¿Qué se puede decir de alguien que, en la hora de la muerte, es llorado por los más pobres y excluidos de un país que no es el que le vio nacer? Vicente Ferrer (Barcelona, 1920) entregó toda su vida por los intocables de la India. Aquéllos que no merecían, a ojos de tantos compatriotas, casi la condición humana, fueron mirados de frente y abrazados por quien les ofreció comida, educación y espíritu. Espíritu, a veces incomprendido, de alguien que vio el sendero de Dios hacia los sufrientes en el seno de la Compañía de Jesús, aunque luego decidiese abandonar la congregación para fundar su propia familia. En todo caso, los 2,5 millones de personas que recibieron su ayuda gracias a sus proyectos entendieron que el Amor seguía siendo su principal mandamiento.
En el nº 2.666 de Vida Nueva.
