El recuerdo emotivo de las cosas

Los neurocientíficos suelen insistir en que el mundo espiritual del hombre se origina en el cerebro. Ideas, sentimientos, premoniciones, amores, todos los movimientos inmateriales, tendrían para ellos localización orgánica en la cabeza.

No opinan así ni los poetas ni el sentido común. Por ejemplo, la gente estima que el mal genio viene del hígado; el amor, del corazón; la tristeza, de los pulmones. Y los poetas refuerzan: “solo recuerdo la emoción de las cosas –sentencia Antonio Machado–, y se me olvida todo lo demás, muchas son las lagunas de mi memoria”.

Según este vate español, memoria y olvido no serían operaciones de la inteligencia, como pensaría cualquiera. Recordar no dependería del esfuerzo voluntario para utilizar técnicas de fijación, como las que obligan en la educación, basadas especialmente en repetición de datos.

No. Machado recuerda emociones, no cifras, nombres, fechas, dimensiones. Es decir, se deja impactar en lo profundo por vibraciones del ánimo que dejan impresión indeleble. Las informaciones restantes son desechables, las devora el olvido.

¿Dónde palpitan las emociones? Ciertamente no el cerebro. Quien se enamora siente mariposas en el estómago. A quien tiene miedo se le desordenan las tripas. Un gran amigo es alguien entrañable, es decir, una persona querida con las entrañas. De modo que el órgano de los sentimientos es más bien el estómago.

Desde el estómago sube al cerebro, en calidad de memoria, la emoción de las cosas. Y así se consolida el universo interior de la gente.

Arturo Guerrero

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