Todos los caminos salen de Roma


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La revolución del papa Francisco está cambiando hasta la dirección de los caminos. Si durante siglos todos los caminos condujeron a Roma ahora parece que es desde Roma que nacen las rutas. El Papa invita a caminar. Él no es el punto de llegada de las peregrinaciones sino el punto de partida de nuevos recorridos. Llegar a Roma es solo una cuestión de dinero, irse de ella es un desafío de cambio de vida. Si queremos ser coherentes nada es igual cuando uno se deja impactar por la figura y el mensaje del Papa.

Francisco nos dice en el comienzo de su última Exhortación Pastoral, Amoris laetitia (La alegría del amor): “Quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella”. Es decir, no podemos ir a Roma a que nos digan lo que tenemos que hacer, sino a recibir la palabra orientadora y el impulso para hacer en nuestro lugar, nuestra comunidad, nuestra casa, aquello que cada uno de nosotros y bajo su propia responsabilidad debe hacer. No se vuelve de Roma sin una tarea. La verdadera peregrinación comienza cuando se inicia el retorno, el punto de llegada es ese sitio que Dios ha asignado a cada uno para vivir su fe y proclamar el Evangelio.

Peregrinamos a Roma, atravesamos la Puerta de la Misericordia, algunos tenemos el privilegio de abrazar al Santo Padre y sentir su mano en nuestro hombro; pero ese es solo el punto de partida. Algo recuerda la escena de Jesús diciendo a las santas mujeres “vayan a Galilea, allí me verán”. En Galilea había comenzado todo, allí transcurría la vida cotidiana, ese era el lugar del reencuentro con el resucitado. Volver a casa, volver al corazón, ese es el verdadero lugar del encuentro, el punto final de la peregrinación.

Gozamos del privilegio de contar con un Papa que abre caminos e invita a recorrerlos, que nos desafía a asumir nuestra responsabilidad, a no temer a mancharnos con el barro del camino. Y no lo hace con bellas palabras, sino con gestos impactantes destinados a sacudir nuestra cómoda tendencia a la rutina. Recibe a una mujer que lo ha insultado y despreciado. “Olvidate, ya pasó, todos nos equivocamos”. Así de fácil. Así de difícil. No se detiene en las maledicencias que rodean el encuentro, ni en las que lo precedieron y lo seguirán. Va a lo esencial y enseña, enseña el camino de vuelta. El que hay que recorrer para llegar a destino.

Sí, ahora todos los caminos salen de Roma, porque no se trata de llegar a casa a repetir las palabras del Papa sino a vivir otra vida, una Vida Nueva. Y, además, con esa enorme sonrisa que brota de la fe.