Luca Casarini, el padre sinodal de los migrantes

Mediterranea Saving Humans nació de una pesadilla. La noche del 28 de junio de 2018 soñé que mis hijos se ahogaban en el mar”. Al otro lado del teléfono, Luca Casarini abre su corazón a Vida Nueva. Hasta hace muy poco no contaba la verdadera historia de cómo nació esta Asociación de rescate en el Mediterráneo. Pero lo cierto es que de esa pesadilla nació un sueño de vida para los cientos de migrantes que han rescatado, pero, también el de la Iglesia que sueña el papa Francisco. Y es que Casarini es uno de los invitados especiales que el Pontífice ha convocado para formar parte de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que dará comienzo en el Vaticano el próximo octubre sobre el tema Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión.



Casarini recuerda, además, que 2018 fue, en Italia, “una época muy triste” por el uso político de los naufragios. “Lo llamamos el periodo de las puertas cerradas, porque algunos políticos estaban basando grandes logros electorales en la promoción de la defensa de las fronteras italianas, en el cerrar las puertas a los migrantes que trataban de atravesar el Mediterráneo como lo habían estado haciendo durante tantos años”, explica.

Mientras tanto, “había noticias de forma continua sobre barcos que se habían dejado abandonados a su suerte en medio del mar y que después naufragaban”. Pero, para Casarini, lo que realmente hizo de aquel momento algo “terrible” es que “parecía que para estos políticos el naufragio de esos barcos era casi un motivo de satisfacción, porque decían que lo ocurrido demostraba que, si esas personas no viajaban, no morían, por lo que lo que había que hacer es impedir que viajasen”. “Esto me impresionó muchísimo”, reconoce.

Aquellas imágenes de miles de personas tratando de alcanzar las costas europeas huyendo del hambre y de la guerra colmaban los informativos cada día. Sin embargo, lo que ocurrió aquel 28 de junio es que se dio un caso especialmente sangrante. “Hubo un barco de migrantes que estuvo unos seis días abandonado a la deriva”, recuerda Casarini. No había rescate, pero sí seguimiento por parte de los medios de comunicación: se veían imágenes de aquel barco naufragado, en el que hubo muchos muertos, también niños… Todo en directo. Esas imágenes fueron lo que le cambiaron la vida.

“Me impresionó tanto aquella situación que aquella noche del 28 de junio, después de haber visto la televisión durante todo el día, tuve aquella pesadilla terrible. Parecía real”, relata. “Estaban mis dos hijos en el mar, ahogándose, y yo no lograba darles la mano. Y ellos me llamaban. Fue espantoso”. Después de eso fue incapaz de volver a dormir. “Me levanté de la cama a las cinco de la mañana, sin poder conciliar el sueño, pero con el impulso de que había que hacer algo”, rememora.

Por eso, a primera hora del 29 de junio de 2018 descolgó el teléfono para llamar a antiguos compañeros de reivindicaciones. “Les conté lo que había pasado, que teníamos que meternos en el mar también nosotros, que no podíamos dejar ahí a esas personas muriendo así”, señala. En aquel momento las organizaciones civiles que practicaban el rescate en el mar aún eran pocas, por lo que, a día de hoy, aún le sorprende la respuesta que recibió. “Lo más increíble de aquellas llamadas telefónicas es que todos me decían rápidamente que sí. Nadie me dijo: ‘Estás loco’”, apunta.

De aquellas llamadas y de la adquisición del barco Mare Jonio, con el que practican las labores de salvamento, nació Mediterranea Saving Humans. “Al principio yo no contaba esta historia de la pesadilla, porque para mí era algo personal”, continua Casarini. Eso, asegura, “vino después”, cuando conoció al arzobispo de Palermo, Corrado Lorefice, quien los ha acompañado en todo el proceso y que, en marzo de este año, estaba presente en el encuentro de la organización con el papa Francisco. “Fue él quien me llamó por teléfono. Teníamos ya el barco, y estábamos en el puerto de Marsala, en Sicilia. Me llamó y me dijo ‘Luca, ven a hablar conmigo’”, explica. Sin pensarlo dos veces, Casarini puso rumbo a Palermo para conocer al arzobispo.

Amor visceral

“Empecé a contarle la historia como la contaba siempre: que nos habíamos reunido y que habíamos creado una plataforma civil para conseguir el barco… Entonces, él me interrumpió y, tocándome el brazo, me preguntó: ‘Pero, a ti, ¿qué es lo que te mueve?’. Y en ese momento fue cuando le conté la verdadera historia, de dónde nacía todo esto”, señala. Lorefice le respondió con solo una palabra: “Esplácnico”. “Yo no entendía qué significaba, y me contó que es un término que aparece mucho en la Biblia, y también en el Corán, y que hace referencia al amor visceral”, dice.

“Eso es lo que te mueve, el amor visceral. Ese es el amor de una madre por sus hijos, ese amor que retuerce las vísceras, y que es el término que en el Evangelio se ha traducido como compasión, la compasión de Jesús por los huérfanos, por los enfermos… Y que le mueve a hacer milagros”, explica Casarini. Asimismo, recuerda que Lorefice le dijo que realmente es más que compasión, “es un amor visceral, es algo que requiere de una defensa que no puede detenerse”.

Aquella conversación supuso para Casarini un punto de inflexión, porque “me ayudó a entender muchas cosas”. Ahora cuenta la verdadera historia “no para impresionar”, sino porque realmente cree que “ese elemento interior de qué es lo que nos mueve es un elemento fundamental para afrontar el mundo en el que vivimos”. Está convencido, de hecho, de que “nunca podremos ganar esta batalla por defender la vida si no la afrontamos poniendo en valor ese punto de vista interior, espiritual”.

Libre para hablar de espiritualidad

Es una lucha en la que “la razón y el derecho se quedan cortos” y que necesita “de aquello que llevamos dentro, eso que nos recorre y nos impulsa”. Pero hay otro motivo para hablar de ello: “Hasta aquel momento, nunca en mi vida habría contado algo que tuviera que ver con la espiritualidad, porque, para mí, hablar de espíritu no era algo ‘políticamente correcto’, porque cuando defiendes los Derechos Humanos y te mueves en el ámbito político y social, esto se queda más bien en un plano abstracto”.

Sin embargo, ahora mismo se siente “libre para hablar de ello” por una razón muy simple: “He entendido la potencia que tiene el amor”. “El amor no es un sentimiento sin más: es un arma formidable. Es la clave para poder considerar a los demás ‘Fratelli tutti’”, afirma. “Somos así: tratamos de explicar todo lo que hacemos. Hemos tratado de explicar con números la realidad de nuestros hermanos y hermanas que migran, a decir que es una emergencia”, insiste.

“Hemos tratado de explicar con la luz de la razón que los Derechos Humanos son un plano fundamental para la construcción de la democracia. Pero no ha sido suficiente”. Y es que, para Casarini, “hace falta algo más para hablar de aquello que hacemos. Y, tal vez, sea el momento de poner en el centro ese motivo espiritual que hay detrás de ello, porque es algo que debemos dejar que nos invada, que nos transforme”.

Hoy, este “amor visceral” está presente allí donde hay necesidad. No solo en el Mediterráneo, sino también en las rutas migratorias terrestres: desde las misiones en Bosnia para apoyar a los migrantes a lo largo de la Ruta de los Balcanes, hasta el reciente compromiso de Mediterranea Saving Humans en Ucrania para llevar ayuda y apoyo sanitario a la población afectada por la guerra. Pero la situación no ha cambiado. “Ayer –por el 12 de julio– registré la muerte de 30 personas entre Argelia y Túnez”, lamenta. Y agrega: “Habían sido llevados al desierto y les habían dejado morir de sed”.

Esto, dice, pasa a diario: “Sucede también en España con sus acuerdos con Marruecos, por ejemplo. Este es el infierno que estamos construyendo”. Sin embargo, Casarini está convencido de que, como cristianos, “debemos saber que el desierto hay que atravesarlo, que el infierno hay que atravesarlo, pero también debemos encontrar eso que ni es infierno ni es desierto. Porque existe”. Pero, para hallarlo, “hay que construirlo, hay que luchar por ello. No esperar”. “En Mediterranea vamos al encuentro de nuestros hermanos y hermanas, no esperamos a que ellos lleguen, o que mueran, porque acoger no significa esperar, sino ir al encuentro”, sentencia.

Ese “salir al encuentro” es, además, algo “urgente”. Algo que requiere acción y que la requiere ahora. “Este hecho de que sigamos registrando la muerte de nuestros hermanos y hermanas es la prueba de que estamos ante la caída de la humanidad”, señala. “Cada persona, cada niño que dejamos morir –porque no es que mueran porque han tenido mala suerte, o porque Dios es malo– es por las decisiones políticas de los distintos gobiernos y de la Unión Europea”, afirma.

“Mueren por las decisiones que condenan a muerte a miles de personas cada año en nuestro mar”, continúa, subrayando que “son decisiones políticas que confirman un mal estructural, un mal que se ha convertido en institución”, y esto “es la prueba de que hemos elegido caer como humanidad”. Mientras, del otro lado, “todas esas personas a las que ayudamos a escapar de la muerte, que ayudamos a pasar las fronteras, que escondemos de la policía, son, sin embargo, la afirmación de la vida de la humanidad, porque viajan buscando eso: vivir”.

Esta contraposición entre la vida y la muerte que se manifiesta en el Mediterráneo es, para Casarini, “la gran batalla de nuestro tiempo”. “Siempre lo digo: cuando hablamos de cristianismo, debemos tener claro que Jesús fue condenado a muerte. No estaba en un pedestal siendo celebrado. No, fue torturado y asesinado. Y tantos, tantos, tantos son hoy, por nuestra culpa, torturados y asesinados…”, reflexiona. Por eso, dice, “hay que acabar con estas políticas, y eso significa actuar, no solo hablar”.

Utilizando una metáfora bíblica, Casarini señala que mientras el pueblo de Israel atravesaba el desierto en busca de la Tierra Prometida, los soldados del faraón les perseguían. “Por eso hace falta actuar sabiendo que aquello que nos mueve es irrefrenable, porque si dejamos que este amor visceral se transforme en acción, es irrefrenable, como es irrefrenable también el deseo de vida de estos hermanos y hermanas que se enfrentan a la tortura, a la muerte y al mar”.

El “infierno” de Libia

Casarini es testigo diariamente de cómo miles de personas “atraviesan las peores violencias, como en Libia, donde Italia particularmente ha construido un infierno” o “también en España, donde los naufragios en Canarias son un ejemplo”. “El mundo oficial construye infiernos, y nosotros debemos construir Tierra Prometida”, asevera. “Tenemos que construir un nuevo Mediterráneo, aunque signifique no respetar las leyes injustas de una forma pacífica”, añade.

“No porque queramos violar las leyes, sino porque existen leyes injustas como las de las deportaciones, las de las capturas en el mar, la que nos condenan a los mecanismos de solidaridad, las de la detención administrativa de nuestros hermanos y hermanas dentro de centros de deportación”, asevera. Leyes injustas, apunta, como aquella que propuso Reino Unido para deportar refugiados a Ruanda: “Todo esto son leyes igual de injustas que las que han destruido la tierra de nuestros hermanos y hermanas, condenándoles a migrar”.

Mientras el Mare Jonio se preparaba para zarpar, en 2019, Matteo Salvini finalizaba una reunión de nacionalistas europeos –en la que estaba también presente Marie LePen y en la que se trató, entre otros temas, el cierre de fronteras ante la migración en el Mediterráneo– con un rosario en la mano y encomendándose al Sagrado Corazón de María. La imagen suscitó mucha incomodidad, incluso dentro de la Iglesia, pero también una reflexión: ¿por qué son los partidos que se autodenominan como cristianos los que, precisamente, promueven las políticas más duras contra la migración? “Muchas veces lo pensamos”, reconoce Casarini.

“Cada día recibimos imágenes de nuestros hermanos y hermanas encerrados en las cárceles libias, y esas son precisamente las que le mostramos al Papa en nuestro encuentro”, dice. “Pero, “¿sabemos qué es lo que hacen cuando son encerrados en esos lugares donde son torturados, violados si son mujeres o niños, y donde muchos de ellos mueren? Para resistir, y eso lo hemos visto en los vídeos, hacen altares. Con trozos de madera o palos que encuentran, hacen una cruz. Y rezan. Porque muchos de ellos son cristianos, y este es precisamente el motivo de su persecución en muchas ocasiones, como pasa en Túnez, por ejemplo”.

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