Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Benedicto XVI al fin se encuentra con la verdad


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Ratzinger, el gran teólogo del siglo XX, sin duda alguna pasará a la historia por dos aspectos fundamentales en su vida; su luminosa y extensa herencia teológica y la magnánima decisión de renunciar al oficio de papa.



Benedicto XVI seguirá siendo una guía para el futuro tumultuoso de una Iglesia que apuesta por el testimonio y la evangelización, en el servicio y la misericordia, esta última el hilo conductor de los dos pontificados. En sí, no habría Francisco sin la renuncia de Benedicto XVI, no habría Fratelli Tutti, sin la antesala del kerigma de Deus caritas est, de Dios que ama y solo sabe hablar de amor y hermandad.

Incomprendido, perseguido, mal reseñado por la prensa, impopular pero siempre humilde, firme en sus convicciones y sobre todo, enseñando a través de su búsqueda constante de la verdad. El papa del Dios amor, y no el inquisidor, de la conciencia recta, iluminada por su docilidad al Espíritu Santo.

Maestro, testigo, apóstol de fe

Si algo hay que destacar de Benedicto XVI es lo transparente y confiable de su magisterio, abierto y sencillo aunque tratase temas densos y complejos, siempre enseñó de forma límpida la doctrina.

Teólogo de la hermenéutica del Vaticano II, de la continuidad esperanzadora  ‘wojtyliana’, denominado por Max Seckler, en la extinta Revista 30 Giorni, como ‘el hombre del futuro’.

Un maestro de fe, un testigo de esperanza, un apóstol de la caridad. Benedicto XVI porta consigo el ser un promotor de la esencialidad de Dios y la reconciliación con la razón, como camino de fecundo entendimiento. No contrapuso la ciencia a la fe, las puso en diálogo.

Amante de la liturgia, pero de la liturgia celebrada con el decoro necesario. Abrió la posibilidad de rescatar en la continuidad de la sacralidad, el misterio eucarístico, no desde la excentricidad estética, sino desde la dignidad propia a tan augusto sacramento.

La renuncia en libertad

Un hijo de la Iglesia, que no tuvo miedo de renunciar, y no solo al pontificado, sino a sus propios proyectos, primero como profesor en Tubinga, luego como estudioso escritor, al frente de Doctrina de Fe. Siempre en manos de la Providencia, con su misma vida, con su persona, con lo poco, como instrumento insuficiente.

El humilde trabajador de la viña del Señor, que ya entrega cuentas de las ovejas encomendadas, incluso las que no eran del redil, y seguro contempla el anhelo que movió siempre su corazón inquieto. Por eso, desde la fuente eterna de la sabiduría, la biblioteca del cielo, muy cerca de san Agustín, le pedimos:

¡Bendíganos, Santo padre, si, bendíganos!


Por Rixio G Portillo R.. Profesor e Investigador en la Universidad de Monterrey.