José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Cordón umbilical


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Muchos nos hemos metido en la piel de todos los damnificados por el terremoto de Turquía y Siria. Imaginando nuestras propias reacciones si estuviéramos allí. Con los rescatadores, o con los enterrados. Unos esperando ser rescatados desde la noche de los escombros que los ciegan y otros escarbando con todas las herramientas posibles, hasta con las manos, para rescatar a los que no querían morir aplastados por las toneladas de escombros que querían cerrarles los ojos para siempre.



Y muchos también afectados por un doble terremoto. Crisis dentro de otra crisis. Por ejemplo, en Siria. Donde al terremoto telúrico se une el de la guerra interminable, con las ayudas interrumpidas por el egoísmo humano. Donde la ONU teme más de cinco millones de desplazados y donde ya, antes del terremoto, había 6,8 millones de desplazados internos. El mundo le ha vuelto a dejar sola.

Con el intento de aprehender de manera sintética la gran tragedia, me he quedado con los niños. En concreto con aquel bebé que, en los primeros momentos, fue rescatado con el cordón umbilical recién cortado, y que pasando de mano en mano respiraba de manera autónoma. Buscaba el primer aire de su recién estrenada vida. Esa que vencía a la muerte gracias al tesón y el esfuerzo de mucha gente. Pasaba del cordón umbilical que lo unía a la vida materna, al cordón de la solidaridad que hacía que muchos percibiéramos la vida y la esperanza entre tanto llanto. Mientras el aire daba aliento a sus débiles pulmones.

También yo –con Neruda en su ‘Oda al aire’– quiero que respiren los pobres, porque… “tú eres lo único que tienen, / por eso eres / transparente, / para que vean /lo que vendrá mañana, / por eso existes, / aire, /”.

Hacer a las gentes menos vulnerables al desastre

Que lo que viniera mañana fueran los aires limpios donde todos nos pusiéramos manos a la obra sabiendo que lo importante no es–solo– cómo paliar los efectos del desastre sino hacer a las gentes menos vulnerables al desastre. Por ejemplo, con la corrupción que causó tanto derrumbamiento de muchos edificios.

Contemplando esas escenas, donde la vulnerabilidad de un débil hilo ya sostiene lo que puede ser un futuro amplio y fuerte, me comprometo contigo a hacer de la solidaridad –la que va de brazo en brazo, de mano en mano– un largo, eterno cordón, que supere el inmediatismo de un momento o de una imagen.

Es el desafío de hoy: que la acción social que ahora se vuelca en un lugar, en un tiempo puntual donde predomina la solidaridad “de huracán”, de estímulo inmediato, cambie la perspectiva con la que nos situamos ante el otro. Porque lo importante no es solo ayudar a que el pobre y vulnerado sobreviva hoy sino ayudar a garantizar unas condiciones de supervivencia y de desarrollo integral.

Para ello, y por si valen, recuerdo estas tres mediaciones:

  1. Formación: análisis y reflexión que supere el inmediatismo de la acción y dé sentido a largo plazo a lo que se hace.
  2. No hablar de los pobres sino desde los pobres: desde ellos, desde experiencias de la pobreza, se leen los acontecimientos de manera distinta y se predica solo cuando sea necesario.
  3. Implicarse en proyectos de largo alcance, tanto en el tiempo como en el espacio. Que ya los hay entre culturas, raíces, credos, razas, etc. Posiblemente con ello mi (nuestra) solidaridad tiene menos protagonismo, pero tendrá más eficacia.

Unidos a este cordón umbilical imprescindible, día a día, paso a paso, verso a verso, todos respiraríamos mucho mejor