Todos contra el hambre

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Mientras la economía condena a millones de personas a la muerte por hambre; los Bancos de Alimentos demuestran que hay alimentos para todos.

Mientras la palmicultura destina recursos y tierra para mantener motores en movimiento; los Bancos de Alimentos deben rescatar alimentos para que millones de seres humanos se mantengan vivos y dignos.

Hay una brecha entre la humanidad satisfecha que se desvela por el sobrepeso, y la humanidad hambrienta que lucha para obtener los gramos de supervivencia. Luchan para cerrar esa brecha los que, desde los Bancos de Alimentos, sirven una mesa donde cada vez caben más comensales.

En las iglesias de Estados Unidos suele verse la escena de feligreses que llegan con paquetes de alimentos y los depositan en unas canastas situadas cerca de la entrada; también es frecuente la escena de personas que retiran los alimentos que necesitan, sin requisito alguno y como quien toma lo que es suyo.

3968636601_631332916e_oEs una de las formas de que se valen los estadinenses para reparar, hasta donde es posible, el exceso del desperdicio de alimentos impuesto por la lógica de los negocios. Esta es una historia vieja en la que se destacan episodios como el del millón de granjeros que enterraron entre la mitad y la cuarta parte de la cosecha de algodón en 1933; o la de los que mataron seis millones de cerdos para convertirlos en abono; también fueron enterradas más de 5.000 hectáreas de tabaco mientras en los huertos se pudrían los duraznos. Fueron años de crisis en que, para elevar los precios, los monopolios quemaron trigo y arrojaron café al mar, al tiempo que se multiplicaban en el país los hambrientos que dejaba la crisis financiera. Coexistían, pues, el desperdicio de alimentos y el crecimiento del hambre.

Superada esa crisis, en 1950 el gobierno pagó por la destrucción de 40.000 millones de matas de papa y se les pagó a los granjeros que disminuyeron la producción de leche y de cereales. Al recordar estos datos, el economista austriaco Adolf Kozlik confirmó su tesis de que el capitalismo se olvida del hombre con tal de fortalecer la economía. Equivalentes a esas destrucciones de alimentos fueron los recursos de desperdicio para las guerras y para la aventura espacial en que el despilfarro se mantuvo como factor estimulante de la economía.

Sea que esa cultura del desperdicio echara raíces, o que se repitieran, ampliados, los criterios de atesoramiento a cualquier costo y de olvido de la población hambrienta, lo cierto es que no ha cesado sino que se ha aumentado el fenómeno del  desperdicio de alimentos. La FAO denunció el contraste inhumano de los 1.300 millones de toneladas que se desechan y de los 900 millones de personas hambrientas que existen en el mundo.

El papa Francisco reaccionó con dureza ante ese escándalo: “los alimentos que se tiran a la basura, se roban de la mesa  del pobre, del que tiene hambre”. En efecto, no hay hambrientos porque faltan alimentos en el mundo, sino porque los pobres son excluidos de la mesa.

El mundo con conciencia ha respondido a esa situación con la creación de bancos de alimentos que participan de la Red Global de Bancos de Alimentos, de la que hace parte ABACO, la Asociación de Bancos de alimentos de Colombia, en donde hay 20 bancos que operan en 19 ciudades para servicio de la población más insegura en materia de alimentos.

Pienso en ese proceso mientras veo, allá abajo, las estanterías repletas de alimentos técnicamente empacados y, a un lado, la larga mesa rectangular en donde un grupo de voluntarios selecciona cargamentos de frutas que los supermercados desechan y que, en vez de botarlas, las entregan al Banco. Los voluntarios las clasifican como útiles, o como aprovechables para compotas, mermeladas u otros productos, o definitivamente como desechables.

IMG_1243Entre los que se dedican a esa tarea, provistos con guantes y gorros sanitarios, hay universitarios, escolares, jóvenes scouts o personas que han donado su tiempo para las actividades del Banco.

La convocatoria del Banco de Alimentos es amplísima porque allí se parte de la idea de que el problema del hombre es una responsabilidad de todos, pero especialmente de los creyentes. Para el papa Francisco, la cultura consumista que genera la cultura del despilfarro, desemboca en un robo a los pobres. “Nuestros abuelos, dijo en una de sus audiencias generales, solían remarcar que no había que tirar la comida que sobraba. Pero el consumismo nos ha acostumbrado a despilfarrar comida diariamente y somos incapaces de ver su valor real”.

A esa motivación de justicia, el cardenal Arzobispo de Bogotá agregó que proveer alimento a los hambrientos “es una de las maneras con que respondemos al amor con que nos experimentamos amados. Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios”. Y “creer en la caridad, suscita caridad”.

Los obstáculos

Sin embargo no ha sido una tarea fácil. Aunque no el más importante, sí llegó a ser un obstáculo en esa tarea, una agencia del Estado. Cuando se pensaba que el gobierno con su campaña contra la pobreza y firmante al pie de los objetivos del milenio, apoyaría, o al menos, dejaría hacer, resultó gravando con IVA los alimentos donados por las empresas. Así lo determinó la DIAN y lo sostuvo durante la primera Conferencia Latinoamericana de Bancos de Alimentos reunida en Bogotá. Allí Colombia apareció como el extraño lugar del mundo en donde regalar alimentos para los hambrientos era más costoso que tirarlos a la basura. Una oportuna reforma de la ley tributaria eliminó ese obstáculo y hoy la donación de alimentos está exenta del IVA.

La otra dificultad ha sido de carácter cultural. Un informe sobre basuras en Bogotá, reveló que el 61% de los desechos que van a los basureros, son alimentos. De esos, el 52% son alimentos sin preparar; el 9% son alimentos preparados. O sea que un cambio cultural, una nueva mirada sobre los alimentos y lo que ellos representan para la población hambrienta, duplicaría la disponibilidad de alimentos y el número de comensales a la mesa bogotana.

Ante ese despilfarro escandaloso e injustificado, la FAO difundió recomendaciones como la de no comprar alimentos innecesarios; mirar la fecha de caducidad como una sugerencia; cosechar en el momento oportuno, desarrollar y aplicar la tecnología de conservación de alimentos y, a los industriales, donar los alimentos que no se hayan vendido.

Primero, los motores

IMG_1132En el escritorio del ministro de agricultura ha permanecido sin solución el otro obstáculo que encuentran las campañas contra  el hambre: el uso del maíz, no para alimento humano, sino para  quemarlo en los motores de los automóviles, convertido en etanol. El maíz que en Estados Unidos alimenta los motores, sería suficiente para alimentar a 350 millones de personas durante un año.

En Colombia, al daño que representa sustraer tierras que debían producir alimentos para dedicarlos a cultivos para biocombustibles, se agrega la asociación de la palmicultura con distintas formas de violencia. Las alianzas de palmeros con los paramilitares y con bandas criminales; el desplazamiento forzado de las familias campesinas para arrebatarles sus tierras; la creación de ejércitos privados para intimidar al campesinado que reclama sus derechos y enajenar sus tierras, la corrupción de notarios, registradores y funcionarios, son hechos que han marcado una actividad que, además, ha logrado disminuir la producción de alimentos. Así, la palmicultura es un negocio que le ha traído al país hambre y criminalidad.

El obstáculo de la indiferencia

3968625757_bd43986d09_oEste es el otro obstáculo. El hambre es una enfermedad que no hace ruido, que a veces se silencia voluntariamente por vergüenza y que debilita a las personas hasta el extremo de impedirles la queja o la protesta; por eso propicia la indiferencia.

Para sacudir esa indiferencia están las campañas como la que dio lugar a la aparición del Banco de Alimentos de la Arquidiócesis de Bogotá. En el año 2001, con motivo de la cuaresma, el arzobispo lanzó su campaña de Comunicación Cristiana de Bienes. Los aportes que se recolectaron durante esa campaña fueron el capital semilla del Banco que, 12 años después, ha movilizado, a favor de la alimentación de los más necesitados, a toda clase de personas que operan a través de 700 organizaciones integradas en 9 redes que cubren la capital y los municipios alrededor, para servir la mesa de 112.800 personas de 14.007 familias. Durante este tiempo el Banco  ha procesado 100.000 toneladas de alimentos, y el propósito es que en el año 2021 se haya llegado a las 500.000 toneladas.

El arte de dar

Esta empresa de dar, y de dar comida a las personas, no funciona con el solo impulso de los corazones generosos. Necesita una estructura administrativa y previsora, que es la que se ha creado bajo el impulso de una caridad inteligente. Ayudados por la imaginación y la creatividad, en el Banco de Alimentos han garantizado la permanencia  y el desarrollo con la vinculación  de 20 universidades, 35 programas académicos, una larga lista de donantes, 1500 estudiantes de universidad y de colegios. Dentro de ese propósito el Banco mantiene la formación de 75 emprendedores sociales y de 40 gestores innovadores y de 35 gestores pioneros porque, de acuerdo con la conocida sentencia, el Banco no se limita a servir el pescado, además enseña a pescar.

Las obras de beneficencia que se mueven con el solo impulso emocional tienen vida corta. El combate contra el hambre requiere más que eso y se aplica a la formación de actitudes; por eso el empeño del Banco a través de un personal que alterna su trabajo con los alimentos, y su formación. 21 de sus colaboradores estudian carreras como  tecnología de diseño visual, epidemiología, salud comunitaria, gerencia de alimentos, ingeniería de sistemas, mercadeo o administración de empresas.

Por otra parte, junto con el procesamiento, empaque y distribución de los alimentos se han mantenido los cursos para colaboradores a quienes se les estimula la creatividad y la innovación para un trabajo que exige lo mejor de las personas.

Así, mientras en el mundo las lógicas de la economía impulsan una creciente deshumanización, se están multiplicando los que, contrariando esa corriente, luchan por un mundo en que haya pan en todas las mesas. Será una tarea larga, y así lo prevé el cardenal arzobispo de Bogotá, monseñor Rubén Salazar. “Falta mucho, escribió, para que todos los habitantes de la región capital, puedan sentarse a la mesa. Mientras el pan digno no sea una realidad tangible, no podremos descansar”.

 

Las cifras del hambre

Hambrientos en el mundo: 900 millones de personas.4055551177_4955d21534_o

Comida a la basura: 1.300 millones de toneladas.

(PNUMA – Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente).

Hoy se desperdicia  un 50% más de comida que en 1970.

En Latinoamérica el promedio de personas con hambre es el 7,7%; en Colombia es el 12,6 %.

(FAO. 2012).

En Colombia el 41% de los hogares sufre inseguridad alimentaria.

(Encuesta Nacional Nutricional de 2005).

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