Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Comunidades vitales


Compartir

Hay ejemplos de comunidades vitales que iluminan a una sociedad en la que es necesario recuperar los vínculos. Nuestro mundo está viviendo una gran pluralización de los modelos de hogares para dar respuesta a diversos factores. Nos encontramos un aumento cualitativo de hogares unipersonales, familias de muy distintas formas, personas que comparten vivienda para hacer frente a diversas crisis, gente que busca un modo de vida más alternativo y comunal.



Hay otras prácticas que se basan en vidas compartidas, como son las comunidades intencionales (a las que ya dedicamos un artículo en este mismo blog), asambleas de familias que comparten sus ingresos, personas que comparten un trabajo o quienes habitan bajo el mismo techo uniendo sus ingresos y vida doméstica.

Compartir un trabajo es un ejemplo de la buena economía colaborativa –en la que de verdad existe espíritu cooperativo y desarrollo de la economía social, no los esperpentos que se han presentado como economía colaborativa y solo son externalización de todo tipo de responsabilidad corporativa a trabajadores autónomos–.

Se trata de personas que desempeñan el mismo puesto de trabajo a media jornada, se coordinan en su ejecución y dan cuenta conjunta de su desempeño. hace falta equilibrio, confianza, coordinación, generosidad y capacidad para crear con otro. Ya es una realidad en países como Reino Unido, Alemania, Francia, Suiza o Australia, donde lo practican periodistas, jueces, profesores universitarios o directivos de la Administración.

Se reparten por días o por franjas horarias y permite una mayor conciliación y reparto de trabajo. Exige una intensa comunicación entre quienes comparten la posición de trabajo, pero también tiene grandes beneficios al enriquecer sustancialmente el puesto de trabajo, mejorar la deliberación, aumentar la capacidad de negociación y relaciones, aportar dos perspectivas y obligar a ser abiertos y razonables.

Las comunidades de casa han sido experiencias históricamente recurrentes. En ocasiones vienen dadas por las difíciles circunstancias económicas que obligan a vivir juntos a familias para poder soportar los gastos de vivienda y comida. En el mismo régimen existe tristemente célebre fenómeno del realquilado. Otras experiencias han surgido de la voluntad de vivir con otros que no son familiares, sino amigos o incluso extraños. Algo común entre jóvenes, pero más inusual en edades superiores.

45 años en la Barceloneta

La periodista Susana Pérez Soler exponía uno de estos casos en La Vanguardia. Se trata de una historia de éxito que lleva ya 45 años de vida común en la Barceloneta. Bajo el título ‘Lo mío es tuyo’, el 7 de septiembre de 2022, La Vanguardia exponía el modelo que ha extendido esa casa compartida durante más de cuatro décadas.

Se trata de cinco barceloneses que comenzaron a vivir juntos cuando eran veinteañeros y han logrado superar los sesenta con el mismo modo de vida común. Médicos, arquitecto, maestra, son sus perfiles. Este modelo no es solo para personas solas, sino que en el grupo ha habido dos familias. El hogar incluía niños, de modo que, aunque ahora están emancipados, han llegado a ser doce convivientes.

No viven solos, sino que por temporadas acogen en su hogar a personas que atraviesan crisis de necesidad y carecen de hogar. Han sido unas 15 personas en este periodo. Actualmente, por ejemplo, conviven con Abdul, un refugiado de la isla de Lesbos que está en una grave situación de salud y necesitaba asistencia urgente. Ser un hogar comunal facilita que puedan hacer estos acogimientos de larga estancia.

Inicialmente buscaron una zona popular y se ubicaron en la Barceloneta cuando era un barrio humilde de marineros e inmigrantes de otras provincias españolas. Vivir juntos es un ejercicio extremadamente difícil porque uno asiste a los límites más íntimos de cada persona, se vive a flor de piel. Requiere desarrollar al máximo la capacidad de vinculación con quienes no son tu familia, y tener una gran madurez en dimensiones como el perdón, la tolerancia, el respeto, la sensibilidad y renuncia, la compasión.

Capacidad de solidaridad

A su vez, desarrolla un gran poder de discernimiento en común, comunicación y también el sentido del humor. Son todas habilidades que la gran desvinculación que sufre nuestro mundo ha hecho perder. Junto con las renuncias, se goza de numerosos beneficios, entre los cuales la superación de las soledades no es el menor. Ha hecho posible un intenso compromiso con el barrio, emprender proyectos y vivir con mayor seguridad económica por la capacidad de solidaridad.

Compartir ingresos es un desafío en una sociedad tan materialista y desigual como la actual. Antes de hacer gastos grandes, lo hablan. Hay libertad para disponer de gastos corrientes o pequeños. Los viajes, donaciones o las ayudas a familiares, se dialogan y planifican. Se comparten tanto los gastos como los sacrificios.

La convivencia de los hijos de una pareja con los demás ha sido uno de los mayores retos ya que al final todos son referencias adultas y han ejercido un papel formativo y de vinculación primaria de los niños. Todos tenían claro que los educadores responsables eran sus padres, no se disuelven lazos tan singulares como los de paternidad, maternidad o filiación, pero a la vez la formación se hace mucho más rica. Sin duda ha habido crisis, pero a la vez todos los hijos han desarrollado una visión mucho más compleja y diversa de las relaciones humanas, la solidaridad y la comunidad humana.

Nuevas fórmulas

Los cinco miembros de la comunidad se conocieron en las oraciones de Taizé y asumieron parte de su programa: comunidad, acogida, solidaridad. Compartían, por tanto, una interioridad de valores y esperanzas. En tiempos en los que se habla de fórmulas convivenciales a las que se dan los nombres ingleses de co-housing o co-living, nos encontramos con modelos probados de los que aprender y en los que inspirarnos.

Los cinco miembros de la comunidad no consideran que sea un modelo mejor ni peor, sino un estilo de vida hacia el que hay que sentir vocación, con retos y beneficios parecidos y distintos al hogar familiar u otras fórmulas. Es parte de la diversidad doméstica que se abre paso en el mundo, que es difícil por la desocialización que hemos sufrido las últimas generaciones, pero que se debería conocer y cultivar.