“Me llena de alegría la elección del papa León XIV. Es una verdadera bendición para la Iglesia”, dice Norma Pimentel con una sonrisa que parece traspasar la pantalla. “El papa Francisco nos enseñó a defender la dignidad humana, especialmente la de quienes viven al margen de la sociedad. Y ahora veo la misma atención en León XIV con su presencia junto a los pobres, su compasión y su capacidad para inspirar esperanza.
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Desafía las injusticias que causan sufrimiento y nos invita a todos al diálogo y al compromiso de construir la unidad; como recuerda su lema, En ‘Uno, somos uno’. Diálogo. Esperanza. Son las palabras que guían la vida de la hermana Norma, una religiosa mexicana y estadounidense que siempre ha estado cerca de los últimos, de los migrantes, de los pobres y de los marginados. Su intensidad es palpable, incluso a través de la pantalla. Cada palabra acaba con la distancia, llega directa al corazón.
De cabello corto plateado y ojos castaño claro, Norma Pimentel –de 72 años, de las Misioneras de Jesús, nacida en Brownsville (Texas) de padres mexicanos– no oculta su emoción al hablar de migrantes. Para ella, cada historia es un rostro y cada injusticia, un dolor que la conmueve. Durante más de cuarenta años ha curado las heridas grabadas en cuerpo y alma de los que han sufrido la violencia en sus países de origen y en la huida a lo largo de cientos de miles de kilómetros hacia la frontera de Estados Unidos.
Allí, dirige las Caridades Católicas del Valle del Río Grande, donde ofrece refugio, atención y asistencia a decenas de miles de refugiados. En 2015, el papa Francisco elogió públicamente su compromiso y quiso conocerla durante su viaje a Nueva York. En 2020 fue incluida entre las cien personas del año por la revista ‘Time’. Licenciada en Bellas Artes, también es conocida por su trabajo como pintora.
PREGUNTA.- ¿Qué le preocupa sor Norma?
RESPUESTA.- Cuando cambió la administración de la Casa Blanca, comenzamos a ver en los ojos de los migrantes una tristeza, angustia y desesperación sin precedentes. La pregunta estaba grabada en sus rostros: ‘¿Qué pasará ahora?’. No me refiero solo a los refugiados que, de la noche a la mañana, vieron cancelada su cita para solicitar asilo en la frontera y quedaron varados en los puentes internacionales de las ciudades fronterizas. Hablo de quienes llevaban años viviendo en Estados Unidos. Familias con trabajo, hogar, estabilidad… Todo lo que habían construido corría el riesgo de derrumbarse. Comprendí entonces que mi misión era devolverles la esperanza.
No están solos
P.- ¿Cómo hacen para devolver la esperanza a quién ve cómo se derrumban sus certezas?
R.- Hasta enero, quienes acababan de cruzar la frontera eran quienes llamaban a las puertas de nuestros centros para recibir ayuda y asistencia. En ocasiones, era la propia policía de inmigración quien los acompañaba. Sin embargo, cada vez son menos. Han aumentado las necesidades de los migrantes de larga duración que aún se encuentran en situación irregular debido a una serie de limitaciones legales.
Tienen miedo de salir de sus hogares, de ir a trabajar, de enviar a sus hijos al colegio por temor a ser detenidos y expulsados. Están aterrorizados. En mi asociación nos preguntamos cómo hacer sentir a estas personas que la Iglesia está cerca y acompaña su sufrimiento. Visitamos parroquias y asociaciones y les explicamos sus derechos, qué hacer en caso de ser detenidos y a qué abogados pueden acudir.
Damos testimonio de que estamos con ellos. Que no están solos. Que juntos podemos afrontar todo esto. Les escuchamos, buscamos soluciones a sus problemas prácticos y tratamos de prepararles para que estén listos, psicológicamente, para lo que les pueda pasar.
P.- En muchos países están surgiendo partidos y líderes que proponen mano dura para frenar a los migrantes. ¿Dónde nace tanta hostilidad?
R.- La política ha “capturado” la cuestión migratoria y la ha transformado en una poderosa arma electoral. Mediante una narrativa falsa, se representa a los migrantes como intrusos a los que temer. Se les priva del derecho a ser personas y se les transforma en criminales, especuladores, vagos a los que mantener que han llegado a nuestras naciones para quitarnos el trabajo, los recursos y la seguridad. Desde esta perspectiva, no merecen ninguna piedad. El miedo justifica la adopción de las políticas más crueles contra ellos.
El enemigo externo
P.- La retórica antiinmigrante tiene una fuerte influencia en los trabajadores humildes, los suburbios, las clases trabajadoras. ¿No empatizan con quienes viven en condiciones similares?
R.- Los ciudadanos con menos recursos son los más expuestos al miedo. Se sienten frágiles, indefensos, enfadados, y creen que un gobierno “fuerte” podrá defenderlos de las crecientes dificultades que enfrentan. Creen en la amenaza del “enemigo externo” avivada por una retórica falsa. Aunque muchos están empezando a darse cuenta del engaño.
Hay quienes están empezando a cambiar de opinión. Quienes son expulsados no son delincuentes comunes, sino que son vecinos, amigos, familiares conocidos, feligreses y compañeros de colegio de nuestros hijos. Lo cierto es que los migrantes no vienen a quitar, sino a dar.
P.- ¿Qué aportan los migrantes?
R.- En los últimos años, he conocido y tratado de ayudar a más de medio millón de migrantes. Esto me ha obligado a reflexionar sobre lo que significan para Estados Unidos. Nos dan mucho más que su contribución material en términos de trabajo. Al verlos rezar de rodillas, comprendí que los migrantes vienen a santificarnos con su presencia. Nuestro país, impregnado por su sufrimiento y por la enorme resistencia que encuentran, se convierte en tierra sagrada.
Su éxodo es un acto de fe en la vida y en Dios porque dejan atrás toda certeza, sufren todo tipo de abusos en el camino y continúan con la fuerza de la esperanza en la posibilidad de alcanzar seguridad en otro lugar. En nuestros refugios, veo a hombres levantarse en medio de la noche, ir a la capilla y, en la oscuridad, hablar con el Señor con conmovedora confianza y naturalidad.
Así que doy gracias al Padre por estos hermanos que están santificando nuestros hogares y comunidades. Los estadounidenses no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo. Al cerrarles la puerta en la cara, ahuyentándolos sin piedad, nos cerramos a Dios. Espero que el Señor nos perdone de verdad.
P.- ¿Cuáles son las esperanzas de quienes llegan a nuestros países buscando refugio?
Cada historia es diferente, pero hay similitudes. Si a un padre se le pregunta por qué vino, suele destacar la necesidad de mantener a su familia. Las madres, en lugar de hablar, señalan al niño a su lado y simplemente dicen: por él o por ella. Tienen un temor más que fundado de que terminen en bandas criminales. Esto les da la determinación de partir para llevarlos a un lugar donde puedan crecer y estudiar. Y los hijos esperan reunirse con sus padres cuando llegan solos.
Tierra de oportunidades
P.- ¿Qué consejo daría a los gobiernos que desean construir muros, físicos o legales, para detener a los migrantes?
R.- Fue el presidente Reagan quien afirmó que Estados Unidos se fundó en la acogida de migrantes de todo el mundo. Que es una tierra de oportunidades para quienes desean contribuir a la comunidad y mejorarla. Todos los países se benefician del talento, de las vidas y de los valores de quienes llegan a ellos.
Al aislarnos e impedir que otros formen parte de nuestro presente y futuro, cerramos la posibilidad de progresar como sociedad. En lugar de cerrar las fronteras, los gobiernos deberían hacer un discernimiento serio para crear una política migratoria ordenada, capaz de acoger e integrar a las personas.
P.- En 2019, instó al presidente Trump a reunirse con migrantes en uno de sus albergues. ¿Le invitaría de nuevo?
R.- Por supuesto. Es fundamental ver, escuchar y hablar con los migrantes en persona antes de tomar decisiones sobre ellos. Al acercarnos a una realidad, permitimos que nos provoque. Nos abrimos, de alguna manera, a Dios, quien nos habla a través de lo que sucede. Al contemplar los rostros de los refugiados, nos damos la oportunidad de vislumbrar el de Cristo. Con la mirada puesta en Él, ciudadanos y líderes podrán tomar las decisiones correctas por el bien de los pueblos y la humanidad.
P.- El papa Francisco expresó el sueño de una Iglesia pobre para los pobres, un hospital de campaña, una madre misericordiosa. ¿Cree que los católicos estadounidenses están dando pasos en esta dirección?
R.- Los sacerdotes y obispos están sinceramente comprometidos en su esfuerzo de llevar un mensaje de misericordia a la sociedad. Muchos fieles están atemorizados. La crisis mundial, la falsa narrativa sobre los migrantes y las consecuencias de decir o hacer algo contracorriente los atenazan.
Y el miedo nos hace prisioneros. Muchos fingen no ver lo que les sucede a los migrantes. El Evangelio es claro: acoger al pobre y al extranjero significa acoger a Jesús. La Iglesia no puede eludir la tarea de proclamarlo con fuerza, ahora y siempre.
P.- El miedo es lo opuesto a la esperanza, la virtud cristiana por excelencia a la que está dedicado el Jubileo. ¿Qué hace tan difícil tenerla?
R.- El individualismo del que somos rehenes. El concentrarnos obsesivamente en nosotros nos hace perder de vista a los demás. La falta de contacto humano es lo que más me preocupa. Por desgracia, internet y las redes sociales favorecen la virtualización del mundo y la sociedad, especialmente entre los jóvenes.
Solos, sin Dios y sin hermanos, es difícil encontrar la fuerza para seguir adelante. Yo no podría. No daría un paso sin la certeza de que Dios está presente en mi existencia y me acompaña. Me encanta comenzar el día con un momento de adoración silenciosa ante el Santísimo Sacramento. Es el Señor quien me da la esperanza de que mi lucha diaria no es en vano.
Que el mal, el dolor y la angustia no durarán para siempre. Mi misión y la de todo cristiano es hacer tangible la presencia de Dios, aquí y ahora. Secando las lágrimas de los que lloran, sanando las heridas de los abandonados y escuchando el clamor de los afligidos. Estando cerca de quienes sufren en el momento de oscuridad, esperando la luz. Porque la luz llegará.
*Entrevista original publicado en el número de junio de 2025 de Donne Chiesa Mondo.