Expectativas y problemas éticos de la selección de embriones con fines terapéuticos

(Vida Nueva) Engendrar un hijo para curar a otro crea tantas expectativas como problemas éticos, de ahí el debate social que en los últimos días ha suscitado el nacimiento en España de Javier, el conocido como primer bebé-medicamento. Aportamos, pues, dos nuevas voces a este debate, las de José María Pardo Sáenz y Juan-Ramón Lacadena.

Compasión y respeto para todos, sanos y enfermos

(José María Pardo Sáenz– Profesor de Bioética de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra) El pasado domingo 12 de octubre, nació en Sevilla Javier Mariscal Puertas, el primer bebé español seleccionado para intentar curar a un tercero. Está libre de una enfermedad hereditaria (betatalasemia mayor) y es inmunológicamente compatible con su hermano enfermo de seis años, Andrés

La creación de embriones cuya sangre sea compatible con la de un (hermano) enfermo fue aprobada por la Ley sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida de 2006, que contempla la posibilidad de aplicar las técnicas de diagnóstico genético preimplantatorio con fines terapéuticos a terceros. Esta técnica consiste en examinar la información genética presente en los embriones obtenidos mediante un tratamiento de reproducción asistida, permitiendo seleccionar aquéllos que no tengan la mutación propia de la enfermedad específica y que tengan los antígenos HLA idénticos al hermano enfermo.

Durante estos últimos días se ha hablado sobre la feliz noticia del nacimiento de un niño y sobre la posibilidad de curación de la enfermedad de su hermano. Expresada así, la noticia supone un motivo de inmensa alegría para todos. Pero ésta puede considerarse como una de las dos caras de la moneda. La otra quizás ha quedado más en el olvido. Me refiero a la destrucción del resto de los embriones. La venida al mundo de Javier ha sido acompañada de la eliminación de otros seres humanos. 

Los hechos descritos son situaciones humanas dramáticas, donde todas las personas implicadas merecen un absoluto respeto. No quisiera dejar, por eso, de mostrar la máxima comprensión hacia los padres de Andrés y Javier, que sólo han buscado obtener un sistema para curar al hijo enfermo. Es natural que unos padres deseen el bien de sus hijos, y que sufran buscando una solución a la enfermedad de alguno de ellos. 

Pero, en ocasiones, el silenciar un drama puede generar otro mayor. La actitud del avestruz resulta poco responsable. Éste es el motivo por el que se debe emprender una reflexión serena y objetiva del problema en cuestión, encaminada a aportar la máxima información posible a las familias en estas situaciones.

Al menos tres interrogantes surgen del análisis de los hechos. El primero, determinar si la técnica es utilitarista o no, es decir, si someter la vida humana a criterios de pura eficacia técnica supone reducir la dignidad de los seres humanos a mero valor de utilidad. Yo me inclino por responder afirmativamente. Recordemos que, para la filosofía utilitarista, el fin justifica los medios.

Una segunda cuestión que emerge es el alto coste de vidas humanas que suponen estos procedimientos. En efecto, la selección de unos embriones -sanos e histocompatibles- lleva implícita la eliminación de otros que no reúnen el estándar requerido por el futuro receptor. Esto, no se puede olvidar, implica la destrucción de embriones enfermos y sanos no histocompatibles. 

Por último, se piensa que con estos procedimientos se está abriendo la puerta de nuevas selecciones: los bebés de diseño o niños a la carta, concebidos según las preferencias de los padres (altos, rubios, de ojos claros, etc.). A este respecto, es conocida la historia de dos lesbianas que querían un hijo sordomudo como ellas. La pareja consiguió convencer como donante a un amigo sordo congénito de al menos cinco generaciones sin capacidad auditiva. El resultado fue un bebé que a los cuatro meses presentaba una profunda sordera en el oído izquierdo y un rastro deaudición en el derecho. 

Resulta encomiable el empeño orientado a la desaparición de las enfermedades. Pero los planteamientos emotivos encaminados a justificar prácticas tan inhumanas como las descritas arriba, no resultan aceptables. Es cierto que hay que curar a los enfermos, pero sin eliminar nunca para ello a nadie. Pues la compasión bien entendida tiene su comienzo en respetar los derechos de todos, sanos y enfermos. 

Aquí conviene indicar que el señalar un error y no aportar soluciones de nada sirve. La medida que apuntan muchos expertos son los bancos públicos de sangre de cordón umbilical, con el objetivo de que cada vez haya más células almacenadas y, así, sea más fácil encontrar un donante compatible.

Selección de embriones con fines terapéuticos: el fin no justifica los medios

(Juan-Ramón Lacadena– Profesor Emérito de la Universidad Complutense) Hace cuatro años publiqué en estas mismas páginas (Vida Nueva, nº 2.428, 12 junio 2004, pp. 8-10) un comentario sobre el problema bioético que emergía en relación con la posible utilización futura en España del diagnóstico genético preimplantacional para la selección de embriones con fines terapéuticos. En aquel entonces, la legislación española prohibía la utilización de dicha técnica, pero dos años más tarde la Ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida legalizó la situación. Esto abría las puertas a la técnica cuya aplicación se ha hecho realidad recientemente: el pasado 12 de octubre nació en Sevilla el primer bebé seleccionado genéticamente “para” curar a su hermano enfermo de talasemia. Según palabras de su madre, su hermano enfermo, de seis años, “es consciente” de que el hermano recién nacido puede salvarle la vida. Precisamente, estos dos entrecomillados ponen de manifiesto uno de los problemas bioéticos de la cuestión: la instrumentalización del ser humano que contradice el principio kantiano de que “el hombre es un fin en sí mismo, no un mero medio”. Los problemas bioéticos que plantea la técnica no son nuevos, simplemente se han reavivado. Por eso siguen siendo válidas las reflexiones que hacía en esta revista hace cuatro años.

Antes de iniciar cualquier valoración sobre el tema, debemos tener presente que se trata de situaciones humanas dramáticas y que, como tales, todas las personas implicadas en la discusión merecen un absoluto respeto y comprensión, lo cual no quita que se deba hacer una reflexión serena y objetiva.

Cuando se plantea el caso de los padres que quieren seleccionar un embrión sano e histocompatible para que pueda ser donante de su hermano enfermo, se suele argumentar que normalmente la probabilidad de éxito de la transferencia de las células troncales del cordón umbilical es muy alta y que, por tanto, ahí termina la historia, pero no se hace referencia ni se reflexiona sobre qué ocurriría si ese primer trasplante falla: ¿quedará el nuevo hermano como “reservorio” vivo permanente para nuevos y dolorosos trasplantes de médula ósea? Ya no es el cordón umbilical del recién nacido, sino el niño de edad creciente, el que se puede llegar a sentir instrumentalizado en bien de su hermano. No hay que olvidar la posible “carga psicológica de los niños nacidos para salvar vidas”. 

Aunque algunos rechazan la selección de embriones con fines terapéuticos por considerarla inmersa dentro de una filosofía utilitarista, otros, por el contrario, la aceptan porque consideran que en este caso el fin sí justifica los medios, en el entendimiento de que el nuevo hijo concebido va a ser querido por sí mismo, independientemente de la intencionalidad con la que fuera concebido y de si su venida al mundo resulta o no eficaz para el fin terapéutico propuesto. 

Otro problema ético fundamental que plantea la técnica es, obviamente, que la selección de unos embriones lleva implícita la eliminación de los otros embriones que no reúnen el estándar genético requerido. En términos estadísticos, la probabilidad de que nazca el niño buscado es, aproximadamente, de un 5% (producto de tres probabilidades: 75% de que sea sano, 25% de que sea histocompatible con su hermano y 25% de que, al ser transferido al útero, se implante y prosiga una gestación a término). Lo cual significa que, en principio, para lograr éxito, hay que partir de 21 embriones obtenidos por fecundación in vitro, de los cuales unos serán eliminados por no ser genéticamente sanos o no ser histocompatibles con el futuro receptor y otros se perderán al no ser capaces de implantarse y llevar una gestación normal. Es evidente que la valoración ética dependerá del criterio que se tenga sobre el embrión humano en fase preimplantacional. En cualquier caso, no debe olvidarse el principio ético de que “el fin no justifica los medios”.

Cuando se argumenta que ante la vida de un niño cualquier método es válido, podemos preguntarnos si no hay otros medios de buscar su salud, como puede ser, por ejemplo, buscar alguna muestra histocompatible en bancos de cordón umbilical. Si la muestra es suficientemente grande, siempre puede encontrarse la adecuada, aunque la probabilidad de histocompatibilidad genética entre individuos no emparentados sea muy pequeña. Hasta ahora, los cordones umbilicales de los recién nacidos iban normalmente al cubo de los desperdicios. ¿No sería factible regular jurídicamente la obligatoriedad de conservar muestras de las células troncales extraídas de la sangre del cordón umbilical de todos los recién nacidos aunque el costo sanitario fuera importante?

En el nº 2.633 de Vida Nueva.

Compartir