Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Adviento futbolero


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Por más que ya hayan pasado algunas semanas desde que empezó el Mundial de Fútbol, no me acabo de hacer la idea de que la fiebre futbolera coincida con el frío invernal propio de estas fechas. No es que yo sea una gran aficionada a este deporte, al que no consigo cogerle el gusto ni contagiarme por la pasión que levanta entre tanta gente, pero mis recuerdos de esta competición deportiva siempre están vinculados con el calor y las vacaciones. Quizá este sea el motivo por el que a duras penas voy conociendo de los resultados de España y de los países de mis alumnos, que sí siguen los partidos con entusiasmo.



El caso es que me da a mí por pensar que igual esto del Mundial puede tener algún punto de encuentro con el Adviento. No precisamente por el hecho de que la victoria tenga una estrella como señal en las camisetas de las selecciones, ni porque algún futbolista pueda tener “halos” mesiánicos, ni por la alegría, bastante efímera la verdad, que las victorias generan. Encuentro cierta conexión, más bien, por la capacidad que tiene este deporte de romper cualquier expectativa. Los resultados obligan constantemente a renovar la certeza de que puede suceder lo más desconcertante, como que Japón pase primera de grupo o Alemania se quede fuera de la competición.

Esperanza

Quizá la esperanza, esa que este tiempo litúrgico nos invita a despertar, tiene mucho que ver con refrescar la convicción de que es posible lo que, para nosotros y desde nosotros, resulta imposible. Así las lecturas de la liturgia insisten en recordarnos por el profeta Isaías que los instrumentos de guerra se convertirán en herramientas de cuidado de la tierra (Is 2,4), que la armonía de lo diverso se impondrá de tal modo que hasta el león comerá paja con los bueyes (Is 11,7), que la vida se impondrá de tal modo que manará agua de los desiertos y los cojos saltarán como ciervos (Is 35,5-7) y que algo tan insignificante como el nacimiento de un niño puede ser la señal de que Dios está con nosotros (Is 7,14).

El Adviento es tiempo de reavivar el asombro ante esas promesas divinas que, si lo pensamos desde nuestras lógicas, suenan tan imposibles como que España meta siete goles a Costa Rica, Uruguay caiga en primera ronda o que Italia se pierda el Mundial… y, sin embargo, sucedió. ¡Cuánto más se cumplirá la Palabra de Aquel que lo que dice lo hace!