Irene Dryhush, un testimonio desde Ucrania: “En Cáritas nuestro objetivo ahora es ayudar y seguir vivos”

La responsable de voluntariado de la ciudad de Ternopil explica cómo han sido los últimos meses desde que empezó la guerra

“Fue el 24 de febrero -hace ya más de dos meses- cuando nuestra vida se arruinó… Nos despertamos con los bombardeos de varias ciudades, parecía una pesadilla, pero era realidad. No sabíamos qué hacer, a dónde ir”. De esta manera relata Irene Dryhush, responsable de voluntariado de Cáritas en la ciudad ucraniana de Ternopil, a 500 kilómetros de la frontera con Polonia.



“En la calle empezaron a sonar las sirenas de alerta aérea. Nunca en mis 35 años había vivido algo parecido”, explica. “Recuerdo nuestra primera noche: las sirenas sonaban casi cada hora, todos corríamos a los sótanos y a los búnkeres para escondernos, porque pensábamos que en cualquier momento se nos iba a caer encima algo del cielo. El llanto de los niños, el intenso frío, los sótanos sin calefacción. Dormíamos en el suelo como podíamos debajo de las mantas y de todo aquello que podíamos rescatar de casa”.

Para Irene, las primeras semanas fueron lo peor. “En medio del caos y del pánico, no paraban además de llegar cientos de personas a la ciudad en busca de ayuda. El teléfono no paraba de sonar ni durante el día ni por la noche. La gente venía en busca de alojamiento, de comida… gente muy cansada, después de pasar muchísimas horas en la carretera: ancianos, personas con discapacidad, mujeres embarazadas, niños, bebés, animales… En una sola noche podían llegar casi 6.000 personas”.

Trabajar hasta desfallecer

Todos los rincones del centro de acogida en Ternopil se transformaron, ante tal situación, en plazas para dormir. “La ciudad entera se convirtió en un enorme albergue”, dice Irene. “La gente dormía donde podía: en los edificios administrativos, en coches, en estaciones de autobuses, en fábricas, en oficinas, en cualquier lugar donde había techo porque estábamos a -5ºC”.

Además de alojar a toda la gente que podían, había que alimentarla y darle las cosas necesarias para su higiene personal. “Casi todas las personas llegaban sin nada, ni siquiera ropa de cambio porque escapaban de la guerra y cada segundo perdido podía costarles la vida. Mientras las necesidades de todas estas personas iban en aumento, otras ofrecían todo lo que tenían. Gente que no se conocía de antes se unían para ayudar. Algunas personas se acercaban solo para abrazar a los que bajaban de los trenes de evacuación y escuchar sus historias, muchas de ellas escalofriantes“.

Dos meses después, “vamos superando día a día este drama gracias a la ayuda que recibimos de nuestros donantes, tanto del extranjero como dentro de Ucrania. Gracias a todo ese apoyo podemos enviar cada semana toneladas de ayuda a los territorios que están sufriendo ahora el terror o a los que ya están liberados”.

“Hemos aprendido también a ser mucho más tolerantes, a trabajar hasta caernos del cansancio porque el trabajo en esta situación puede salvar muchas vidas. Nuestra principal motivación es ayudar y seguir vivos“, finaliza Irene. “También hemos aprendido a creer, a rezar y a valorar mucho más la vida que se nos da cada mañana. La guerra trae mucho horror, es un tiempo de completa oscuridad, pero en medio de las tinieblas cada persona trae su propia luz para iluminar todo el sufrimiento que nos rodea. Nos queda poco, lo sabemos, hay que seguir hasta el final con la convicción de que no estamos viviendo nuestras vidas en vano”.

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