Me gustaría creer…

(José Moreno Losada– Badajoz) Esta mañana ha traspasado la puerta de mi despacho y se ha sentado frente a mí una compañera de la facultad. Hace tres meses asistí al funeral de su único hijo, que con 32 años acababa su vida tras una enfermedad atroz. Poco antes de morir, él le había preguntado a su padre que le dijera cómo era la muerte, y éste le contestó que no lo sabía, porque no la había vivido, pero que tenía la esperanza de que tras la muerte nos volveríamos a encontrar los seres queridos. Él se sonrió y le comentó que los esperaría tras la muerte con el abuelito que ya estaba allí, alguien muy querido para él.

En el funeral había un silencio simbólico y envolvente. Me tocó dirigir palabras de esperanza y consuelo, sin tener respuesta. El dolor estaba presente y allí estaba un Dios dolorido y desfigurado, que le acompañaba en sus últimos momentos y en el paso de la muerte. Días después, su madre me abrazó con fuerza y agradecimiento en el pasillo de la universidad.

Sus padres le han querido con locura, y se han sentido queridos por él, su vida ha estado llena de  plenitud en todos los aspectos. Y los que lo amaban se rebelan ante la muerte y no la aceptan, aunque quieren sanarla e integrarla.

Su madre tiene una inquietud interna y una pregunta profunda sin resolver, que necesita respuesta y no sabe dónde hallar: quiere saber que su hijo está en paz y contento, que ha traspasado la muerte y que todo ha tenido sentido. Hasta ahora no creía ni se preguntaba nada, porque para ella la vida tenía todo el sentido, y merecía la pena; aunque no hubiera nada tras la muerte, todo la llenaba y le parecía justo. Ahora todo ha cambiado y está perdida, necesita superar el llanto y vivir, pero no puede, porque se ha muerto su amado, y el amor no le ha servido para evitarle la muerte. Pero, ¿cómo hacer el camino para elaborar respuestas? Su marido tiene más sentimiento de esperanza. Me ha dicho cómo le gustaría creer para que el dolor se sanara y fuera soportable, porque la angustia la rompe, y el llanto no la desahoga.

Están haciendo caminos de respuesta y búsqueda, con los amigos, con el quehacer de cada día, con una asociación de personas que han perdido seres queridos. Hemos hablado que llegará el momento de poder sanar a muchos, y que eso les sanará a ellos, que hay que retomar todo lo que se ha vivido y ha merecido la pena. Incluso hay que reconstruir la belleza de su cara, de su vida y su persona.

Nos hemos abrazado y besado… y me ha sanado a mí. Encontrarse con el dolor herido, con el alma en búsqueda, con la pregunta sentida sin respuesta aparente ni próxima, es estar a desnudo con Dios en Jesucristo crucificado.

Y oro… Padre, dale la paz que te pide, que se le quite el nudo del estómago, que se encuentre contigo y con la comunión de los santos en su hijo, que se abra y dé su riqueza a todos los hermanos. Y, sobre todo, que yo esté disponible y cercano. Y tú, Señor, en el fondo amando y queriendo darle el agua de la vida… ¡Qué misterio!

En el nº 2.714 de Vida Nueva.

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