Nora Carmi: “La cuestión de Tierra Santa va mucho más allá de consideraciones políticas”

Esta palestina y activista por la paz ha trabajado  entre las distintas confesiones cristianas presentes en la Ciudad Santa

En Jerusalén, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos trasciende al 18 al 25 de enero. así lo vive Nora Carmi, palestina y activista por la paz, quien se ha criado en la confluencia de las distintas confesiones cristianas presentes en la Ciudad Santa. Nacida en 1947 en la parte palestina (bajo mandato británico) de Jerusalén huyó con su familia en 1948 refugiándose en el Líbano y Siria. Regresó a la ciudad en 1950 y estudiará en distintas universidades trabajando posteriormente por la integración y promoción de la mujer en la YWCA (Asociación Cristiana Femenina Mundial). También colabora en el centro ecuménico Sabeel y en Kairos Palestina, un movimiento de paz palestino ecuménico y no violento.



Un ecumenismo vital

PREGUNTA- ¿Qué significa para usted la palabra ecumenismo?

RESPUESTA- ¡Es mi vida! He tenido la suerte de estar en estrecho contacto con diferentes confesiones cristianas. Soy una cristiana palestina nacida en Jerusalén en 1947. Crecí en la fe ortodoxa de la Iglesia apostólica armenia. Me eduqué en una escuela católica dirigida por las hermanas de la congregación de Nuestra Señora de Sión. Mi marido era griego ortodoxo. Y durante unos quince años trabajé en organizaciones en las que colaboraban distintas tradiciones: en el Consejo Mundial de Mujeres Jóvenes Cristianas, y en Sabeel, el centro ecuménico de teología de la liberación, fundado por un sacerdote anglicano. Para mí, la fe cristiana no consiste sólo en rezar, sino en estar al servicio de los demás, independientemente de su origen étnico y religioso. Esto es lo que nos enseñó Jesús. Era un judío universal que hablaba a judíos, samaritanos (una rama del judaísmo de la época, nota del editor), paganos…

P.- ¿Qué le han transmitido estas diferentes tradiciones cristianas? ¿Cuál es su relación con cada uno de ellas?
R.- 
Tengo un vínculo carnal, casi místico, con la fe armenia, que es la de mi familia. Es la fe de un pueblo y una tierra que han recibido a Jesucristo, el Príncipe de la Paz. Mis hijos, Ivan y Natasha, crecieron en la fe ortodoxa de su padre, que es cristiano árabe. La Iglesia ortodoxa griega hunde sus raíces directamente en la Iglesia primitiva. Profundizando en su historia comprendí cómo las distintas confesiones cristianas se formaron en parte por cuestiones de poder y rivalidad.

A oriente y occidente

P.- ¿Y qué ve en el catolicismo?

R.- Gracias a las monjas descubrí el cristianismo europeo y cómo la Iglesia católica desempeña un papel decisivo en la unión de las distintas confesiones cristianas. Mi experiencia con el catolicismo me ha permitido trabajar con movimientos internacionales como Pax Christi. He tenido la alegría de conocer a dos papas aquí en Jerusalén, Benedicto XVI y Francisco. En cuanto a mi práctica religiosa, he conservado la costumbre de recitar el Credo en latín…

P.- Desde un punto de vista ecuménico, ¿cuál fue el momento más importante para usted?
R.- 
El primer retiro espiritual que organizamos en 1999 para miembros de las trece iglesias presentes en Jerusalén. La reunión tuvo lugar a orillas del lago Tiberíades. Recuerdo a los religiosos paseando, cada uno en su estilo tradicional. Fue conmovedor y sin precedentes ver a cristianos de orígenes tan diferentes reunidos para debatir y rezar juntos.

p.- En cambio, en el Santo Sepulcro se producen a veces verdaderos enfrentamientos entre cristianos de distintas confesiones…

R.- Por supuesto, estos empujones son lamentables, pero no hay que tomárselos demasiado en serio. Los cristianos, como todos los seres humanos, no son santos. No debemos perder de vista lo esencial: en el Santo Sepulcro, las Iglesias, de las que son custodios, viven en una unidad que no existe en ningún otro lugar. Desde hace décadas se celebran reuniones mensuales en la Ciudad Vieja, en el Centro Intereclesiástico de Jerusalén. Lo que más me preocupa es el aumento de los ataques a cristianos por parte de colonos y otros fanáticos judíos, a veces protegidos por el ejército. Los soldados no dudan en atacar directamente a los clérigos coptos u ortodoxos. Iglesias, conventos, cementerios son objeto de vandalismo…

La ciudad de la fe

P.- Volvamos a sus antecedentes, ¿de dónde le viene esta capacidad de abrirse a los demás?
R.- 
De mi familia. Soy hija de refugiados armenios que huyeron del genocidio de 1915. Eran 90 cuando salieron de Adabazar, localidad situada a unos 100 kilómetros al este de Estambul. Sólo ocho de ellos llegaron a Jerusalén tras un año de viaje. “Tendrías que ir a Jerusalén –dijo mi abuelo, muy religioso– porque es la ciudad de la fe”. Lo más increíble para mí es que no guardaban ningún rencor a los genocidas. La voluntad de Dios, decían, es que aprendamos a vivir juntos independientemente de nuestras historias y desacuerdos. Aquí es donde realmente radica mi ecumenismo.

Mis abuelos nunca hablaban de su sufrimiento pasado, sólo querían vivir el presente. Rápidamente aprendieron a hablar árabe para integrarse en la sociedad que los acogía. La educación era un valor muy importante para ellos. En su “Gran Farmacia de Jerusalén”, situada en la parte oriental de la ciudad, camino de Belén, acogían a todos: judíos, cristianos, musulmanes. Lo perdieron todo durante la guerra árabe-israelí de 1948. Más tarde, reabrieron una nueva farmacia en Jerusalén Oeste, con la misma intención, a pesar de las tensiones, de mantener su puerta abierta a todo el mundo…

Un día, descubrí las razones profundas que me impulsaron a actuar. Fue estudiando la Biblia como llegué a una sana comprensión de la Palabra de Dios, que afirma e insiste en la igual dignidad de todas sus criaturas.

P.- Sus antecedentes como activista le han llevado a trabajar con musulmanes. ¿Cuál ha sido su relación?
R.-
Muy agradable. Si un amigo musulmán necesita algo, me llama, y yo también. En Jerusalén tenemos una cercanía especial, que probablemente proviene de nuestra historia común como palestinos: hemos sufrido juntos. Aprendí mucho trabajando en los campos de refugiados palestinos durante la primera Intifada de 1987 (revuelta contra el ejército israelí en los territorios ocupados).

Recuerdo a las mujeres cuyos hijos acababan de ser asesinados. Estaba disgustada pero no me atrevía a derramar una lágrima porque en público estas madres no lloraban. Miraban hacia arriba y decían “Fi Allah”, “Dios está aquí”. Cuando todo se derrumba, cuando la carga se vuelve abrumadora, hace falta valor para mantener toda la confianza en Dios.

P.- Durante los últimos meses, ha dado un paso atrás en sus actividades. ¿Qué la sigue motivando?

R.- Es seguir levantándome cada mañana dando gracias a Dios por estar viva y preguntándome cómo puedo servir a mi comunidad, a mi país. Esto es lo que me da esperanza, aunque en muchos aspectos la situación actual en Israel y los territorios ocupados parezca desesperada. Cada día hay más muertos, especialmente en Cisjordania…

Me sorprende el número de jóvenes palestinos que han perdido toda esperanza. No tienen trabajo, no ven ningún líder político o religioso capaz de movilizarlos… Para mí, la cuestión de Tierra Santa va mucho más allá de consideraciones políticas. A través de ella, Dios nos ofrece una experiencia, nos interpela: ¿sois capaces de vivir juntos?

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