Amazonía: las mujeres toman las riendas del presente y futuro de los pueblos originarios

papa Francisco viaje Perú Puerto Maldonado con pueblos Amazonía 19 enero 2018

La mujer ha nacido del corazón del gran árbol. El mismo árbol que ha generado el río Amazonas. Por eso, su carne sabe a agua y a bosque. En el pueblo Tikuna, cada madre lo cuenta a la hija para que, generación tras generación, la memoria de los orígenes no se pierda. Y nadie olvide cuando, al principio, la oscuridad envolvía la tierra como un manto. Fueron Yoí e Ipí –los primeros hermanos– los que buscaron dar orden y luz al caos. Yoí hizo caer un árbol que ofuscaba el cielo: tocando la tierra, su tronco se convirtió en lecho del río, las ramas afluentes y lagunas. Ipí se sumergió en él y, entonces, vio el corazón. Lo plantó y lo cuidó, hasta cuando, de las semillas, vio surgir una criatura maravillosa, bella y misteriosa como la selva. Así la mujer interrumpió en el mundo.

Los tikuna –gente de la Triple Frontera, donde se abrazan Perú, Brasil y Colombia– no son los únicos que enfatizan el rostro femenino de la Amazonía. La sabiduría ancestral es rica en mitos que subrayan el vínculo profundo entre la mujer y el bosque. “El cuerpo femenino es la síntesis de la Amazonía. La tierra es la piel, la selva el cabello, el lecho del río, su vientre que da vida”, dice Anitalia Pijache, hija de un indígena Okaina y de una Uitoto, que creció en las afueras de Leticia, en Colombia, en medio de los Tikuna.

“Nací en una comunidad donde Uitoto y Tikuna vivían juntos pero sin perder sus tradiciones. Parecidos pero no idénticos. Para nosotros, los Uitoto, la mujer nace del corazón de una planta. Pero no del gran árbol, sino de la hoja de coca, nuestra hierba sagrada. Esta última es el puente para ponerse en contacto con el Padre creador. El encuentro con la divinidad pasa por el elemento femenino, capaz de generar vida. Como la coca es el centro de la ‘maloka’, la casa de la comunidad, así, la mujer es el centro de la sociedad. Es ella la ‘guardiana de la palabra’ del hombre”.

La subordinación

Es difícil explicar esta expresión a un occidental. Para los Uitoto, cada afirmación debe hacerse realidad. El ser humano, para darse cuenta de su dignidad, debe ‘hacer que la palabra amanezca’, según una sugerente expresión nativa. Es la mujer, custodia de los susurros nocturnos, quien se asegura de que no se pierdan en la oscuridad de la noche, sino que se conviertan en vida. “Es curioso. Originalmente, entre los Uitoto, había un equilibrio perfecto entre hombres y mujeres. La subordinación de las mujeres es uno de los frutos envenenados de la colonización. Siglo tras siglo, lo hemos absorbido y hecho nuestro. Y ahora es difícil romper los estereotipos”.

Anitalia lo intenta desde los 15 años y un tío ‘anciano y sabio’ le dijo que, dada su inteligencia aguda y curiosidad, tenía una gran responsabilidad. “Desde entonces comencé a comprometerme con la comunidad, por el respeto de nuestros derechos, empezando por los de las mujeres y los niños”. Veinticinco años después, Anitalia es una reconocida activista, además de un exponente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) y de la Comisión verdad para arrojar luz sobre los crímenes de la guerra civil, que finalizó en 2016. Es lo que los Uitoto definirían una ‘guardiana de la palabra’: “No hago nada de especial. Tan solo busco mantener viva nuestra cultura. Dentro y fuera de la comunidad. Porque la palabra de mi pueblo continúe amaneciendo. Y la vida fluya”.

Nemo Nenquino es una amazonicá. Como esas intrépidas y valientes damas a quienes los ‘descubridores’ ibéricos vieron –o imaginaron– a orillas del Gran Río. La pluma del dominicano Gáspar de Carvajal –en el séquito del primer explorador Francisco de Orellana– transportó las antiguas guerreras de la Escitia en América Latina. Las siguientes expediciones persiguieron las huellas, sin encontrarlas nunca. Quizás porque, más que una crónica, la de Carvajal era una profecía del futuro. En el que las mujeres habrían luchado en primer línea –pacíficamente– en defensa de la selva. Nemo– ‘estrella’ en lengua Wao Terero– ha reemplazado las flechas por las denuncias y, con ellas, ha logrado detener el avance de las barrenas en la tierra de su propia comunidad, los Waorani de Pastaza.

Extractivismo desenfrenado

Hasta doscientas mil hectáreas de Amazonía que el gobierno ecuatoriano quería otorgar en concesión a las compañías petroleras. Era 2012 cuando una delegación oficial del ejecutivo de Quito fue a Pastaza a ‘consultar’ a los nativos, una premisa indispensable –según la Constitución–  para que un territorio indígena sea abierto a la minería. “Una pena que todo el proceso fuera una farsa”, lamenta Nemo, 35 años, pelo largo y negro como sus ojos, resaltados por un velo de henna. “Los representantes gubernamentales distribuyeron regalos y sonrisas sin explicar realmente cuál era el proyecto. A menudo, en las reuniones, no había ni siquiera un traductor. Ese consentimiento fue extorsionado”.

Nemo dirigió la ofensiva –legal– para probarlo. Junto con cuatro ‘pikenanes’, líderes espirituales, reunió a las dieciséis comunidades Waorani y, el 27 de febrero de 2019, les ayudó a presentar una apelación ante el Tribunal de Justicia. El 26 de abril una multitud femenina llenó la espera de la sentencia con canciones tradicionales. Al final, la jueza Pilar Araujo, pronunció el esperado veredicto. Los nativos –dijo la magistrada– tienen el derecho inalienable a una “consulta adecuada”. Cuando esta no existe como en el caso de los Waorani de Pastaza, se suspende la concesión. Por supuesto, la decisión puede revocarse en apelación. Representa un paso histórico en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.

Ese viernes, dentro y fuera del aula, Nemo y las demás bailaron y bailaron hasta quedar exhaustas. No fue solo una explosión de alegría. “Paso a paso, presionando los pies contra el suelo enterramos el petróleo debajo del suelo, donde es justo que esté. No estamos en contra del ‘progreso’. No es ‘desarrollo’ asesinar doscientas mil hectáreas de bosque para extraer petróleo que producirá emisiones y un mayor calentamiento global. Son elecciones miopes. Fruto de una mentalidad ‘extractiva’, dirigida a maximizar el beneficio para unos pocos y distribuir el daño entre muchos. Sobre todo, diría. Luchamos por el futuro. De nuestros hijos. Y de los vuestros”.

Una indígena en el parlamento

Jôenia Batista de Carvalho –conocida como Jôelia Wapichana, el nombre de su pueblo– lleva adelante su batalla desde los bancos del Parlamento de Brasilia. Allí fue elegida en las últimas consultas como representante del Estado de Roraima con 8.491 votos. Es la primera mujer indígena en convertirse en diputada en Brasil. Además de la segunda nativa –después de Mario Juruna– en entrar en la Asamblea. Jôelia está acostumbrada a romper tabúes: fue la primera india en graduarse en Derecho, en 1997 y la primera abogada nativa en llevar un caso ante la Corte Suprema.

“Estudié en la Universidad Federal de Roraima, junto con hijos de políticos, profesionales, editores. Los otros chicos me preguntaban si entendía portugués. Al final terminé el curso un año antes y me califiqué la quinta”, afirma la diputada. Pero el título no fue suficiente para ser aceptada por los otros líderes de la comunidad. “Yo era una mujer joven de 22 años. No fue fácil para los ancianos tomarme en serio. Tuve que demostrar mi fiabilidad en el campo”. Jôenia lo hizo asumiendo y ganando el caso para la reasignación de los 1,7 millones de hectáreas de tierra de Raposa Serra do Sol a sus legítimos propietarios: 23.000 indígenas Macuxí, Wapichana, Igarikó, Taurepang y Patamona.

“Fue un momento histórico. La lucha por la defensa de los derechos nativos no ha terminado. Al contrario. Lo demuestra el impacto causado por mi elección. Mientras sea una excepción tener una mujer indígena en el Parlamento, todavía tendremos mucho que hacer. En Brasilia, insistí en tener el estudio número 231, como el artículo de la Constitución que reconoce a los indios, su organización social, tradiciones, idiomas, creencias y el derecho a la tierra. Lucharé hasta el último aliento para que estas palabras se hagan realidad. Lo hago por mi gente y por todos los demás pueblos. La humanidad crece en el intercambio entre diferentes. Todo y todos estamos conectados”.

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