Miguel Márquez: “Descalzarse hoy es desvestirse del afán de conquistar el mundo”

Superior general de los carmelitas descalzos

Escucha, discernimiento y entrega. Miguel Márquez se ha grabado a fuego las palabras del Papa. “Y sentido del humor”, apostilla. Coordenadas vitales para llevar el timón de la familia carmelitana en los próximos seis años.



Lo hará con la impronta teresiana de la humildad y la nobleza. “La santa se pasó la vida pidiendo ayuda, nunca fue prepotente ni dio lecciones a nadie. No dudó en confesarse con el catedrático de Prima que le ponía a escurrir, no para desafiarle, sino para descubrir verdad”, apunta este cacereño (Plasencia, 1965).

PREGUNTA.- Sus hermanos le querrán de superior, pero son ‘inmisericordes’ en lo personal. Le han truncado su año sabático…

RESPUESTA.- No era un año sabático como tal. Cuando terminé como provincial de España, necesitaba parar. No acabé quemado, pero sentía que necesitaba echarme a un lado tras once años en primera línea. Dolores Aleixandre siempre me dice que tengo que escribir un libro que se titule ‘¿Cómo ser provincial y no morir en el intento?’.

Me fui seis meses a Dublín con una comunidad preciosa, dedicado a estudiar inglés, a la limpieza de la casa… Ha sido tiempo de dejarme hacer. Desde ahí, el provincial me destinó a Tenerife, a una parroquia con dos frailes más. Y ahora, este cambio. Soy como las cigüeñas de mi tierra, del Valle del Jerte, que arriman las ramas y hacen el nido donde sea. Ya surgirá la vida en lo que Dios vaya proponiendo.

P.- Cita una película de los 90. Al ser elegido, ¿no pensó: ‘¡Qué he hecho yo para merecer esto!’?

R.- Siempre le digo a Dios: “Haz Tú el plan, que luego me voy a sorprender y unir”. En la decisión ha podido influir el proceso de unificación vivido en España, un desafío que no surgió de arriba, sino fruto de un diálogo con mucha paciencia, aunar criterios, romper inercias en provincias con siglos de andadura… Ha sido complicado, pero no hay otro camino.

Todos tendemos a atrincherarnos en nuestra historia y tirar hacia lo local y lo conocido, idealizándolo. Luego descubres que esa comodidad no era ni mucho menos perfecta. Si el mundo está en constante éxodo, ¿cómo puede la vida religiosa estar en repliegue, protegiendo las estructuras de forma incluso enfermiza? Nunca ha llegado la frescura a la Iglesia por encerrarse en sí misma.

Camino errado

P.- De replegarse a entender la evangelización como una guerra cultural y una cruzada en un mundo apocalíptico que busca acabar con la civilización cristiana, hay un paso…

R.- Los tiempos de inestabilidad y debilidad provocan impulsos para aferrarse a ideas o ideologías. Es un camino errado. Benedicto XVI nos dijo que no se dialoga para convencer al otro, sino para comprenderle. Si uno cuida bien lo suyo, no le estorba lo del otro. Si uno valora lo del otro, no significa que vea amenazado lo propio. Todo lo contrario: si te cierras, no has sabido leer ni lo tuyo ni lo del otro.

Hay que generar dinámicas de encuentro que permitan respetar y cuidar la diferencia. En el caso de los carmelitas, hoy se traduce en promover la interculturalidad. Eso nos exige adentrarnos, no tanto en la letra de santa Teresa, sino en el Espíritu que le movió, en el Cristo que le enamoró para hacer esa lectura; no desde Europa, sino desde India, Indonesia, África…

Miremos en la historia carmelitana a aquellas que supieron metabolizar a Teresa en un contexto nuevo: Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Teresa de los Andes, la Chiquitunga… El carisma se recrea en cada tiempo y espacio. Ellas viven esa experiencia original y la devuelven al mundo.

P.- ¿El hábito hace al carmelita?

R.- Hay que distinguir quienes buscan volver a lo esencial de los orígenes y, por tanto, cuidar elementos significativos, de aquellos que en ese camino se quedan apegados a la materialidad. Hay quien lleva el hábito con mucha naturalidad sin pretender dar lecciones a nadie, pero cuidado cuando se busca aleccionar a otro…

Cuando una persona no defiende una idea, sino un espíritu que le ayuda a vivir, adelante. Un criterio para decidir es si el espíritu que te guía pasa por constatar si crea puentes, genera comunidad, promueve lazos de encuentro…

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