El silencio de Teilhard


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Si Adán y Eva paseaban de novios por el frondoso jardín del paraíso, viendo engordar, hermosos y amarillos, los frutos del manzano del bien y del mal, ¿cómo encaja aquí la idea de una humanidad desgajada poco a poco de la rama ancestral de los primeros homínidos? Las ideas de Darwin eran ya herramientas cotidianas y necesarias en el mundo académico de la biología y la paleontología europeas de comienzos del siglo XX.



La Iglesia católica, en cambio, las veía todavía como parte del asedio hostil de esa modernidad, materialista y atea, de la que tanto se quejaba Pío XII. En 1922, a petición de unos amigos, el jesuita y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin, recién terminada su tesis de doctorado, redactó unas breves notas sobre la representación cultural del pecado original que ha hecho la teología escolástica y sobre cómo interpretar su significado a la luz del nuevo paradigma de la evolución biológica. Las notas, breves reflexiones a vuelapluma, tuvieron tanto éxito entre los jóvenes teólogos y fueron tan clarificadoras que circularon algunas copias en la tinta nebulosa y pálida que salía de los mimeógrafos de la época.

Pierre Teilhard de Chardin teólogo jesuita

Pues parece que una mano invisible las hizo llegar a Roma. Y allí, los atrevidos comentarios de Teilhard fueron motivo de escándalo para algunos. A falta de cabello, a las calvas apostólicas más timoratas se les encrespó el terciopelo rojo de los solideos, porque, aunque ignorantes de sus razones científicas, por puros motivos de formación, les pareció que aquellos pliegos desprendían el hálito sulfúrico de la herejía en flor y comprometían un dogma vertebral de la fe católica como era el pecado original. Aunque, bien mirado, pocos pecados deben quedar ya que puedan ser realmente originales, fue otro francés, san Ireneo, obispo de Lyon quien marcó con ese nombre para los restos a la naturaleza esencialmente corrupta del ser humano. Con esos mimbres, san Agustín elaboraría luego un constructo teológico medieval que se extiende hasta hoy con pocos cambios.

Peregrino del tiempo

El incidente de Teilhard en los despachos romanos tuvo graves consecuencias para su biografía: fue apartado de su cátedra de Geología del Instituto Católico de París y destinado a China bajo el buen pretexto de colaborar en las excavaciones que había iniciado allí su colega el padre Licent. Pero, lejos de enterrar sus originales argumentos en la aridez del desierto de Ordos, o bajo el polvo del yacimiento de Zhou-Kou-Tien, la visión profética de Teilhard se enriqueció en esta itinerancia de peregrino del tiempo. Sus ideas se empaparon de una perspectiva más universal e intemporal y su mística alcanzó su cénit con “La misa sobre el mundo”, un texto que constituye un referente de la literatura mística del siglo XX y del que debemos hablar aquí algún día.

Teilhard siguió pensando en China, porque el pensamiento, por fortuna, es libre. Y aunque continuó también escribiendo en el trajín de sus campañas geológicas en la frontera con Mongolia, en Java, en Indonesia, en India y en Etiopía, sus reflexiones teológicas no lograron nunca el imprimátur del censor eclesiástico y fue sometido en vida al silencio de hielo que amenaza siempre a los profetas.

Obra clandestina

Ahora, la editorial francesa Salvator nos ha dado una buena alegría. Acaba de salir ‘Une parole attendue’, de Mercè Prats. Este originalísimo libro recoge una buena colección de la obra clandestina de Teilhard que, en aquellos tiempos de silenciamiento impuesto, circuló solo en fotocopias en los círculos familiares de la amistad del corazón y de la complicidad del pensamiento. Mercè Prats ha seguido en este libro el rastro disperso de la estela, a la vez deslumbrante y clandestina, de estas luciérnagas felices de aquellos tiempos de oscuridad.

La autora trabaja como profesora de historia en la Universidad de Reims y colabora con la Fundación Teilhard en París. Pero me consta que donde mejor despliega esta barcelonesa inquieta el torrente sin puertas de su ingenio es cuando arrima el taburete y se sienta a acariciar, apenas con la yema de los dedos, la explanada de marfil de un piano, de cualquier piano a donde la conduzca el azar de sus viajes.

Viejas filmaciones

Me contó, entusiasmada, que habían aparecido en los archivos de la Fundación Teilhard varias filmaciones de los años 30 en las que se ve a Teilhard en el polvo de harina de sus excavaciones, absorto y feliz, mientras desentierra los huesos de unas vidas petrificadas por el peso impensable de los tiempos: mastodontes, rinocerontes lanudos y la bóveda craneal del sinántropo, que hoy llamamos ‘Homo erectus pequinensis’. ¿Sería esa la bóveda del templo de su alma?

Son imágenes anteriores al cine sonoro, lo que encierra, desde mi punto de vista, una ironía encantadora: aquí tampoco hablará Teilhard, que parece condenado a un eterno silencio. Mercè Prats planea ya una exhibición pública que recree el estilo art-déco de los salones del cine mudo de los años 20. Elige estos días, con la misma minuciosidad geológica que muestra el padre Teilhard en las imágenes, las partituras de Debussy, Ravel y Federico Mompou que pondrán el fondo musical perfecto al silencio geológico de los profetas.