El episcopado ante los diálogos entre el Gobierno y el ELN

 

Conversación con Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali

petición de la guerrilla, y con la aceptación de la Presidencia de la República, la Conferencia Episcopal acompaña actualmente los diálogos de paz entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Gobierno. La institución ha puesto de su parte para destrabar el proceso en momentos de dificultad y conformó una comisión a la que pertenecen —junto con otros dos sacerdotes— los obispos de Cali, Arauca, Quibdó, Istmina-Tadó y Tibú. En conversación con Vida Nueva, el coordinador del equipo, monseñor Darío de Jesús Monsalve, desentraña sus convicciones sobre la diplomacia pastoral en curso y las tareas que, a su parecer, tiene por delante el conjunto de la Iglesia Católica colombiana en el marco del proceso de paz.

“La interlocución entre las partes no es fácil”, reconoce el arzobispo de Cali. Piensa que hace mucho tiempo Colombia abandonó el camino de la palabra para tomar el camino de los hechos violentos y asegura que la paz supone reconducir a toda la sociedad hacia el primer camino. Esto, a su vez, exige “saberes espirituales fundamentales”. ¿Cuáles son estos saberes? Conocimiento de los propios límites, humildad como condición básica del diálogo, escucha y silencio; aprendizaje del intercambio entre opuestos; aprendizaje del consenso, del disenso y de la concertación.

A su parecer, la Iglesia Católica puede aportar mucho para volver a una sociedad por el camino de la palabra y generar una cultura de paz a través de asuntos como un nuevo sistema educativo y la promoción de una nueva ética de lo colectivo y de lo público; retos que tiene de frente el país.

“El diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico”, señaló Pablo VI en Ecclesiam suam (1964). Monseñor Monsalve trae a colación el documento para insistir en que la Iglesia misma está afincada en la palabra que hace de las diferencias oportunidad y riqueza común. “Jesús no se apoyó en el poder religioso ni en el poder de la fuerza ni de las armas, sino en el poder de la palabra”, afirma.

Revolución de las mesas

Junto al ejercicio de la palabra, a la Iglesia le es connatural la generación de tejido social, una oportunidad más, frente a lo que está por delante.

Monsalve explica que una particularidad de los diálogos entre ELN y Gobierno es que no solo involucran a dichas partes, sino también al conjunto de la sociedad civil. “Colombia está saliendo de la revolución de las masas a la revolución de las mesas”, afirma en el sentido de que todas las comunidades están llamadas a abrir mesas sociales en sus territorios, en las que los procesos organizativos confluyan en función del encuentro, el diálogo y la reintegración.

Juan Camilo Restrepo y Pablo Beltrán, durante la instalación de la fase pública de los diálogos entre Gobierno y ELN

Estos espacios habrán de ser evento del ejercicio de la palabra y habrán de posibilitar la formulación concertada de planes de vida y de desarrollo en las regiones. “Son mesas para la vida, mesas del pan en las cuales la vida humana tiene que ser el primer factor y se eliminen al máximo los riesgos para la vida de los líderes sociales de paz y de derechos humanos, para la vida de toda la población y para la vida del medio ambiente”. “Hay que sacar la intimidación y el asesinato de la vida de los colombianos”.

El reto de re-colectivizar la sociedad debe enfocarse, según el prelado, en la construcción de paces y de paz; pactos para dejar las armas y construcción pacífica de convivencia. Un desafío frente al cual la Iglesia Católica puede valerse de su poder de convocaría en los municipios. “La Iglesia al evangelizar genera comunidad; la comunidad debería inspirar tejido social; ese es el paso que le falta dar a la Iglesia: saber que no es solo una comunidad de creyentes, sino que esa comunidad tiene la tarea de regenerar tejido social”. Y agrega: “la Iglesia tiene esencia comunitaria, pero un potencial societario: ese potencial es el que hay que explotar en las parroquias, porque hasta ahora las comunidades están muy hacia adentro (de sí mismas)”.

Vencer el miedo

“La población civil espera que nosotros le ayudemos a vencer el miedo y la prevención. Ella debe ser protagonista de la integración social y de la reintegración de los exarmados; y está convocada a participar. La participación tiene muchos aspectos y mecanismos constitucionales. Participación significa que yo tomo parte del poder. La gente tiene potestad, por ejemplo, para dar una licencia social, y no solo una licencia ambiental, en el caso de la explotación minera, de la apertura de una vía o de cualquier otro proyecto macroeconómico. Tiene poder para hacer respetar su territorio y que no se lo tomen y deba irse desplazada y entregar sus viviendas y sus tierras. Tiene un derecho de permanencia; una vinculación raizal, porque está arraigada. Ese derecho de arraigo hay que reconocerlo y restaurarlo, para que mucha gente vuelva a su territorio”

 

Sanar heridas

Comprometerse con las víctimas es la tercera tarea; algo que debe efectuarse en coherencia con la dimensión samaritana propia de la Iglesia. Según Monsalve, “el compromiso samaritano no se desentiende del victimario, sino que entiende de la víctima en primer lugar”. Al hacerlo, rescata su dignidad y cuestiona la conciencia del victimario y el tipo de dignidad que éste se atribuye.

El prelado critica a quienes han pretendido enfilar al país detrás de los violentos dejando de lado la preocupación primera por la situación de las víctimas y propiciando nuevas injusticias. “Colombia llegó a ser una nación anti-farc; ponerla en contra del victimario se expresó en limpieza social, autodefensas, paramilitarismo, redes de informantes”.

“La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos”.

Las líneas anteriores provienen del mensaje del papa Francisco durante la más reciente versión de la Jornada Mundial para la Paz. Según Monsalve, el obispo de Roma ayuda a distinguir el camino que debe recorrer el país: el de la no violencia activa y creativa; una actitud solidaria, que no responde al mal con otro mal, sino que busca erradicar las causas de la violencia.

El conflicto ha dejado víctimas de lado y lado. En el horizonte de la no violencia debe haber un tipo de sociedad en la cual quienes han sufrido no sigan siendo victimizados y en donde, con quienes en el pasado fueron violentos, las víctimas puedan convertirse en defensoras de la vida y líderes de paz.

“Hay que hacer un camino muy largo”, platea el arzobispo de Cali, “el camino del perdón, que es como pasar de la herida a la cicatriz; todo un recorrido, que está en los cánticos del siervo de Yahvé, del profeta Isaías: ‘sus heridas nos han curado’. Realmente lo que nos cura no son las heridas, sino las cicatrices del resucitado; cicatrices que van a sanar las heridas del mundo”. Entre los heridos que el país está por ver, Monsalve considera a la porción de colombianos que, dejando las armas, buscarán reincorporarse a la vida civil; antiguos combatientes, con las marcas de la guerra todavía en sus cuerpos. ¿Quién los acogerá? ¿Quién favorecerá su proceso de reintegración?

Hay aquí un tipo de diplomacia pastoral que la Iglesia Católica puede poner al servicio de la hora que vive el país. El mismo Monsalve ha dado pasos en esa línea: “yo acabo de recibir dos indultados del ELN, para ponerlos bajo mi cuidado y da lástima ver cómo llega uno con su pierna derecha amputada y el otro con sus piernas baleadas o heridas por esquirlas de granadas y con infecciones”. Según explica, esta es la condición en la que están muchos guerrilleros presos, que en un futuro cercano podrían ser también indultados.

Contextos favorables

Manifestación en rechazo a las desapariciones forzadas

Para el arzobispo de Cali fue muy satisfactorio que el 7 de febrero se instalara la fase pública de diálogos de paz entre el ELN y el Gobierno en una propiedad de los jesuitas, la Hacienda Cashapamba, sede campestre de la Universidad Católica de Ecuador, situada a pocos kilómetros de Quito. Monsalve subraya el hecho de que “la primera acción entre las dos delegaciones y los países garantes no fue sentarse a definir una metodología de trabajo, sino reunirse a una jornada de oración promovida por el rector de la universidad”.

Acciones de este tipo dinamizan, a su parecer, una cuarta tarea de la diplomacia pastoral al servicio de la paz, la que tiene que ver con generar contextos favorables para los diálogos. “Estos procesos pueden ser acompañados no solo por la Iglesia que está en Colombia, sino, en general, por la Iglesia que está en la región y en el mundo (…) vine muy contento de Quito porque creo que los diálogos se van a desarrollar en un ambiente eclesial, con un acompañamiento de la Iglesia”.

Por último, el prelado destaca la labor interinstitucional que la Iglesia Católica puede promover en las regiones en favor del proceso de paz. Dicha labor configura un quinto reto asociado a la naturaleza de la comunidad de creyentes. Por su naturaleza, la Iglesia está llamada a convocar, a generar comunidad, a fundarse en la palabra como oportunidad para el avance de la humanidad y a atender compasiva a los heridos al borde del camino. Todo esto según una lógica samaritana, capaz de trascender las fronteras. En síntesis, estas son las claridades que orientan hoy por hoy la acción del episcopado en su acompañamiento del diálogo entre el Gobierno y el ELN.

Democracia como cultura

“Con la población civil hay muchas cosas que trabajar. La agenda del ELN propone no solo participación sino transformación y democracia para la paz. Un punto muy difícil. La Iglesia no puede marginarse del ejercicio de la democracia como cultura. Muchos creen que por ser comunidad religiosa no tenemos que meternos en lo civil porque entienden mal la separación del Estado y la Iglesia. Esa separación Iglesia-Estado no significa laicismo ni abandono de lo público ni de lo político por parte de los creyentes; ni abandono de la fe, por parte de los políticos”

Miguel Estupiñán

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