Diáconos permanentes al servicio de la caridad

apertura-81Han ganado reconocimiento por su importante colaboración al sacerdote, aunque es débil su participación en el servicio de la misericordia. La realidad de los diáconos permanentes que cubren urgencias, enfatizando una de sus funciones por sobre las otras.

Yo se los digo siempre: ustedes seel servicio de la caridad que es donde debe estar su función preferentemente, sin excluir las otras dos funciones”, expresa Miguel Caviedes, obispo emérito de Los Ángeles (Chile). Y agrega: “Es fácil que el diácono se clericalice. Esto se explica por la necesidad de suplencia debido a la escasez de sacerdotes. Pero los diáconos no pueden quedarse en eso”.

En Chile hay unos 1.200 sacerdotes diocesanos y unos 1.100 diáconos permanentes ampliando enormemente la cobertura del servicio sacerdotal en lo que ellos pueden complementarlo. Sin duda, su restablecimiento por el Concilio Vaticano II fue no sólo una gran novedad, sino sobre todo una contribución gigantesca a la atención religiosa de una población que iba quedando sin ella por la menor cantidad de sacerdotes. La Conferencia Episcopal de Chile obtuvo en 1967 la autorización de la Santa Sede para hacer efectiva esta ampliación del ministerio ordenado y en 1982 publicó las primeras Orientaciones para el Diaconado Permanente en Chile, actualizadas en 1993. Una nueva actualiza-ción se produjo en 2006 recogiendo el caminar de esos 50 años e incorporando las directrices y normas de los documentos de la Santa Sede.

Se introdujo así en la Iglesia este nuevo ministerio que se confiere a varones casados, con características personales apropiadas y reconocidas por la comunidad. La esposa debe autorizar por escrito su aceptación para la ordenación del esposo. Recibe el sacramento del Orden que le confiere un carácter espiritual indeleble y no puede ser retirado ni ser conferido para un tiempo determinado. Puede ser liberado de obligaciones y de las funciones vinculadas a la ordenación y hasta se le puede impedir ejercerlas, pero no vuelve a ser laico nuevamente. Es uno de los tres ministerios del Orden, junto al sacerdotal y episcopal, aunque el Catecismo de la Iglesia Católica (n° 875) expresa que: “De Cristo reciben los obispos y presbíteros la misión y la facultad (‘potestad sagrada’) de obrar en la persona de Cristo cabeza; los diáconos, en cambio, la fuerza de servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad”. Y en el n° 1554 indica: “existen dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarlos y a servirlos. Por eso, el término sacerdos designa, en el uso actual, a los obispos y presbíteros, pero no a los diáconos”.

La reforma conciliar

En la preparación al Concilio se experimentó vivamente el deseo de contar con este servicio, sobre todo en las tierras de misión donde podría dar más eficacia a su ministerio, imprimiéndole este ca-rácter a tantos que ya desempeñaban funciones diaconales, por ejemplo a catequistas de África. Así, la Iglesia desplegaría más plenamente toda la rique-za sacramental del ministerio, con la que el Señor la había dotado desde la época apostólica. Pero lo que más pesaba eran las necesidades pastorales ante la escasez de presbíteros en algunos sitios, o donde los presbíteros no podían actuar por la persecución. Los diáconos podrían también hacer de puente; penetrar la sociedad secular a la manera de los laicos, sobre todo si mantienen su trabajo como fuente estable de ingresos económicos.

En la constitución dogmática Lumen Gentium (n° 29) el Concilio señala respecto de los diáconos permanentes que “en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el mi-nisterio de la liturgia, de la palabra y de la caridad”. Tres ámbitos que llegan a ser desafíos pastorales, cada uno de ellos. Además les determinó como funciones: proclamar el Evangelio, predicar y asistir en el Altar; administrar el sacramento del bautismo; presidir la celebración del sacramento del matrimonio; conferir los sacramentales (tales como la bendición, el agua bendita, etc.); llevar el Viático a los enfermos en peligro de muerte), pero no puede administrar la unción de los enfermos ni el sacramento
de la reconciliación. Y, de acuerdo con lo que determine la jerarquía, puede dirigir la administración de alguna parroquia; ser designado a cargo de una Diaconía; presidir la celebración dominical sin sacerdote.

diacono-bautismo

De esta manera quedó ampliada la función diaconal respecto a la que era en su origen, según narran los Hechos de los Apóstoles (6, 2-4): “Los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: No está bien que nosotros dejemos de anunciar la palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, elijan de entre ustedes siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio, para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la palabra”.

La mayoría de los diáconos permanentes participa en el acompañamiento de comunidades cristianas, en la catequesis, en la formación pastoral y en la pastoral social con tareas en las áreas de salud, penitenciaria, comunicaciones. Algunos se desempeñan en escuelas. Todos atienden también litúrgicamente a comunidades cristianas.

El diácono permanente no es sacerdote ni está de paso hacia el sacerdocio. Sacerdotes son el obispo y sus cooperadores, los presbíteros. Por eso el diácono no es ordenado para el sacerdocio sino para el ministerio (servicio). Y la fórmula más antigua añadía ministerio del obispo, es decir, ordenado no para el presbiterio sino para hacer lo que el obispo le encargare. Por eso, sólo el obispo le impone las manos.

El presbítero forma parte de un colegio que, aunque presidido por el obispo con quien debe armonizar, sin embargo, muchas veces ha jugado el papel de cierto contrapeso a la autoridad del obispo. El diácono, en cambio, en esa fórmula aparecía directamente al servicio del obispo. El Vaticano II va a decir que está al servicio del pueblo de Dios, en comunión con el obispo y su presbiterio.

Para el obispo Caviedes, “la función propia de ellos es la diaconía es decir el servicio en la caridad. Otro aspecto interesante hoy es que animen las comunidades eclesiales de base. Yo creo que el diaconado tendría mucha más fuer-za, si más fuerza tuviera la acción de la caridad que ellos realicen. En la liturgia no hay mucho que agregar, la mayor carencia está en la caridad, donde hay poca gente promoviendo, actuando, sobre todo con los más pobres, en especial en la línea del llamado que hace el papa Francisco”.

La formación de los candidatos Caviedes señala que “la formación del diácono se queda un poco en lo intelec-tual. Lo que uno ve es que muchas veces nos quedamos en temas, en doctrina. Falta más insistencia en el aspecto de la diaconía en la Iglesia y tal vez falten modelos apropiados para mostrar. Sería deseable que los mismos sacerdotes muestren pistas de vida y acción para el diácono, sin clericalizarlo; no sólo entregándoles parte de su trabajo, sino indicándoles tareas propias del diácono en cuanto a sus funciones específicas”. Y menciona las Normas básicas de la formación de los diáconos permanentes y el Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, ambos documentos publicados en 1998 por la Conferencia Episcopal de Chile. En ellos se señalan cuatro áreas que debe abordar su formación: humana, intelectual, espiritual y pastoral.

Según Mario Rojas Martínez, director de la escuela diaconal de la diócesis de Valparaíso, el proceso de selección y formación de los futuros diáconos se inicia con el envío de una ficha para la postulación que pide antecedentes personales, familiares, laborales, académicos y pastorales. Los postulantes son presentados por la comunidad parroquial con el aval del párroco.

“Luego, comienza el período de formación académica –expresa Rojas–, que dura aproximadamente 6 años. Los estudios se realizan en régimen trimestral durante el año y abarcan filosofía, psicología, formación humana, social y teología pastoral, dogmática, eclesiológica y espiritual. Cada alumno tiene un tutor, diácono asignado para acompañarlo en su proceso formativo y un sacerdote como guía espiritual”.

“Una vez al año el consejo de la es-cuela revisa los antecedentes de los estudiantes, se piden informes a sus párrocos, comunidades y a sus familias. Cuando corresponde se presentan sus antecedentes al consejo de órdenes de la diócesis presidido por el Obispo”, describe Rojas. “Se considera muy importante la participación de las esposas, por ello una vez al mes ellas se reúnen por nivel, acompañadas por un matrimonio de diácono, quienes les comparten su experiencia de formación”, asegura. Y agrega: “Un retiro espiritual al año en el que participan con sus esposas y la mantención de su compromiso pastoral en sus comunidades, son importantes. Además hay retiros periódicos para ellos y su participación en las reuniones del clero”.

En 2005 se fundó la escuela diaconal San Felipe Diácono en la diócesis de Valparaíso, con clases los sábados desde las 8:45 a 14, desde marzo a diciembre. Se financia con el aporte del obispado de Valparaíso y de las parroquias o comunidades que envían alumnos. Sus profesores deben estar en posesión de algún título académico de acuerdo a la asignatura que imparten. Además deben ser católicos, estar en comunión con la Iglesia y el Magisterio. Entre los profesores hay sacerdotes, diáconos perma-nentes, religiosas y laicos.

Matrimonio y familia
Caviedes relata que él empezó con el diaconado permanente desde que se reinstauró porque le pareció un aporte interesante para la pastoral de la Iglesia. “En una reunión del clero, mi obispo en Rancagua nos informó y consultó quién se quería hacer cargo de esto en la diócesis. Yo me ofrecí. Desde entonces, hasta hoy, en los lugares donde he estado, siempre he tenido especial atención y dedicación por el diaconado permanente”, recuerda. Con esta experiencia destaca que los candidatos deben tener muy claro lo que es la Iglesia y la misión de sus integrantes y ministros. Señala como cualidades humanas indispensables ser buenos guías de las personas, buen trato, cordialidad, responsabilidad, que la gente los vea convencidos de lo que hacen.

El rol de la familia es importante. Caviedes explica: “se les pide explícito apoyo de sus familias. Las esposas son un buen apoyo, a veces con los hijos, especialmente si son adolescentes o mayores, hay más tensiones o dificultades. Siempre la familia requiere una atención especial y directa. Deben ser integrados en la formación previa y permanente del diácono, en las reuniones periódicas con ellos”.

En el Encuentro nacional del Diaconado Permanente realizado el año 2008, Eliana Araneda de Palet presentó el tema La participación de las esposas en el ministerio diaconal. En esa ocasión describió los aportes a la formación personal, al fortalecimiento de la vida matrimonial y a una más profunda comprensión de la Iglesia. También señaló las “sombras en nuestras vidas”, tal como lo expresó. Entre ellas constató que “en una mayoría de las esposas hay un sentimiento de satisfacción y alegría por el diaconado de sus esposos, aunque a veces conviven en ellas sentimientos no gratos. Muchas han sufrido en algún momento una sensación de abandono por parte del marido, de ser postergadas o, peor aún, de ser excluidas de la vida de ellos. Los hijos también perciben que muchas veces no cuentan con su padre”.

V’a Crucis en Iglesia Santa GemaEsta tensión entre diaconado y matrimonio es delicada y puede ser fuente de dificultades. Desde su experiencia actual, Caviedes sostiene: “hacemos esfuerzos por integrar a la familia y trata-mos de ayudar a que puedan ir adecuando el servicio eclesial con la vida familiar. Uno conoce esposas que se quejan de sus maridos demasiado dedicados al servicio diaconal descuidando su familia. Es necesario equilibrar esto: deben ser fieles a dos espiritualidades, la familiar y la diaconal. Primero es la familiar, que esté firme, así estará firme también el diaconado. Por eso requiere formación integral, completa, sin descuidar a la familia”.

Además, agrega: “una dificultad es también que cuando un laico destaca, pronto es llamado al diaconado y la iglesia pierde buenos laicos presentes en las tareas del mundo. Esto es un peligro. La Iglesia no necesita sólo diáconos, también necesita laicos”.

Nuevos desafíos

A veces surge la pregunta de si podría haber mujeres diaconisas. Así ocurrió el recién pasado 12 de mayo en el encuentro del papa Francisco con las participantes en la Asamblea Plenaria de Superioras Generales. Allí se le formuló al Papa la pregunta “¿Qué impide a la Iglesia incluir mujeres entre los diáconos permanentes, al igual que ocurría en la Iglesia primitiva? ¿Por qué no crear una comisión oficial que pueda estudiar el tema?”. Después de hacer refe rencia a una experiencia personal y antecedentes históricos, Francisco les dijo “Voy a pedir a la Congregación para la Doctrina de la Fe que me informe acerca de los estudios sobre este tema (…) Y también me gustaría establecer una comisión oficial que pueda estudiar el te-ma: creo que hará bien a la Iglesia aclarar este punto. Estoy de acuerdo, y voy a hablar para hacer algo de este tipo”.

En 2002, la Comisión Teológica Internacional difundió un documento titulado Cuestiones sobre el diaconado que se refiere a la ordenación de mujeres para el diaconado, indicando que “las diaconisas, de las que se hace mención en la Tradición de la Iglesia antigua, por lo que sugiere el rito de institución y las funciones ejercidas, no son pura y simplemente asimilables a los diáconos”. Especialmente en la dinámica que el papa Francisco está dando a la Iglesia, es necesaria una renovación también en el diaconado.

Caviedes señala la necesidad de “preparar hoy a los diáconos para esta Iglesia del mañana en la perspectiva que la está lanzando el Papa: una iglesia para el mundo y no encerrada en ella misma. Requiere más trabajo. Habrá que fortalecer la función de la caridad en el diaconado equilibrándola con la función en la liturgia. Así, la misión del diácono será más acorde con una Iglesia en salida, que atiende a las periferias. Hay que lograr que los diáconos capten más y mejor la diaconía, el servicio de la caridad”.

Para Mario Rojas también hay desafíos: “fortalecer nuestro proceso formativo con nuevos temas que van surgiendo, nuevas necesidades de respuestas pastorales y eclesiales; reforzar las redes de comunicaciones, la creación de una plataforma digital para mejorar la entrega de documentos y clases”.

Sin embargo, aún falta mucho para poder ver indicios claros de una mayor atención al servicio de la caridad en los diáconos permanentes, sobre todo por la alta demanda de atender la vida religiosa y sacramental de las comunidades. Cubren una urgencia, enfatizando una de sus funciones por sobre las otras dos. Tal vez el acento pastoral puesto por el papa Francisco ayude a encontrar áreas de servicio en la diaconía de la misericordia.

 

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