Martha Luz Amorocho. Víctima del atentado de las Farc en el club El Nogal

MarthaLuz-BBC

“Yo no puedo juzgar ni condenar al otro”

Martha Luz Amorocho perdió a un hijo, como consecuencia del atentado que las FARC llevaron a cabo contra el club El Nogal el 7 de febrero de 2003. Se llamaba Alejandro y tenía 20 años.  Sobrevivió a la tragedia Juan Carlos, su otro hijo, quien también se encontraba en el lugar. Martha Luz considera que el cambio en un país contaminado de violencia como Colombia empieza por cada uno, en acciones pequeñas, como el aleteo de una mariposa. No sólo decidió no guarda rencor, sino que hoy en día ayuda a que otras personas elaboren experiencias de duelo en un camino que ella misma ha logrado transitar en compañía de su familia. “Yo no puedo juzgar ni condenar al otro”. Según afirma, perdonar es un milagro que le ha permitido salir adelante.

¿Cómo logró sobreponerse a lo ocurrido en El Nogal?

Tuve dos posibilidades, construir o destruir. O me dejaba llevar por el odio y me volvía como aquellos a los que criticaba; o era coherente con todo lo que me han dado y empezaba a construir desde ahí. Tomé esa decisión. Estoy segura de que ni Alejandro ni Juan Carlos hubieran querido que yo hiciera algo diferente; por supuesto, Dios tampoco. Tuve la gracia de Dios en mi vida, de su misericordia: no juzgué nada, perdoné. Eso me permite hacerme cargo de mi hijo y de mi esposo y ayudarlos a salir de donde están.

Usted no sólo perdonó, sino que tuvo un gesto de reconciliación al aceptar encontrarse con un antiguo combatiente de las FARC. Por favor, háblenos de esa situación.

Como decía, no se trata de juzgar sino de amar. En la medida en que yo amo, ¿voy a agredir a alguien? Si yo amo no agredo, maltrato, robo ni mato. Esa es la enseñanza que las mujeres tenemos que llevar. Podemos hacer que el otro mire el panorama desde otro punto de vista y asuma su responsabilidad. Porque esto es de todos, cogidos de la mano.

En el club hay una fundación para ayudar a las víctimas. Hacemos un congreso todos los años. Y el congreso de 2014 fue de territorios. Me preguntaron si aceptaría que un reinsertado me pidiera perdón simbólicamente. Era un muchacho de 35 años. Llegamos al escenario y había un sofá, donde me senté con él. El estiró su mano y yo la mía. Eso no lo registró nadie. No sé quién le agarró la mano a quién. Pero lo cierto del cuento es que nos apretamos las manos en ese gesto de angustia y de solidaridad, ante la fragilidad que teníamos los dos en el mismo momento: estábamos enfrentados a la misma situación, a una misma necesidad de apoyo. Esto es importantísimo, porque es lo que nos toca hacer: confiar en el otro, saber que, en el fondo, no importa lo que hagamos, lo único que somos es seres humanos ávidos de salir adelante, de estar tranquilos, de estar en paz.

¿Qué hace falta para que se geste un cambio de actitudes entre los colombianos?

Todos en este país estamos tocados y somos víctimas de alguna manera. Todos hemos pasado en alguna parte de nuestra historia por una situación de violencia. El proceso de la reconciliación no es tan sencillo. La violencia en este país no lleva 50 años, sino 500. Los reinsertados van a tener un acompañamiento, como, de hecho, ya lo tienen; para salir, cambiar, aceptar, descansar el alma; pero los demás, como sociedad civil, también necesitamos acompañamiento: de esta cantidad es que depende realmente lo que pase. Cuando uno no ha hecho el duelo no perdona. En este país todo el mundo tiene duelos no resueltos. Parte del acompañamiento que necesita nuestra sociedad es ese: resolver los duelos, entender y hacernos cargo, aceptar la pérdida. No somos buenos ni malos, hemos respondido bien o mal a determinadas circunstancias. Tenemos libre albedrío. Si yo tengo un entorno que me desarrolla lo decente y generoso eso es lo que voy a proyectar. Pero si yo tengo un entorno que me motiva a lo contrario, quizá esa parte es la que va a salir. Podemos hacer algo diferente cada día. Reconocer en el otro esa capacidad y darle  la oportunidad me dignifica a mí misma.

DICTO SENTENCIA

“El ojo por ojo no existe, yo no podría matar”.
“A mí lo que más me importa no es la pena que ellos tengan, porque la pena a mí no me devuelve nada”.

“La sociedad buena entre comillas no se ha hecho cargo de la cárcel, no reivindica ni saca lo bueno de esos seres humanos, sino que los consume”.

 

Miguel Estupiñán

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