¿Qué ha pasado con la Misión Continental?

Ilustración-Aparecida(Vida Nueva) En 2007, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida, puso a todas las Iglesias locales en estado de misión. ¿Qué queda de aquel llamamiento? Para el periodista colombiano Javier D. Restrepo, la misión implica no ser sólo el mensajero, sino el mensaje. En opinión del arzobispo Baltazar Porras, se trata de una actitud permanente que requiere un aliento permanente.

No sólo ser mensajero, sino ser el mensaje

Javier-Darío-Restrepo(Javier Darío Restrepo– Periodista) El Episcopado Latinoamericano y del Caribe acordó lanzar una Misión Continental después de su Asamblea en Aparecida (Brasil). No es una misión imposible, pero casi.

Así lo están demostrando los primeros pasos, que se dan por entre un terreno erizado de obstáculos que comienzan con la pregunta: ¿de qué clase de misión se trata? ¿Es una misión como las tradicionales, en tiempo limitado? ¿O es una misión permanente en los distintos núcleos humanos? ¿Se trata de conservar lo existente, profundizándolo? ¿O de abrirse a otros grupos?

Los interrogantes y las iniciativas se multiplican a medida que pasa el tiempo. El Episcopado chileno, con motivo de las celebraciones del segundo centenario de la independencia del país, ha propuesto un diálogo abierto con todos los grupos y tendencias. Es una lectura de la misión como apertura hacia fuera.

Para los obispos de Uruguay, no se trata de otro evento pastoral, sino de una actitud permanente. Así lo declararon el 27 de abril de este año en el lanzamiento de “una Misión Continental para una Iglesia en estado de Misión Permanente”.

La misma idea de estado de Misión Permanente se escuchó durante la ceremonia celebrada en el auditorio del Colegio salesiano de Lima, ante un auditorio de 3.000 personas. Ese acto tuvo una réplica en las 45 jurisdicciones eclesiásticas del Perú, donde se definieron como objetivos de esa Misión Permanente el logro de “una fraternidad y solidaridad que permitan unir fuerzas de reconciliación, paz, amor y justicia”.

Hasta ahora, cada conferencia episcopal le da su sentido al propósito de una Misión Continental adoptado en Aparecida, y enfrenta el reto de poner en marcha una nueva misión en que la gran diferencia la marca su doble carácter de actitud y de presencia ininterrumpida. En Aparecida surgió, así, una Iglesia en estado de Misión Permanente, que dejó atrás la idea de misión que se reducía a unas movilizaciones extraordinarias que se centraban en las predicaciones de los misioneros, cuyo objetivo era estimular el acercamiento de la feligresía a los sacramentos.

Aparecida le ha dado otro sentido a la palabra ‘misión’, y la aleja de lo ceremonial y ritual para convertirla en actitud que excede los límites de unas actividades ubicadas y fechadas, y abarca lo permanente, sin tiempo ni espacio límites.

Es evidente que Aparecida le dio un nuevo contenido a la palabra, que, sin embargo, ya se presentía en la actividad pastoral de la Iglesia. Cuantos visitan y admiran las “misiones” de Paraguay, en donde ha quedado la huella del trabajo misionero de los jesuitas, se encuentran con ese sentido de una acción permanente. Cada “misión” era un centro de catequesis, pero, además, eran lugares en donde la vida cotidiana, la de las familias, la de la escuela, la del trabajo, la de la sociedad, se descubrían bajo el signo y la inspiración del mensaje de fe de la misión. Pero hay otras lecturas de la palabra.

Este llamado a la Misión Permanente está obligando a los episcopados y, por supuesto, a sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos a poner en estado de misión todas sus prácticas pastorales; y puesto que se trata de una actitud, y actitud permanente, pasan a un lugar subordinado las prácticas. Ya no es cuestión de hacer cosas, sino de ser de una determinada manera; antes la respuesta era anunciar el Evangelio, hoy eso no basta; sigue siendo indispensable, pero insuficiente, porque “la misión” implica ser el Evangelio. No sólo ser mensajero, sino ser el mensaje. Si la prioridad es el ser, la pastoral centrada en el hacer cambiará, forzosamente.

La vieja preocupación sobre el catolicismo sociológico, que alimentaba estadísticas de bautizados y balances de obras que no se reflejaban en masas de convertidos, es una legítima inquietud que regresa en busca de respuestas. ¿Qué hacer con esas grandes masas, nominalmente católicas pero incapaces de convertirse en fermento evangélico?

La Conferencia de Aparecida aporta la respuesta de la misión que, entendida como presencia de una Iglesia de convertidos, impone nuevas tareas a la pastoral y deja a un lado otras. Preocuparse por la conservación de un estatus de Iglesia de las mayorías; o mantener los ojos puestos en el crecimiento de sectas o iglesias, o engrasar y afinar las armas apologéticas para conservar inviolada y triunfante una doctrina, son tareas que tendrán que someterse a revisión. El llamado a la misión es más exigente que eso.

Al cumplirse los dos años de Aparecida, habrá una revisión de lo que se ha hecho en materia de Misión Continental, porque se trata de aprender los unos de los otros en un tema que está renovando la pastoral en una Iglesia que, además de mantenerse en estado de misión, también ha entrado en estado de aprendizaje.

 

Una actitud permanente que requiere aliento permanente

Baltazar-Porras(Baltazar E. Porras Cardozo– Arzobispo de Mérida, en Venezuela, y vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM) El acontecimiento Aparecida, como encuentro del Episcopado Latinoamericano y como hoja de ruta para los próximos años del subcontinente, gira en torno a varios ejes. El primero, el camino discipular y misionero del creyente. Si bien en la Iglesia hay carismas y ministerios diversos, la razón fundamental de seguir a Jesús está en hacer escuela, comunidad, familia, que no se encierra en sí, sino que tiene la mira en el otro, llámese prójimo o espacio.

Intentar vivir de otro modo el ser cristiano es también una exigencia del cambio de época. El vino añejo de la fe en odres nuevos postula creatividad y fidelidad. La rémora de la rutina y el miedo a abrir nuevos derroteros se dan de la mano, pero no paralizan. La esperanza, la humana y la teologal, son el motor de los nuevos tiempos.

Aparecida es consciente de que esta propuesta exige una conversión pastoral. No se trata de retoques ni maquillaje. La renovación de las estructuras eclesiales, para que respondan a los nuevos tiempos, es condición sine qua non para que la teoría no se quede en bellas palabras. Es la segunda exigencia, que requiere un fuerte planteamiento de conversión interior. No se trata de inventar, ni de echar por la borda lo recibido, sino de responder a la nueva época que pareciera estar de espaldas a lo trascendente y a lo institucional.

En tercer lugar, la otra novedad de Aparecida, la postuló Benedicto XVI: la Misión Continental. Acogida con entusiasmo, no hubo tiempo para profundizar la propuesta durante las tres semanas de reflexión y redacción del Documento. Lo que sí quedó claro es que no podía ser lo que tradicionalmente entendíamos por misión.

El tiempo ha ido decantando experiencias de “Misión Continental”, unas más parecidas a las misiones tradicionales, con el aditivo de que intenta ser “Permanente”. Es decir, una acción prolongada de vivencia personal y comunitaria, con la dimensión misionera, de salir de sí. Las noticias que llegan de muchos sitios no son lo suficientemente extendidas como para afirmar que la misión es “la” acción prioritaria y principal de la mayor parte de las Iglesias locales. Hace falta en este momento recoger y evaluar dichas experiencias, para que se vaya extendiendo a todos los rincones del continente esta peculiar misión.

La Palabra de Dios, vivida como lectio divina encarnada en el hoy, en las circunstancias peculiares del mundo que nos rodea, va siendo la andadura más socorrida. Me atrevo a afirmar que es la acción eclesial más exitosa y novedosa, a la vera de la Misión Continental. Es el llamado a los de dentro, a los que, de una u otra manera, se han sentido hijos de la Iglesia aunque no estuvieran muy activos o practicantes.

Las experiencias de misión de cara a los de fuera, personas o ambientes que no giran en torno a lo sagrado, a lo religioso, a lo eclesial, son menos numerosas. Una que llama la atención y abre posibilidades en otros campos es el llamado del Episcopado chileno a reflexionar sobre el bicentenario de la independencia. Todos los partidos políticos y la inmensa gama del pensamiento moderno se acogen a reflexionar conjuntamente para buscar puntos de convergencia, analizar las diferencias y mirar hacia el futuro como responsabilidad solidaria de todos los hombres de buena voluntad.

La opción de dejar a la libre iniciativa de cada Iglesia particular la puesta en marcha de la Misión Continental es un arma de doble filo. Por un lado, es un llamado a la creatividad, a la diversidad, al respeto de cada realidad eclesial. La otra cara de la moneda es la debilidad de quienes no cuentan con recursos suficientes, humanos y de otra índole, para llevar adelante iniciativas que requieren planificación e infraestructura de acción.

Hace falta que alguna instancia superior, quizá los observatorios pastorales existentes, haga un inventario de las iniciativas y su andadura para evaluar el camino recorrido. La misión como actitud permanente requiere del aliento también permanente de los agentes pastorales, que tienen la obligación de ser los primeros en medir el alcance de una conversión pastoral, que pasa por la renovación de las estructuras pastorales existentes. No apaguemos el espíritu de Aparecida, que nos llama a ser discípulos misioneros en el hoy de América Latina.

En el nº 2.682 de Vida Nueva.

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