Historias de los papas: cuando Pío XI murió en la víspera de boicotear a Mussolini

Achille Ratti, pontífice en el período de “entreguerras”, hubo de hacer frente a comunismo, fascismo y nazismo

Pío XI

Si hacemos un repaso por los papas del último siglo, no a tantos les viene a la cabeza el nombre de Achille Ratti. Pero, sin duda, con Pío XI estamos ante un coloso de la Iglesia, cuyo pontificado se extendió entre 1922 y 1939, una época conocida como de “entreguerras”. Concretamente, entre la I Guerra Mundial, que tuvo que pastorear Benedicto XV (Giacomo Paolo Battista della Chiesa, pontífice entre 1914 y 1922), y la II Guerra Mundial, donde también clamó con todas sus fuerzas por la paz Pío XII (Eugenio Pacelli, que se calzó las sandalias del Pescador entre 1939 y 1958).



En dicho período de “entreguerras”, que nació con los engañosos “felices años 20”, se forjó un mundo cambiante en el que se habían disuelto los grandes imperios y en el que las propias democracias liberal-burguesas entraron en una crisis de credibilidad, empujadas por el movimiento obrero. De ese caldo de cultivo emergieron con toda su fuerza los totalitarismos, que llevaron a la segunda guerra global en apenas dos décadas.

Contra la “deshumanización” del hombre

En ese avispero que era el planeta, especialmente Europa, Achille Ratti fue elegido papa el 6 de febrero de 1922. Desde el primer día, no dudó en condenar con vehemencia y sin distinción tanto al fascismo y al nazismo como al comunismo soviético, entendiendo que todas ellas eran ideologías fanáticas que desembocaban en la “deshumanización” del hombre. Y todo en pos de una falsa redención o aspiración a la justicia social o nacional.

Los dejes totalitarios de los tres movimientos emergentes los conocía perfectamente Ratti, tanto por su análisis como el intelectual que era, como también por su experiencia práctica, pues, desde 1918 y antes de ser cardenal de Milán, había sido nuncio en Polonia, conociendo también de primera mano la situación en las repúblicas bálticas y en Rusia.

Los Pactos Lateranenses

Pese a la incomprensión de muchos, ya en la Silla de Pedro, supo engranar ese estilo diplomático para firmar decenas de concordatos, también con los regímenes autoritarios. Así, marcó un antes y un después su gran acuerdo con Mussolini para suscribir, en 1929, los Pactos Lateranenses, que pusieron fin a seis décadas de enfrentamiento con Italia (desde que surgió como nación unificada en 1870, rompiendo la Santa Sede toda relación con el país en cuya capital estaba toda su presencia) y, además, llevaron al surgimiento del Estado Vaticano. Una pequeña estructura estatal que suponía el adiós definitivo a los Estados Pontificios (esto es, a sus aspiraciones de influencia política), pero que, pese a su aparente insignificancia geográfica, suscrita a los muros vaticanos, garantizaba la independencia de la Iglesia.

Lo mismo ocurrió en 1933 con la Alemania de Hitler, quien acababa de llegar al poder y buscaba prestigio internacional. Gracias a las dotes de su Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, quien había sido su nuncio en Berlín, y siempre con la idea de tratar de salvaguardar en lo posible (sin olvidar las inmensas dificultades en un régimen tiránico que empezaba a implantarse) la autonomía de los laicos y consagrados católicos, la Iglesia consiguió ese acuerdo político por el que debía pagar un fuerte peaje: el Gobierno podía vetar el nombramiento de nuevos obispos si consideraba que eran hostiles, debiendo prestar todos los prelados juramento de fidelidad.

Sin rebajar la denuncia

Con todo, no se rebajó ni un ápice la denuncia de las tropelías nazis y, ante las primeras prácticas racistas y la puesta en marcha de la eugenesia, la Iglesia, tanto a nivel local como desde Roma, clamó públicamente contra ellas; lo que tuvo su coste, hostigando el régimen a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, que no escaparon de la persecución hasta sus últimas consecuencias.

A nivel doctrinal, el 14 de marzo de 1937, Pío XI condenó categóricamente el nazismo en la encíclica ‘Mit brennender Sorge’, en la que influyó mucho Pacelli. Se trata de un texto durísimo que se resume perfectamente en este párrafo: “Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son como ‘gotas de agua en el caldero’ (Is 40,15)”. Publicada en alemán, como documenta el libro ‘Diccionario de los Papas y los Concilios’, dirigido por Javier Paredes, la misiva del Papa fue introducida clandestinamente en el país, leyéndose en todas las iglesias una semana después, ese Domingo de Ramos.

Una “falaz promesa”

Solo cinco días después de firmar ‘Mit brennender Sorge’, ese 19 de marzo, San José, Ratti condenaba el “comunismo ateo” en la encíclica ‘Divini Redemptoris’, identificado como una “falaz promesa” que, antes que conducir al “paraíso perdido”, pretende “derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana”. A nivel doctrinal, el Papa lo desnuda así: “El comunismo de hoy (…) encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Un seudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y tu entusiasmo contagiosos, especialmente en un tiempo como el nuestro, en el que, por la defectuosa distribución de los bienes de este mundo, se ha producido una miseria general hasta ahora desconocida”.

Hasta los golpes y la sangre…

Pero, ¿cómo produce “progreso económico” el comunismo? “Sin consideración alguna a los valores humanos y con el uso de métodos inhumanos para realizar grandes trabajos con un salario indigno del hombre”.

En cuanto al fascismo de Mussolini, Pío XI lo rechazó formalmente en dos encíclicas: ‘Dobbiamo intrattenerla’ (25 de abril de 1931) y ‘Non abbiamo bisogno’ (29 de junio de 1931). Esta última es la más recordada. Y es que, lejos de ser una crítica general, bajaba a lo concreto y empleaba un tono duro: “¡Cuántas brutalidades y violencias, que llegaron hasta los golpes y a la sangre, cuántas irreverencias de prensa, de palabras y de hechos contra las cosas y contra las personas, incluso la nuestra, han precedido, acompañado y seguido la ejecución de la inopinada medida de policía! Y esta con frecuencia se ha extendido, por ignorancia o por un celo maligno, a ciertas asociaciones e instituciones que ni siquiera estaban comprendidas en las órdenes superiores, como los oratorios de los niños y las piadosas congregaciones de Hijas de María”.

Golpe de efecto frustrado

Infatigable hasta el fin, Ratti buscaba un golpe de efecto mundial el 11 de febrero de 1939, la fecha en la que se conmemoraba el 10º aniversario de la firma de los Pactos Lateranenses. En lo que iba a ser un acto solemne y sin duda hubiera tenido un impacto mundial que hubiera dañado la imagen de Mussolini (en su día, se valió de ese mismo acuerdo con la Iglesia para fortalecer su prestigio internacional), el Papa tenía previsto leer el texto ‘Nella luce’. Suponía una crítica mordaz contra el fascismo…, pero, en la víspera, el Papa murió.

Hubieron de pasar dos décadas hasta que lo difundiera Juan XXIII y el mundo conociera el texto pergeñado por Pío XI. Pero, claro, hacía mucho que Mussolini, asesinado por la turba tras su derrota final, no podía escucharlo y dar un golpe en la mesa gritando “¡boicot!”.

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