Betania en Iztapalapa


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A la distancia, evangelizar la cultura puede ser un tema exótico y lejano, como a veces suena para algunos el Sínodo de la Amazonía. Sin embargo, el tema es más relevante y cercano de lo que parece a simple vista. La cultura es el cúmulo de presupuestos, rutinas, reacciones espontáneas, valores y modos de actuar compartidos en un grupo social extendido. Los elementos culturales suelen estar interiorizados al punto que sus practicantes, ni siquiera se dan cuenta que lo hacen y solo reparan en sus peculiaridades al contrastarlas con otros modelos de convivencia. Para bien y para mal.

El tema es central para nuestra vida de Iglesia, pues entender la cultura que recibe el evangelio es fundamental para nuestra transformación grupal y un encuentro genuino con Cristo. Y ante este reto podemos recordar que cada comunidad es como esa familia en Betania amada por Cristo, e Iztapalapa no es la excepción.



Del 6 al 8 de noviembre de este año, la Iglesia en México evolucionó al erigir las tres nuevas diócesis de Xochimilco, Iztapalapa y Azcapotzalco, desincorporándolas de la Arquidiócesis de la Ciudad de México para así atender con mayor eficiencia las necesidades de los fieles en una de las metrópolis más grandes y complejas del mundo. En un territorio claramente católico por varios cientos de años, cabe preguntarnos si tiene sentido este gran esfuerzo de adecuación, en lugar de otros, de consolidación o mantenimiento, por ejemplo. La respuesta breve es que sí, el cambio tiene sentido. Y para ello existen razones organizativas, culturales y de encuentro.

Martha, siempre en búsqueda de una mejor gobernanza

La antigua arquidiócesis de la Ciudad de México no solo era demasiado grande. También era compleja en su funcionamiento, se prestaba a duplicación de funciones y difícilmente contaba con foco para asuntos particulares. Ya desde su nombramiento en el 2017, el cardenal Carlos Aguiar señaló las dificultades para gobernar una arquidiócesis con más de nueve millones de fieles. Sus ocho obispos auxiliares asignados a vicarías territoriales requerían llevar controles tipo diocesano, sin contar con autoridad suficiente para una gestión eficaz. Por su misma escala, las decisiones colectivas carecían en ocasiones del tiempo y enfoque necesarios para atender prioridades pastorales en áreas específicas, a la vez que se hacía muy difícil desarrollar colegialidad entre miembros del clero.

Ante ello, se inició un proceso de estudio y reorganización que duró 14 meses, culminando con el anuncio oficial de creación de tres nuevas diócesis, emitido por el papa Francisco el 28 de septiembre de 2019. Monseñor Jesús Lerma, el nuevo obispo de la Diócesis de Iztapalapa, señala que la erección de tres nuevas diócesis significa una actualización importante en simplificación administrativa y gobernanza. Señala que sin duda hay un reto administrativo en su personal diocesano para adaptarse a sus nuevos quehaceres en organización interna, consejos de gobierno, comisiones de pastoral y otras tareas en la diócesis de Iztapalapa, que nace con 2 millones de fieles, 10 decanatos y 75 parroquias.

Sin embargo, también indica con gusto que sus presbíteros están sensibilizados, muy entusiasmados y sobre todo inspirados espiritualmente para el cambio. “La aceptación del clero es clave, pues su actitud se transmite a los fieles en las parroquias. El cambio ha sido muy bien recibido tanto por el clero como por los laicos y una prueba de ello es que la celebración litúrgica de la erección de la diócesis, realizada el 4 de noviembre, se tuvo una asistencia superior a cinco mil personas”.

El reto cultural de María

La identidad cultural de la población en un territorio, es también criterio para conformar nuevas diócesis. Desde nuestra tradición en la Iglesia, existe el interés constante en favorecer el dinamismo y el intercambio, sin por ello perturbar la vida de las colectividades, echar por tierra la sabiduría de los antepasados, o poner en peligro la índole propia de cada pueblo. Persiste el objetivo de reconocer el legítimo objetivo que la cultura reclama, sin por ello caer en humanismos meramente terrenos, en algunos casos contrarios a la religión. (cf GS 56)

Ante ello se configura a nivel diocesano la estrategia de evangelizar la cultura y la relevancia de atender a profundidad la vida de un pueblo. Alcanzar el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan, las rutinas que mantienen la continuidad y las innovaciones que gradualmente la transforman; las fuerzas externas que atentan su crecimiento y los modos de actuar compartido que dan cohesión grupal. La evangelización busca alcanzar la raíz de la cultura (cf EN 20), la zona de sus valores fundamentales, suscitando una conversión personal que pueda ser base y garantía de la transformación de las estructuras y del ambiente social.

Cada una de las tres nuevas diócesis en la Ciudad de México cuenta con tradiciones, religiosidades y formas de piedad popular propias que ameritan una atención enfocada, en reconocimiento a su riqueza histórica y cultural. Tan solo en Iztapalapa hay 18 pueblos originarios que mantienen tradiciones, oficios, formas de organización y figuras de autoridad tradicionales, algunas de ellas con cerca de 900 años de antigüedad.

Los pueblos de Aculco, Apatlaco, Culhuacán, Iztapalapa de Cuitláhuac, Los Reyes Culhuacán, Magdalena Atlazolpa, Mexicaltzingo y San Andrés Tetepilco, San Andrés Tomatlán, San Juanico Nextipac, San Lorenzo Tezonco, San Lorenzo Xicoténcatl, San Sebastián Tecoloxtitlán, Santa Cruz Meyehualco, Santa María Aztahuacán, Santa María del Monte, Santa María Tomatlán, Santa Martha Acatitla y Santiago Acahualtepec llevan en sus nombres la herencia del sincretismo hispano-precolombino y todos han resistido el empuje de las guerras de colonización, independencia, revolución y cristera, las epidemias, la urbanización, la asimilación y la disolución cultural.

Jesús Antonio Lerma Nolasco, primer obispo de la Diócesis de Iztapalapa

Para efectos de nuestra Iglesia destacan entre muchas otras cosas las mayordomías y la celebración de la pasión de Cristo. Las mayordomías datan de la época colonial, como una forma de liderazgo laico activo que daba continuidad a la vida religiosa de la comunidad ante la realidad de la presencia intermitente del clero misionero de la época. De aquel entonces surgieron los mayordomos como encargados de diversos aspectos de la fiesta del santo patrono: velas, flores, alimentos, guardias, cuetes y demás. El trabajo de cerca de 560 mayordomos y sus familias, realizado ininterrumpidamente de generación en generación, ha sido también pilar de una iglesia cohesionada en Cristo, a veces vibrante, en ocasiones perseguida y en ciertos momentos también ignorada a los ojos del mundo, mientras palpita vida desde las periferias de un imperio.

La representación viva de la pasión y muerte de Cristo en el cerro de la Estrella se lleva a cabo desde 1834, como agradecimiento en perpetuidad del pueblo de Iztapalapa a Nuestro Señor, tras evitar que la epidemia de cólera afectara a su propia población. Hoy en día el evento de Viernes Santo atrae más de 2 millones de asistentes y forma parte del Patrimonio Cultural Intangible de la humanidad.

Para el obispo Lerma, la realidad cultural de sus feligreses está en el centro de su agenda. “Una de mis prioridades pastorales consiste en atender las mayordomías e interactuar con ellos para buscar que su religiosidad sea cada vez más piadosa. Respecto a los muchachos que participan en la representación de la Pasión, ellos reciben acompañamiento espiritual, se preparan mediante un retiro y toman un rol activo en la misa que celebro ese día. Hemos avanzado mucho en ello”.

En el corazón de la Iglesia

La eficiencia administrativa y sensibilidad cultural serían inútiles si se olvidasen del objetivo fundamental de nuestra Iglesia, como agente de propagación de la Buena Nueva de Jesucristo. Ante ello, las realidades propias de la población demandan trabajo enfocado en entendimiento de la Palabra, culto y adoración, vida comunitaria, acciones de misericordia y justicia social.

La nueva diócesis de Iztapalapa cuenta con renovada energía para ello. Por ejemplo, su pastoral juvenil no solo se encarga de otorgar catequesis, también incluye dar clases de formación profesional y desarrollo de liderazgo. “Nos enfocamos en quienes están en actividades claves, para que puedan dar testimonio como católicos desde los lugares donde trabajan y desde donde están, para que el católico dé ejemplo de liderazgo sano a la altura de los retos del mundo de hoy”, apunta monseñor Lerma.

En el centro de todo se encuentra el facilitar el encuentro personal y vivificante con Cristo, un feligrés a la vez. Así como Betania colinda con Jerusalén, así está Iztapalapa sumergida en la capital. Antaño allí resonó el grito “Lázaro, ¡sal de allí!”, tal como hoy se susurra “ya deja el trago”, en ambos casos para un nuevo llamado a vivir.

El mayor reto de lectura es transitar de una historia interesante a una interpelación personal. Y no es que le falten elementos aplicativos útiles a la historia. Es que quizá sea más fácil quedarme en una simple sorpresa observando “¡Cómo los quiere Jesús!” (cf Jn 11, 36), sin atreverme a mirar la necesidad de evangelizar mi propia cultura. El reto es a superar mi tentación al neo fariseísmo, soltar mis escrúpulos y salir a amar sin reservas a otro, quien vive un momento espiritual distinto al mío.