A FONDO – Con una valija llena de sueños


Por ROBERTO URBINA AVENDAÑO

Miles los latinoamericanos llegan a Chile en busca de mejores condiciones de vida. Hoy, la realidad migratoria demanda exigencias que implican renovar la legislación y adecuar los servicios públicos a sus necesidades. La Iglesia chilena, atenta a los más desprotegidos, ofrece distintas respuestas para acompañar a aquellos que recién llegan desconociendo el timbre de voz, muchas veces el idioma, y se sienten absolutamente indefensos.

 

Andrés López llegó a Santiago hace un mes buscando un mejor futuro. “No es un secreto para nadie que la economía chilena es buena, al menos en comparación con el peso colombiano”, dice con una mirada cargada de expectativas. En su Cali natal operaba máquinas industriales, pero el trabajo se puso inestable, mucha rotación y períodos sin ingresos. Decidió salir a buscar nuevas oportunidades. “En este corto tiempo –agrega– me ha ido bien. Tengo conocidos que me han ayudado; dicen que discriminan, pero a mí no me ha ocurrido. Al contrario, encontré trabajo de conserje, un reemplazo por vacaciones. Los fines de semana trabajo en un restaurante de comida rápida colombiana. Se me están dando las cosas y estoy contento”, dice con una sonrisa.

La migración hacia Chile se ha incrementado desde los años 90, posicionándolo como uno de los principales países de destino en Sudamérica y llevándolo a afrontar hoy día el desafío de una migración cada vez más creciente, diversa y compleja.

Desde 2001 destacan rasgos novedosos: fuerte presencia femenina, indígena y, más tarde, afrodescendiente. También las motivaciones se ven modificadas: no es sólo la búsqueda de fuentes laborales e ingresos económicos, sino que ahora también aparece una migración por contextos sociales golpeados por la violencia social y estructural, que busca en Chile cierta estabilidad política y económica que –aparentemente– los países vecinos y los propios países de origen no estarían brindando.Ya no se trata sólo de personas de bajas calificaciones que buscan oportunidades de empleo, también hay una creciente migración de profesionales calificados y por reunificación de las familias.

Las cifras son elocuentes: durante 2015 el gobierno otorgó más de 166 mil visas a extranjeros; el 72 por ciento de ellas por motivos laborales. La población de migrantes supera ya el medio millón de personas, casi el 3 por ciento de la población total. El 75 por ciento proviene de Latinoamérica, siendo las colonias más numerosas las de peruanos, argentinos, bolivianos, colombianos y ecuatorianos. Desde fines de 2013, y con más fuerza cada año, se observa una creciente presencia de haitianos, concentrados principalmente en la Región Metropolitana que tiene el más alto porcentaje de inmigrantes.

 

Exigen cambios

Acoger de manera inclusiva a esta nueva migración representa un desafío cultural, pero sobre todo institucional y político.¿Está preparado Chile para este significativo cambio?

Diversas encuestas de opinión muestran una actitud ambivalente hacia los extranjeros, ya que no se les reconoce su aporte y se mira con desconfianza la competencia por los empleos, mientras otros viven también muchas y hermosas experiencias de ser acogidos con respeto y cariño.

Expertos han señalado la urgencia de actualizar la legislación vigente que data de 1975 y también la institucionalidad actualmente sobrepasada. El Decreto ley de 1975 nace en contexto de la dictadura militar, por lo que fue concebido bajo una lógica de seguridad nacional que, entre otras cosas, otorga excesiva discrecionalidad a la autoridad, especialmente de frontera, para el control de la entrada y salida de personas. Establece tipos de permisos de residencia temporal: estudiante, sujeta a contrato, temporaria, residente con asilo político o refugiado. Lo que respecta a materia de refugio, hoy está regulado por la ley 20.430 de 2014. Las otras tres categorías (estudiante, sujeta a contrato y temporaria) son las relacionadas formalmente con la migración no forzada.

En 2015 se crea la visa por motivos laborales modificando la aplicación de la legislación anterior y facilitando su obtención por parte del migrante, al tiempo que regula mejor la relación entre el empleador y el empleado. Como otras visas temporales, también ésta permite solicitar la permanencia definitiva al cabo de un año, si se cumple con los requisitos que la ley establece.

La fuerte presión de las experiencias de migrantes y de los servicios que les brindan apoyo, principalmente de la Iglesia católica, ha logrado avances en la redacción de un anteproyecto de Ley de Migraciones. Contempla la creación de una nueva institucionalidad y fomenta una política nacional migratoria que tenga como base la intersectorialidad, con la participación de los distintos ministerios que conforman el Consejo de Política Migratoria. Sus principios son: derechos humanos (interés superior del niño/igualdad de género/elementos humanitarios); inclusión; no discriminación; información y transparencia; regularidad; trata de personas y tráfico ilícito de migrantes; no criminalización y migración segura.

Si bien se han hecho modificaciones administrativas, tales como facilitar la atención de salud, la visa temporaria por motivos laborales o reconocer a todos los nacidos en el territorio como chilenos, se necesita enfocarla ley de migraciones hacia los derechos de los inmigrantes y contar con una institucionalidad capaz de articular políticas intersectoriales que respondan a las necesidades de los nuevos migrantes. Esto aún no se logra plenamente.

 

Apoyo desde la Iglesia

En octubre del 2015 el director del Servicio Jesuita al Migrante, Miguel Yaksic, sj, dijo a Vida Nueva: “para que Chile tenga una política migratoria integral requiere cuatro aspectos: enfoque de derechos humanos y no instrumental; lógica intersectorial porque la migración no es un asunto de visas o fronteras sino también de vivienda, trabajo, salud; perspectiva intercultural porque no es igual atender el parto de una mujer chilena o una haitiana; y autoridad empoderada en el Estado para que articule la visión del Estado sobre migración y la gestione”. Este planteamiento sigue pendiente y ese Servicio mantiene su acción de incidencia.

El Servicio Jesuita a Migrantes es una de las fuertes organizaciones católicas que actúan en este ámbito. Lo hace desde el año 2010 con oficinas en Arica, Antofagasta y Santiago, en las que ofrece servicios de orientación laboral y jurídica, actividades educacionales, además de una sistemática y programada acción de incidencia especialmente ante parlamentarios y el gobierno.

Otra organización, con más trayectoria y experiencia, es el Instituto Católico de Migración (INCAMI) dependiente de la Conferencia Episcopal de Chile y a cargo de los padres scalabrinianos. En la misma parroquia que atienden en Santiago mantienen una oficina de orientación y atención a migrantes y la sede del INCAMI. Ante el incremento de la inmigración han diseñado el Centro Integral de Atención al Migrante (CIAMI) con hogares en siete ciudades del país.

Marcio Toniazzo está a cargo del hogar en Santiago. Es sacerdote, brasileño, descendiente de italianos, y hace cuatro años que está en Chile. “Siendo migrante –dice– me hago parte del mundo de la migración. Desde mi experiencia puedo entender mejor lo que significa dejar la familia, la propia cultura, la casa”.

Estos hogares ofrecen alojamiento y alimentación especialmente para los primeros días, además asesoría para regularizar documentos de estadía, una escuela para quienes van a trabajar como empleadas domésticas en la que se enseña gastronomía chilena, legislación, aspectos culturales e información de la ciudad. Además, un centro de apoyo a la inserción laboral donde se registran y capacitan los migrantes y llegan personas a buscar trabajadores para sus empresas o casas.

El padre Marcio dice que los mismos migrantes informan sobre la casa que dirige, a los que vendrán cuando aún están en sus países de origen. Y relata: “Al llegar a Santiago, en sus oídos aún resuenan los sonidos de sus países, las voces de sus hijos o padres, pero aquí encuentran otros ruidos, desconocidos, otro timbre de voz, a veces otro idioma. Todo es distinto. Se sienten indefensos, sin redes de apoyo, desconociendo todo. Y llegan a esta casa; entonces nosotros somos el hogar que los acoge. Llegan con una valija llena de sueños, de proyectos, de desafíos, de alegrías y tristezas, arrepentimiento. Llegan con un corazón dividido. Nosotros queremos acogerles y darles un lugar de descanso, un tiempo de adaptación en un ambiente fraterno, alegre, en esas primeras horas en el país”.

El hogar les ofrece también atención médica gratuita, capacitación, actividades religiosas y de espiritualidad, además de momentos de diversión como un paseo en el que dos buses llevaron a varias decenas a conocer Valparaíso pocos días antes de la visita de Vida Nueva al hogar.

 

Respetando su dignidad

Toniazzo dice que “no alojan menos de 40 personas diarias y pueden incluso pasar de 100, tenemos que acomodarnos con cariño para acoger a todos los que llegan. Vienen aquí personas a enseñarle maquillaje, peluquería, para ellas mismas a fin de reforzarles su autoestima. A las oficinas llegan unas 80 personas diarias, como promedio, que buscan información, red de apoyo, inserción laboral.

Para el sacerdote brasileño, “un aspecto que nos parece importante es desvincular el estatus migratorio de un contrato de trabajo, de manera que como migrante se pudiera regularizar como ser humano, como persona, con dignidad; por ejemplo, en este tiempo en que Chile no tiene tanta oferta de trabajo como la tuvo en otro tiempo. La situación actual genera dificultades porque empuja a los migrantes a caer a veces en situaciones que están al margen de la ley por la necesidad urgente que tienen de conseguir un trabajo”.

La búsqueda de realizar los sueños y que se cumplan las esperanzas siguen siendo el motor para quienes llegan al país. Búsqueda cada vez más variada, ya no limitada sólo a lo económico, para ganar dinero. “No vine como migrante –dice Mariana–, sino porque mi hijo emigró con su esposa y por no arriesgar dejaron a sus hijos en Venezuela. Ahora que ya están instalados y asentados les he traído sus hijos”. Ella está en Santiago hace casi tres meses, pero no se quedará. “En estos días he podido ver que este es un problema latinoamericano”, agrega. Y desribe: “Antes yo decía que era una moda, pero a nosotros en Venezuela en pocos años la vida se nos volteó. Tengo 50 años, soy administradora con postgrado en mercadeo, vivía en el estado de Zulia donde tenía un buen trabajo. Pero la situación en el país se ha hecho insostenible y por eso comprendo que muchos busquen otras oportunidades”.

Como ella, tampoco Fabricio Santos llegó buscando trabajo: “vine de vacaciones a visitar a mi novia y me gustó Chile y me quedé. De esto hace ya cinco meses”. Vivía en esas hermosas playas del norte ecuatoriano, en Esmeralda. “En general la gente me ha tratado muy bien. No me quejo. Decidí quedarme porque las propuestas de trabajo aquí son muy buenas, pero sobre todo porque mi pareja está aquí. Mi sueño es estudiar en lo que más me gusta, la natación. También superarme día a día, más que todo en lo económico, y aquí veo muchas posibilidades para progresar y poder ayudar a mis padres a quienes puedo enviar algo de dinero”.

 

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