El amor, la alegría y los cambios doctrinales


Compartir

Cardenales, obispos, teólogos, periodistas especializados y varios personajes más, repiten por estos días, como un mantra, que la exhortación papal Amoris laetitia “no contiene cambios doctrinales”.

La expresión está destinada a apagar un incipiente incendio que a criterio de muchos parece generalizarse. Todo indica que el documento papal es una sofisticada obra destinada a pasar a la historia como una bisagra entre dos épocas. Insistir en que no contiene cambios doctrinales puede ser un argumento de doble filo que se vuelva en contra de quienes pretenden ocultar (y ocultarse) la importancia del giro copernicano al cual asistimos en la vida de la Iglesia y su manera de anunciar el Evangelio.

Algunas pocas frases son suficientes: “Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano.” O también puede ser esta: “La ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal, de toma de decisión”.

O bien esta otra, más concreta: “aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial ‘va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos’. Iluminada por la mirada de Jesucristo, ‘mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan’”. Y más concretamente aún:“La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.”

 

Antiguo, evangélico

Las frases citadas son solo un ejemplo, la lectura completa del texto magisterial permite profundizar en la misma dirección. Sin embargo son frases suficientes para formularnos un interrogante: si esto no es un cambio en la doctrina de la Iglesia, y ciertamente no lo es, ¿qué doctrina se enseñó los últimos años, o siglos? Porque lo que se repitió hasta el cansancio en parroquias, colegios o universidades católicas debemos reconocer que no eran estas enseñanzas que hoy nos presenta el papa Francisco, apoyándose en la reflexión de dos sínodos.

Lo que ahora se nos ofrece no es nuevo, es más antiguo, más evangélico, más sólido y profundo. “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, ‘no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino’”.

Resulta inevitable una dolorosa pregunta: ¿cuántas lágrimas se pudieron haber evitado si en algún recodo del camino no se hubiera abandonado el lenguaje y el espíritu del Evangelio? Porque si ahora no ha cambiado la doctrina, en algún punto del pasado sí se cambió. De hecho –y los que tenemos algunos años somos testigos–, varias generaciones fuimos formadas, o deformadas, en la intolerancia y la incomprensión.

Es posible también otra inquietante pregunta: ¿es éste el único tema a replantearse o es solo el primero de un largo, y también doloroso, inventario? Para encarar cada cuestión delicada será bueno volver a escuchar la voz del Papa: “A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio”.

El mantra que se repite, “no ha cambiado la doctrina”, es un búmeran que vuelve una y otra vez. Si no ha cambiado ahora, ¿cuándo cambió? ¿Por qué? ¿Cuánto sufrimiento se pudo haber remediado? ¿Cuánto dolor aún estamos a tiempo de evitar?