Teresa Gutiérrez JEC
Coordinadora Europea de JECI-MIEC

Del Padre Piquer a la JEC, camino de ida y vuelta


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Estos últimos meses me encuentro en un proceso de recogida y limpieza, física y emocional. Varias circunstancias me obligan a volver al nido familiar, y cuando vuelves a un lugar del que partiste hace tiempo, te encuentras con que algunas cosas siguen igual que recordabas y otras han cambiado totalmente. También es un momento para repasar los recuerdos y los objetos que acumulo en la casa donde me he criado y decidir qué me quedo y de qué me desprendo, porque no soy la misma persona ahora.



He seguido viviendo y hay pertenencias y experiencias que ahora también forman parte de mí y que necesito trasladar conmigo. Por lo tanto, es necesario hacer sitio, siempre desde el profundo amor y respeto hacia mis padres, quienes nunca han dejado de vivir aquí y que también han evolucionado y transitan sus propios caminos.

Y como este tipo de circunstancias nunca vienen solas, el proceso ha surgido en un momento en el que he retomado el contacto con el Padre Piquer, centro en el que estudié Bachillerato hace ya unos cuantos años. Así que este año tan decisivo para mi futuro me ha regalado de manera inesperada la oportunidad de “pasar por el corazón” y ordenar algunas partes de mi pasado que estaban en la bandeja de tareas pendientes.

Sin embargo, es un trabajo incómodo y lleno de sombras. Desgasta mucho. Necesito hacerlo a una velocidad mucho menor de la que en un principio me planteaba, y aún estoy aprendiendo a ir al ritmo que mi cuerpo me marca. Siento cómo lo que han sido mis pilares en los últimos años se tambalean. No porque ya no estén ahí, sino porque actualmente no tengo ni fuerzas ni herramientas para cuidarlos.

El adiós a la JEC

Sin saber aún muy bien por qué, necesito temporalmente situarme desde otra perspectiva hacia mi comunidad de vida, mi movimiento y mi parroquia para cuidar de otros vínculos y para reunir el valor que exige desprenderme de los que no me hacen bien. Después de tres años al servicio de la JEC cuesta volver a la realidad, o más bien a las realidades, que he dejado en pausa.

El trabajo se hace aún más difícil con estas circunstancias que me está tocando vivir. Pero lo que he recibido al comunicar todo esto ha sido el amor de Dios a través de quienes me han respondido, y eso me ayuda a reafirmarme en que estoy manteniendo cerca a las personas correctas.

Volviendo al Piquer (que es como lo llamamos cariñosamente), está situado en un edificio contiguo a la parroquia de San Francisco Javier, en el madrileño barrio de la Ventilla, y está dirigido por la Compañía de Jesús desde su fundación hace varias décadas. Para mí y para mucha gente es un lugar mágico, en el que conviven más de 1.000 estudiantes de decenas de nacionalidades, distintos niveles socioeconómicos y varias religiones diferentes. Es un espacio diverso, buen reflejo de lo que hay fuera, pero nadie es un número más.

Madre de la Luz

La calidad humana y profesional de las personas que trabajan allí no permiten que sea así. En definitiva, es uno de esos lugares “de los que no te quieres ir”. Llegué por primera vez con 16 años, asustada y llena de interrogantes, de un colegio con una dinámica completamente diferente. No tardé en darme cuenta de que allí tenía espacio para ser rebelde. Tardé algunos años más en descubrir que ese permiso para ejercer la rebeldía era posible porque me encontraba en un lugar en el que también era escuchada y, sobre todo, querida.

La patrona del Piquer es la Madre de la Luz, y se celebró el viernes 2 de febrero, día de las Candelas. El día anterior se compartió una eucaristía, y tuve la suerte de estar presente. Qué bien haber decidido estar, porque pude experimentar cómo esa comunidad educativa llena de riqueza se manifestaba durante todo el tiempo. Me emocioné escuchando a Luis Alberto, el actual director del centro, que explicó la historia de nuestra patrona, desconocida para mí, y cómo de manera compartida por toda la comunidad educativa de ese momento se decidió cómo se iba a llamar.

También cuando tres alumnas musulmanas compartieron y entonaron una lectura de sus sagradas escrituras sobre María. La homilía consistió en un diálogo entre el sacerdote y un grupo de alumnos y alumnas, y en el momento previo a la paz se leyó el mismo poema en varias lenguas diferentes. Podría seguir explicando todos los detalles que me hicieron darme cuenta de algo revelador. El Piquer sembró algo que ha germinado y florecido en la JEC. Todo lo que me conmovió cuando conocí el movimiento ya me había interpelado en el Piquer.

El diálogo, el respeto, la acogida de las diferencias individuales y valorar lo que nos hace únicas. La manifestación del Amor en lo cotidiano, en los exámenes, las clases, las programaciones. En ese momento no era del todo consciente, pero aquellos años fueron un punto de partida para construir la persona que hoy en día soy, y también la que busco ser. Actualmente represento la JEC a nivel Europeo convencida de que el conocimiento transforma el mundo y para transmitir el Evangelio a través del estudio y la cultura.

La Compañía de Jesús sentó estas bases y la JEC me dio la visibilidad para transmitirlas. No es casualidad que tantos consiliarios de los movimientos estudiantiles alrededor del mundo sean jesuitas. Esta es la Iglesia sinodal de la que me siento parte y no tengo palabras para expresar tanta gratitud.

Al principio de mi andadura dentro de la JEC solía decir que ojalá esta forma de entender la vida y de vivir la fe hubiera aparecido antes en mi camino. De lo que no me había dado cuenta hasta hace unos días es de que siempre había estado ahí, pero fue en el momento justo cuando me di cuenta.