Mamá, quiero ser cofrade

En cada grupo hay una pregunta que siempre se repite: ¿cómo llegamos a los jóvenes? Sin embargo, más allá de tecnologías, nuevos códigos y redes sociales, parece que hay algo que no cambia. Que los jóvenes, de ayer y de hoy, siguen buscando sentirse parte de algo mayor que ellos mismos. Hace dos años, Jimena Román, que hoy tiene 20, se encontraba bastante perdida. Acababa el instituto y no sabía bien cuál era su camino. “En ese momento, necesitaba encontrar algo de luz, y me hice una promesa a mí misma y a Dios”, relata a ‘Vida Nueva’ esta joven de Carabanchel (Madrid). Inició entonces un camino que la ha llevado no solo a estar ya en su segundo año de Ingeniería de Minas, sino, también, hasta algo que la hace realmente feliz: este año se estrena como cofrade.



“Fue un primo mío, que ha estudiado Teología y que ya había sacado el paso otros años, quien me animó a entrar en el mundo de las hermandades y a acercarme a la parroquia, a entablar conversación”, explica. De esta manera, llegó a la parroquia Nuestra Señora de las Delicias, en Madrid, donde tiene su sede la Hermandad penitencial del Santísimo Cristo del Camino y María Madre de las Delicias, a la que ahora pertenece esta joven. “Desde el primer momento me sentí súper bien acogida”, asegura Jimena, a quien le ha llamado mucho la atención el hecho de que las hermandades “son algo que siempre ha estado ahí, y antes yo pensaba que era cosa de personas mayores. Pero una vez que entras, te das cuenta de que no es tanto la edad ni del sitio de donde provengas, sino lo que nos une a todos: el amor y la fe”.

Más que un paso

“En cuanto te empiezas a adentrar en este mundo, te das cuenta de que hay un trabajo continuo de muchas personas, que va mucho más allá de la Semana Santa y que involucra incluso a aquellas que ya, por unos motivos u otros, no salen junto al paso”, continúa Jimena. “Hay un esfuerzo grandísimo detrás y es bonito comprobar que la fe nos une y de lo que es capaz, porque se suele decir que el amor todo lo puede… pero la fe puede más todavía. Mueve el mundo entero”. Así, recuerda a su compañera Remedios, “que ayuda día a día, aunque tiene mal el hombro”, o José, “cargando, aún con un problema en el pie”. Como acaba de entrar, aún no le ha dado tiempo de conocer a todos, “pero la verdad es que, hasta ahora, todo el mundo me ha parecido un encanto. Me han acogido desde el primer momento, haciéndome sentir parte del grupo y me siento muy agradecida”.

Cabría pensar que los jóvenes que hoy llegan a las hermandades lo hacen por tradición familiar. Pero no es así. Al menos no en el caso de Jimena. “En mi familia no hay nadie más que forme parte de una hermandad”, asegura. “La mayoría es creyente, aunque también tengo algún familiar que no lo es”, añade. Por ejemplo, sus padres, “que siempre nos han inculcado la fe, se alegraron bastante”. De hecho, “están tan entusiasmados que se han pedido el Lunes Santo en el trabajo para ir a la procesión”. Sin embargo, a su hermana reconoce que sí le sorprendió.

“Ella no es creyente, así que le chocó un poco”, afirma. “Pero es verdad que, a raíz de esta experiencia se está replanteando muchas cosas y creo que es bonito que esto haya, de alguna manera, unido a la familia”. En la universidad, dice, es otra historia. “Sobre todo porque, al estudiar una carrera científica, hay mucha controversia con la creencia en Dios”, afirma. Sin embargo, no parece algo que le preocupe: “Al final, uno está orgulloso de lo que hace. Si para mí es algo especial, no caben las opiniones del resto”.

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