En #ModoPapa


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En Colombia estábamos “en #ModoPapa” desde antes de que el vuelo de Alitalia 4000 procedente de Roma aterrizara en suelo colombiano el pasado miércoles 7 de septiembre. Comenzaron entonces cuatro días intensos, conmovedores, siguiendo los pasos de Francisco, escuchando sus palabras y dejándonos interpelar por su mensaje.

Cuatro días que han sido como un retiro espiritual que el Papa –jesuita, al fin y al cabo– nos ha predicado, meditación tras meditación destinadas, según sus palabras, a “zarandearnos”. Y lo logró, subrayando sus palabras con sus gestos de “Iglesia en salida” y su alegría que es la “alegría del evangelio”.

Pero a la hora de escribir un blog, qué difícil resulta recoger tantas emociones y hacer eco a tantos temas que ha abordado Francisco en los encuentros que ha sostenido con los más diversos sectores de la sociedad y de la Iglesia en su recorrido por Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena: cuatro homilías en las misas celebradas en cada una de estas ciudades; tres discursos; saludos a los periodistas durante el vuelo papal y al pueblo colombiano en la Plaza de Bolívar de Bogotá, entre otros; el rezo del ángelus en Cartagena; cuatro intervenciones improvisadas al final del día en la puerta de la Nunciatura y otras tantas cuidadosamente preparadas, de las cuales la más significativa fue la que hizo en el “Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional” en el Parque Las Malocas de Villavicencio. Que fue el momento central y el culmen de todos los demás encuentros.



Además porque el tema respondía a la finalidad del viaje papal: “Ayudar a Colombia a seguir adelante en su camino de paz”, dijo Francisco a los periodistas durante el vuelo a Bogotá; “expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación”, dijo en su encuentro con las autoridades y representantes de la sociedad civil en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, también en Bogotá; a los obispos les recordó que Colombia los necesitaba, no como técnicos ni políticos, sino como pastores “para sostenerla en el coraje del primer paso hacia la paz definitiva, la reconciliación, hacia la abdicación de la violencia como método, la superación de las desigualdades que son la raíz de tantos sufrimientos, la renuncia al camino fácil pero sin salida de la corrupción”.

Bueno, de hecho se identificó como “peregrino de paz y de esperanza” en su saludo al pueblo colombiano en la Plaza de Bolívar de Bogotá; y en el Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, sus primeras palabras fueron: “Desde el primer día deseaba que llegara este momento”.

“Reconciliarse en Dios, con los colombianos y con la creación” fue el tema de la visita a Villavicencio. “La reconciliación no es una palabra que debemos considerar abstracta; si esto fuera así, sólo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, cuando vencen esta comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz”, fueron palabras de Francisco en la homilía de la misa de ese día y precisó: “Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso”. E invitó a que la reconciliación “incluya también a nuestra naturaleza”.

Encuentro cara a cara

En este Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, que fue un encuentro con víctimas de la guerra y con sus victimarios a los pies del Cristo mutilado de Bojayá –otra víctima de la violencia guerrillera que se convirtió en símbolo de muerte, pero también en símbolo de vida, porque Bojayá resucitó como el crucificado– evocó, al contemplar la imagen, “tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios”, como también que la imagen “nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor”, porque con la ayuda de Cristo, de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el odio, comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva”, precisó como punto de partido de su discurso que, sin querer queriendo, fue un discurso político porque se refirió a la dimensión política de la fe. No a los juegos políticos.



Después de oír los testimonios de víctimas y victimarios, Francisco declaró que se sentía conmovido: “Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón”. Agradeció los testimonios que “nos hicieron comprender que todos somos víctimas en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la muerte” y demuestran que “también hay esperanza para quien hizo el mal”.

Precisó, además, que “la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza”. Finalmente clamó: “Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia”.

Invitó a los colombianos a no tener miedo “a pedir y a ofrecer el perdón”, y nos diseñó el camino que como constructores de paz es preciso recorrer: “No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”.

Y cerró esta meditación con una conmovedora oración:

Oh Cristo negro de Bojayá,

haz que nos comprometamos

a restaurar tu cuerpo.

Que seamos tus pies para salir al encuentro

del hermano necesitado;

tus brazos para abrazar

al que ha perdido su dignidad;

tus manos para bendecir y consolar

al que llora en soledad.

Faltaba “una lección de teología, de alta teología”, que en la puerta de la Nunciatura dio una de las víctimas –“Dios perdona en mí”– y a la que el Papa hizo eco: “Dios perdona en mí. Basta dejar que Él haga. Y dejar que entre él, y que él perdone en uno. Darle lugar: ‘Mirá, yo no puedo, pero hacelo vos’. La reconciliación concreta con la verdad, la justicia y la misericordia solo la puede hacer él. Que la haga. Y nosotros aprenderemos, detrás de Él, a hacerla. Gracias por lo que hacen. Gracias. Y gracias por lo que me enseñaron esta noche”.

Y otros temas…

Aunque no tengo límite para la extensión del blog, se me fue la mano y solo hubo espacio para referirme a uno de los tantísimos temas que tocó Francisco en su recorrido por Colombia. Se quedaron entre el tintero los desafíos de la Iglesia de la Amazonía; sus mensajes para los jóvenes que fueron los primeros destinatarios de sus palabras: “No se dejen robar la alegría ni la esperanza”.

También la cultura del encuentro “que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común”; y las páginas que nos dejó sobre el discipulado y los derechos humanos; o su invitación a escuchar “a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes” y la bellísima reflexión sobre la vulnerabilidad.

Sobre todo, su llamado a acabar con el machismo que oprime a las mujeres, y urgió a los obispos del continente: “No pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo (el resaltado es mío); ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, incluso en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado”.

Pero bueno, creo que la próxima semana habrá un “En #modoPapa 2”.

Y desde este seguimiento emocionado de la visita de Francisco a Colombia, permítanme que repita lo que escribí en mi anterior blog: “No podemos permitir que la voz de Francisco resuene en el desierto, ni que su mensaje, como la semilla de la parábola, se lo lleve el viento y no queden sino los ecos de júbilo del pueblo colombiano que lo vitoreó a su paso”.