible acompañarlos. Lo recordé mucho estos días cuaresmales. Contento con mi vocación propia como varón, con tantos compañeros jesuitas. Y trabajando ilusionadamente con otros y otras. Manos femeninas de Dios a mi lado. Y en mis entrañas. Con entrañas de mujer.