JMJ de Lisboa 2023: todos, todos, todos, todos, todos, todos, todos, todos, todos…

La gran proeza de un pequeño país. Así podría definirse el éxito de Portugal con la casi perfecta organización de la XXXVII Jornada Mundial de la Juventud que se ha celebrado en Lisboa del 2 al 6 de agosto. Las JMJ son distintas y tienen características diferentes las unas de las otras. Habiendo participado en todas menos en una (Manila 1995), me atrevo a identificar las cuatro notas más distintivas de esta.



  • La de Lisboa ha sido quizás la Jornada más juvenil de todas las hasta ahora celebradas, porque la edad media de sus participantes rondaba los veinte y pocos años. Algunos estudios han llegado a asegurar que la cifra era menor y la situaban entre los 17, por lo que proponían llamarla Jornada Mundial de los Adolescentes, pero se trata de una exageración no apoyada con datos reales ni con lo visto y vivido.
  • Otra nota diferencial numéricamente no importante, pero sí desde el punto de vista pastoral, es que por primera vez en estos treinta años de historia ha estado presente y ha participado la comunidad LGTBI+. Los y las homosexuales tenían su Centro Arco Iris y han tomado parte en las catequesis y reuniones como lo ha reconocido el jesuita norteamericano James Martin. Ha ido en línea con la reflexión posterior de Jorge Mario Bergoglio en el vuelo papal: “¿Por qué los homosexuales no en la Iglesia? ¡Todos, todos!”. Sin embargo, no han estado exentos de alguna agresión condenable provocada por grupúsculos participantes en la JMJ, como la retirada de una bandera a una joven trans o la irrupción en una misa del colectivo.
  • La cobertura informativa ha sido generalmente muy positiva no solo en los medios portugueses, sino en los internacionales gracias a la presencia y al trabajo de los cuatro mil enviados especiales acreditados. La televisión portuguesa ha retransmitido en directo todos los actos y, gracias a las pantallas gigantes situadas en la ciudad, las imágenes estaban al alcance de todos en tiempo real.
  • Esta ha sido la cuarta JMJ presidida por Francisco (las precedentes fueron Rio de Janeiro, Cracovia y Panamá) y la primera apenas un mes y medio después de su operación en el Policlínico Gemelli. Hemos sido testigos de su incesante actividad celebrando, bromeando, estimulando, abrazando y bendiciendo sin cesar. “Mi salud es buena –dijo en la conferencia de prensa final en el avión–, ya me han quitado los puntos y llevo una faja para que no se reabra la cicatriz. Hago una vida normal”.

Visita oficial

Aunque la apertura oficial de la JMJ fue un día antes, realmente la Jornada comenzó cuando a las diez de la mañana del 2 de agosto el Airbus 320 de ITA Airways aterrizó en la Base Aérea de Figo Maduro de Lisboa. Apenas Francisco pisó suelo portugués fue recibido con un efusivo abrazo por el presidente de la República de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa.

Los siete kilómetros que separan el aeropuerto militar del Palacio de Belém, residencia oficial del jefe de Estado, fueron recorridos en poco tiempo mientras una multitud aclamaba el paso de la comitiva papal. Bergoglio y Rebelo se reunieron en un encuentro privado y minutos después se encaminaron al contiguo Centro Cultural de Belém donde les esperaban los ministros del gobierno, autoridades políticas y religiosas, representantes de la sociedad civil y los miembros del Cuerpo Diplomático. En total, unas 1.000 personas para escuchar las palabras del Papa.

El Santo Padre hizo uso de un extenso tiempo para dirigir su mensaje a Portugal, pero no solo, porque también se refirió a Europa, esperando que la JMJ sea “un impulso de apertura universal, porque el mundo necesita a Europa, a la verdadera Europa que en el siglo pasado desde el crisol de la conflictos armados encendió la chispa de la reconciliación, haciendo posible el sueño de construir el mañana con el enemigo de ayer, de abrir caminos de diálogo e inclusión, desarrollando una diplomacia de paz que apague los conflictos y alivie las tensiones, capaz de captar los más tenues signos de distensión y de leer entre las líneas más torcidas…”. A partir de ahí, compartió que “sueño con una Europa , corazón de Occidente, que utilice su ingenio para apagar focos de guerra y encender luces de esperanza, una Europa que sepa reencontrar su alma joven (…) que incluya a los pueblos y a las personas, sin perseguir teorías ni colonizaciones ideológicas”.

Aunque hablaba a una asamblea de adultos, no se olvidó de los jóvenes llegados de todo el mundo: “No están en las calles para gritar de rabia sino para compartir la esperanza del Evangelio. Y si desde muchos sectores se respira hoy un clima de protesta e insatisfacción, terreno fértil para el populismo y las teorías conspirativas, la JMJ es una oportunidad para construir juntos”.

Por último se refirió a “tres laboratorios de esperanza en los que todos podemos trabajar juntos: el medio ambiente, el futuro y la fraternidad”. Condenó que estemos “convirtiendo las grandes reservas de vida en vertederos de plástico”, lamentó  la curva demográfica porque “el futuro exige contrarrestar la disminución de la natalidad y el declive de las ganas de vivir”. Citando al Premio Nobel de Literatura José Saramago (“lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda y es preciso andar mucho para alcanzar lo que está cerca”), deseó “redescubrirnos como hermanos  y hermanas, trabajar por el bien común, dejando atrás contrastes y diferencias de puntos de vista”.

Encuentro “muy duro”

A primera hora de la tarde, el Pontífice recibió en la Nunciatura Apostólica al presidente de la Asamblea de la República, Augusto Ernesto dos Santos, y después al primer ministro, Antonio Costa. Finalizados sus compromisos institucionales, se dirigió al monumental Monasterio de los Jerónimos de Santa María de Belém a cuya puerta le esperaban el patriarca de Lisboa, el cardenal Manuel Clemente, y el presidente de la Conferencia Episcopal Portuguesa, José Ornelas. Con ellos, los obispos, una nutrida representación de sacerdotes, diáconos, seminaristas y operadores pastorales se celebraron las vísperas. En su homilía apuntó que “cuando estamos cansados, nos jubilamos y nos convertimos en meros funcionarios de lo sagrado”.

A renglón seguido, se manifestó sobre la lacra de la pederastia eclesial: “Y esto a menudo se acentúa por la desilusión y la rabia que algunos alimentan  en relación a la Iglesia, en algunos casos por nuestro mal testimonio y por los escándalos que han desfigurado su rostro y que llaman a una purificación humilde y constante partiendo del grito de dolor de las víctimas que siempre han de ser acogidas y escuchadas”. No lo dijo entonces, pero acabado el rito religioso, Bergoglio recibió en la Nunciatura Apostólica a una docena de víctimas portuguesas de abusos a menores; un encuentro “intenso y cordial” que duró hora y media según comunicó la Sala de Prensa de la Santa Sede. El propio Papa reconocería después que se trató de un encuentro “muy duro”.

Volviendo a la homilía en Los Jerónimos, recalcó  que “la Iglesia es sinodal, es comunión, ayuda recíproca, camino común. A esto tiende el Sínodo en curso. En la barca de la Iglesia hay lugar para todos, todos los bautizados están llamados a subir a ella y echar las redes… si no hay diálogo, corresponsabilidad  y participación, la Iglesia envejece”. Así cerró su primera jornada lisboeta.

Con los estudiantes

El 3 de agosto, el Papa comenzó su intensa agenda en la nunciatura, rezando un Padrenuestro por la “martirizada Ucrania” con 15 peregrinos del país. También compartió la misa con cuatro familiares de una francesa de 62 años, animadora de catequesis, que falleció en un accidente en la casa donde se hospedaba. Justo después, Francisco bendijo el nuevo campus de la Universidad Católica Portuguesa. Desde allí, reivindicó ante docentes y estudiantes una educación que busque despertar el compromiso con “una sociedad más justa e inclusiva” frente a la tentación de formar “para perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo, en el que la instrucción superior es un privilegio para unos pocos”.

Su mañana con impronta pedagógica, la culminó en la sede de Cascais de la fundación Scholas Ocurrentes. Allí dio una pincelada de color verde en un mural de 3 kilómetros elaborado por 2.000 personas de distintos perfiles: mayores y jóvenes, creyentes y no creyentes, reclusos, personas con discapacidad, refugiados, personas sin hogar…

Mientras esto sucedía, las calles de la capital lusa comenzaron a verse invadidas por una marea de jóvenes dispuestos a asistir a la ceremonia de acogida de la JMJ que iba a tener lugar en torno a las cinco de la tarde en el Parque Eduardo VII, una inmensa explanada de 45 hectáreas situada al norte de la Avenida de la Libertad y de la Plaza del Marqués de Pombal, el político que reconstruyó la ciudad después del devastador terremoto y del tsunami que la destruyó en el 1755.

Muchos, los cien mil españoles entre ellos, llegaban desde localidades limítrofes como Cascáis, Estoril, Sintra, Aveiro o Santarém. Otros habían sido instalados en la capital y sus aledaños. Caminaban en grupos nacionales enarbolando sus banderas, cantando o rezando el rosario, incluso, los más atrevidos, bailando. El sol calentaba de lleno pero el calor no parecía desanimarles y poco a poco fueron llenando el parque donde, al final de una zona ajardinada, se había montado un gigantesco estrado. Antes de la llegada del Papa, un grupo de animadores y de solistas o grupos musicales había creado una atmósfera muy cálida.

Francisco llegó en el papamóvil y es fácil imaginar el entusiasmo con que fue saludado en todos los tramos del trayecto. Una vez subido al escenario desde el que divisaba a la multitud juvenil, hicieron su desfile más de un centenar de abanderados que enarbolaban los estandartes nacionales o regionales presentes: una sinfonía de colores ondeados por un ligero viento.

“¡Boa tarde! Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos!”. Fueron sus primeras palabras acogidas con una estruendosa ovación. “Y también me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso estar aquí juntos en Lisboa”. Después de este preámbulo prosiguió. “Si Dios te llama por tu nombre significa que para Él no eres un número sino un rostro”.

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