A comienzos del XX pidieron retirar los crucifijos de las escuelas. La alarma saltó y todo quedó en verborrea parlamentaria. Joaquín Costa recordaba cómo él mismo había visto a la gente en Jaén comer hierbas cocidas ante la hambruna que se extendía por los páramos españoles , mientras en los cálidos escaños del Congreso debatían la estupidez de los crucifijos.