José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Empieza a oler a oveja


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Estamos asistiendo a un suave reajuste de criterios, con obispos que reciben a trabajadores que les muestran su temor ante sus situaciones laborales…”.

Obstinadamente, la jerarquía eclesiástica en España ha ido sorteando el desafío pastoral que supone esta Gran Recesión, este más de un lustro de sufrimiento para millones de familias, este quinquenio negro para los derechos sociales, entonando la letanía de “no tenemos recetas contra la crisis”.

Ese ha sido un conjuro utilizado cada vez que se preguntaba sobre el papel de la Iglesia en este cambio de época. Nadie pedía fórmulas para detener la escalada de la prima de riesgo ni un informe para solucionar el déficit público. La Iglesia, como acaba de decir el cardenal Sistach, ya ayudaba materialmente con Cáritas, y también espiritualmente.

Tan solo le faltaba la denuncia profética –esto lo digo yo– ante lo que veía, un poner coto a tanto desmán, un sacar los colores ante tanta impunidad política, económica y empresarial; un “basta” ante tanto recorte a los más débiles, a los que cada vez les queda menos de donde arañar… Solo se trataba de eso, de saber que había una instancia de sentido que no tenía que callarse por disciplina de partido, aunque a veces diese la impresión de que ese silencio buscaba sus propios réditos.

¡Cómo estaría el nivel que nos conformamos con que el cardenal de Barcelona afirme que “asustan los recortes en la Ley de Dependencia”…! O que reclame un Pacto de Estado contra el paro sin que tema que los políticos le digan que meta las narices de nuevo en la sacristía. Hace un año, algunos obispos abroncaban a dirigentes de la HOAC por un espíritu demasiado combativo para su gusto. Hoy, algunos los felicitan y cuelgan sus mensajes en las webs diocesanas…

Empieza a oler a oveja. Estamos asistiendo a un suave reajuste de criterios, con obispos que reciben a trabajadores que les muestran su temor ante sus situaciones laborales, a su miedo a la incertidumbre por prácticas empresariales más cercanas al filibusterismo que a la creación de bien común. No le piden al obispo que sujete en la calle su pancarta de protesta. Simplemente que les escuche.

Lo sorprendente es que los trabajadores aún quieran contarles sus penas a los pastores. Cuestión de fe, recuerdo de otra Iglesia que se conmovía con ellos y de un Papa que ya obra milagros en los episcopados.

En el nº 2.848 de Vida Nueva.