Las cruces de Oviedo

(Jorge Juan Fernández Sangrador– Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la BAC)

“En estos doce meses, miles de peregrinos provenientes de todas partes han acudido a venerar las cruces; la catequesis impartida a diario en la cámara santa ha sido realmente provechosa para cuantos la han escuchado”

El domingo 11 de enero tendrá lugar la clausura del año santo convocado por el arzobispo Carlos Osoro Sierra con motivo de la donación de las cruces de los ángeles y de la victoria a la catedral de Oviedo hace mil doscientos y mil cien años, respectivamente. Expuestas en la cámara santa, constituyen, junto a las insignes reliquias conservadas en ese lugar, especialmente el sudario de Cristo, un preciado tesoro que el clero capitular custodia desde hace siglos, y por el valor espiritual de tales pertenencias, a la primera iglesia de la diócesis se la ha distinguido con el título de Sancta Ovetensis.

La historia fue así. Alfonso II encargó una cruz que después regaló a la catedral en el año 808. Por la delicada factura de la obra se llegó a pensar si no habría sido hecha por ángeles. De ahí su denominación. La de la victoria, en cambio, se cree que es la que portó Pelayo durante la batalla que, en el año 722, tuvo lugar en Covadonga. Alfonso III ordenó que la ornaran y, en el año 908, la donó a la catedral. Esta cruz, calificada en el Viage de Ambrosio de Morales como “la más rica joya que hay en España”, devino emblema del Principado de Asturias y del origen de la monarquía hispana.

En estos doce meses, miles de peregrinos provenientes de todas partes han acudido a venerar las cruces; la catequesis impartida a diario en la cámara santa ha sido realmente provechosa para cuantos la han escuchado; la confesión sacramental y la participación en la eucaristía han acreditado la eclesialidad de las celebraciones. 

Y es que la catedral de Oviedo ha sido en verdad, durante este año santo, lo que Leopoldo Alas Clarín decía de ella en La Regenta al contemplar la solitaria torre: índice de piedra que señala al cielo.

En el nº 2.642 de Vida Nueva.

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