Creer, en los tiempos de la “posmentira”


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Si vivimos en los tiempos de la posverdad, vivimos también en los tiempos de la posmentira. Si nada es verdad, nada es mentira. Podemos decir y pensar cualquier cosa, nada va a cambiar, digamos lo que digamos. Es posible pensar y hablar hoy de una manera y mañana de otra. La infinidad de palabras que nos rodean no son solo muchas, también son irrelevantes, son ruidos que no dicen nada. Parece lógico entonces que tantas personas procuren huir de este mundo a través del alcohol o de cualquier otra sustancia. Si nada es verdad ni mentira ¿Para qué hablar? ¿Qué sentido tiene escribir, o leer?

Aquella “noche oscura del alma” de la que nos habla san Juan de La Cruz parece estar cubriendo nuestra época. ¿Cómo vivir nuestra fe en esta noche? ¿Cómo predicar el Evangelio? ¿Qué sentido tiene agregar más palabras a esta ensordecedora confusión?

De hecho, estamos ensayando varios caminos para salir de esta situación. Simplificando un poco podemos distinguir dos actitudes. Algunos, ante el espanto, se refugian en el pasado: hay que volver a las raíces, “restablecer”, “restaurar”, “redescubrir” y otras expresiones similares. Esas son las palabras favoritas de quienes quieren huir hacia atrás, volver a las “sanas tradiciones” de aquellos “tiempos mejores”. Otros, se reúnen, cantan, aplauden, “aleluya”, “gloria a Dios”, “¡Viva la Virgen!”, hay que llenar iglesias, estadios y plazas. El problema no es tan grave, “Dios es más grande” y él lo va a solucionar. No hay que volver atrás ni cambiar nada, hay que creer “más fuerte”, “tener más fe”. Entre estas dos maneras de ver y vivir hay muchas otras que, con diferentes matices, intentan sobrellevar los desafíos de nuestro confuso presente.

Quizás este sea un tiempo para retomar con seriedad aquella expresión de San Juan de la Cruz, su “noche oscura” no se reduce a una descripción más o menos trágica, sino a una situación en la que “Dios pone al alma”, y no lo hace para torturarla sino movido por su amor. Esa “noche” es de “purificación”; no es para volver hacia atrás ni para huir hacia adelante, tampoco para “modificar las estructuras de la Iglesia”; es para ir más hacia lo hondo, para cambiar, para convertirse.

Nuestro tiempo no está como está porque Dios se distrajo y las cosas se le escaparon de las manos, nada escapa a sus planes. La pregunta es: ¿a qué se nos está convocando? No parece que la invitación sea a un cambio superficial y “cosmético”.

Creer en silencio

No hay dudas, la fe cristiana es comunitaria y exige ser vivida y celebrada en comunión. Seguramente será en la comunidad en donde encontremos las fuerzas que se necesitan; pero también es cierto que la fe, junto con la esperanza y la caridad, son dones personales que hay que pedir día a día. Que hay que cuidar y cultivar en ese silencio único, ese silencio de la conciencia de cada uno en el que se sabe lo que es verdad y lo que es mentira. Estamos llamados a creer en el silencio de la noche, que no es lo mismo que recitar el credo o bailar en una misa.

Quizás sea tiempo de romper esa telaraña de palabras, que no son ni verdad ni mentira sino fuegos artificiales que nos distraen de lo que importa. Quizás sea tiempo de huir de ese palabrerío “piadoso” que nos mantiene en la superficie, en una religiosidad vacía de vida; y escapar además de los discursos ideológicos que nos entretienen también en la superficie porque ellos tampoco son ni verdad ni mentira. Se trata de piedades y discursos que aumentan la confusión y nos generan la peligrosa sensación de “estar haciendo algo” para superar “las dificultades”.

Nuestra fe, antes de ser un credo y una infinidad de complejas reflexiones; también antes de ser un entusiasmo contagioso; es una fe silenciosa, que nace, crece y vive en las noches más oscuras. Una fe personal que vive y se alimenta de la lógica de la Pascua. Nunca la noche fue tan cerrada como aquel día del grito inimaginable: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Poco después, camino a Emaús, un desconocido se encontró con algunos que ya no sabían lo que era verdad ni lo que era mentira. Entonces les hizo ver de nuevo, es decir, otra vez y de una manera diferente, todo aquello que ya sabían. Al partir el pan se les abrieron los ojos, habían nacido de nuevo, habían vuelto a la vida, habían resucitado. Afuera era de noche pero ya no importaba.