Dios


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En la realidad del mundo nos topamos con el bien y el mal a cada instante, en todos tamaños, colores y sabores. Bienes y males se manifiestan en los pequeños detalles y en grandes eventos cósmicos, nos refrescan en la esperanza o ahogan en el desconsuelo. Estas realidades retan nuestra vida y nuestro entendimiento de las cosas. Ante ellos puede surgir la pregunta sobre Dios.

La historia está poblada de preguntas sobre la naturaleza de Dios, de las respuestas que nos hemos dado y de sus efectos colectivos. Pero nuestra reflexión no se centrará en el significado de Dios para otros, sino para mí. La pregunta es “¿Quién es Dios para mí?”. 

Esta pregunta parte de mi humanidad, no de mi conformidad a las respuestas de otros, ya sea que vengan de rituales milenarios o de mi navegación en los medios sociales. Y cada respuesta genuina abre un espacio, un modo de percibir mi vida y de desenvolverme en ella.

Demostrable

Desde la lógica, puedo observar la realidad de un universo entendible y plantearme la cuestión de si el cosmos puede ser inteligible sin tener un fundamento inteligente. También, noto que es razonable mi inclinación a la vida, admiración por la belleza y atracción por el encuentro, para preguntarme si existe un principio razonable que le dé coherencia a todo.

Los postulados de la ciencia me ayudan a explicarme cómo sucedió el origen del cosmos, pero no explican por qué se dio este origen, como por ejemplo si quisiera explicar de dónde salió esa cantidad descomunal de materia-energía que dio origen al Universo. Y también me pregunto cómo es que esas realidades en una deriva cósmica escalan y se perfeccionan en lugar de degradarse, desafiando así las leyes de la termodinámica y de la física.

Si considero a Dios como hipótesis científica, es también demostrable. Cuando en estadística buscamos comprobar que ciertos sucesos no son casualidad hacemos pruebas estadísticas y si la probabilidad de ocurrencia de un evento es suficientemente baja (entre 5% y 1% en la mayoría de los casos), descartamos que hayan sucedido por azar. Por este medio podemos afirmar que el origen del universo, la conformación de sistemas planetarios, la convergencia de condiciones físico-químicas para la vida, el surgimiento de la vida, la vida evolutiva, la vida evolutiva autoconsciente y muchas otras realidades no son objeto de la casualidad, pues las probabilidades de que suceda cada una ellas por separado son prácticamente cero. Y sin embargo aquí estamos reflexionando, montados en un planeta azul en un extremo de la Vía Láctea.

En un sentido práctico, considero que afirmar lo contrario equivale a observar un celular de vanguardia en una mesa y junto a éste la maravilla que es un insecto, para concluir después de observarlos a ambos, que el celular está allí con un propósito y que alguien lo puso allí, mientras que el insecto surgió por casualidad y a partir de la nada.

La cuestión de Dios es apremiante. Quizá me esfuerce en evitar que la pregunta surja en mí, o afirme que mi respuesta es un espacio vacío, o negocie conmigo mismo para decir que mis indagaciones no son concluyentes. Aun así, cada una de estas respuestas requerirá de una consideración a lo externo, potencialmente ilimitado. En todo caso, el alcance de mi respuesta no provendrá de mi exquisitez técnica, sino de la intención de mi voluntad.

Sin correr

Tú y yo necesitamos evitar la falacia triunfalista de pensar que afirmar a Dios y afirmar la bondad universal de la religión sean la misma cosa. Entre una y otra están de por medio la autenticidad de cada persona, el entendimiento de la naturaleza de Dios, la claridad a la experiencia personal con Él, las múltiples expresiones de esas experiencias, su desarrollo histórico colectivo y la conformación dialéctica de creencias para el bien común (Lonergan, 1988).

Tan evidente como la realidad de Dios, es evidente que las religiones pueden ser causa de progreso o decadencia, a veces guiando a personas y comunidades por travesías humanamente imposibles y en ocasiones también dejando de lado su genuino propósito de reunir lo humano con lo divino -religare- para degradarse hacia el control social y el lucro.

Las religiones cuentan componentes narrativos, ascético-místicos, normativos y teóricos. Cuentan historias y tradiciones, describen procesos de superación y desarrollo personal, afirman principios de conducta y progreso, buscan su coherencia y razonabilidad. En la consideración de esas narraciones como propias, la práctica de esos procesos, la aceptación de los principios y la reflexión crítica de sus fundamentos es que nos reconocemos genuinamente correligionarios de un equipo o de otro.

Hay todavía un nivel de entendimiento superior, al que accedemos al caer en cuenta que el devenir cósmico no es simplemente un mega proyecto de ingeniería, y al no quedarnos satisfechos contemplando nuestro catolicismo como una especie de andamiaje milenario. Nuestro entender sobre Dios reconoce que el religar lo humano y lo divino es un esfuerzo bidireccional, una convergencia de voluntades a través del amor, donde ese amor no es abstracto ni genérico, sino es un Amor personal, que resignifica en el bien y mal de cada instante atrayéndonos hacia él (Lc 23,43), el amor de Jesucristo dedicado expresamente a ti y a mí.

 

Referencia: Lonergan, B. (1988). Método en Teología. Salamanca: Sígueme.