Dos sínodos bajo el primado de la misericordia

Un análisis sobre la oportunidad que tiene el Papa de abordar un cambio de rumbo en moral sexual y familiar

portada Pliego VN Sínodos de la Familia y misericordia 2976 febrero 2016

JESÚS MARTÍNEZ GORDO, Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz | Finalizados los sínodos extraordinario (2014) y ordinario (2015) de los obispos sobre la familia, ha llegado el momento de levantar la vista sobre el día a día de este, casi siempre, sorprendente pontificado y recordar –en primer lugar– lo inicialmente propuesto por Francisco; para exponer –seguidamente– los puntos capitales que, como consecuencia de dicha propuesta, han sido estudiados y debatidos en el Aula sinodal; y lo que, finalmente, se ha aprobado en ambos sínodos. También habrá que preguntarse por qué el papa Bergoglio sigue sumando voluntades, a pesar de todas las zancadillas que se le están poniendo, y por qué, concretamente, las posiciones rigoristas (hasta no hace mucho dominantes) han pasado a ser minoritarias. En definitiva, por qué no han podido desautorizar su tratamiento misericordioso de la pastoral familiar y de la moral sexual, aunque sí hayan logrado ralentizarla en algunos extremos.

La Iglesia, buscando más convencer que vencer, reconoce a las minorías una cierta capacidad de bloqueo, asumiendo el sistema de la mayoría cualificada (dos tercios) como uno de los mecanismos (aunque no el exclusivo) que puede facilitarlo. El valor de la comunión tiene estos peajes, a pesar de que, a veces, pueda emplearse como un arma arrojadiza.

En todo caso, no está de más recordar que los consejos aprobados en el Aula sinodal son importantes porque indican el grado de aceptación de determinadas propuestas teológicas y pastorales –como actualmente sucede, aperturistas– entre los sectores más rigoristas de la jerarquía católica.

Pero tampoco está de más tener presente que dichos consejos sinodales son relativos, es decir, dependen en su interpretación y posible aplicación (o no) del texto que finalmente tenga a bien publicar el sucesor de Pedro como garante último de la unidad de la fe y de la comunión eclesial. Será entonces cuando se podrá evaluar con mucho más fundamento la autoconciencia práctica que tiene este papado de su responsabilidad primacial y de su articulación con el colegio episcopal, así como del puesto que asigna a la sinodalidad y a la corresponsabilidad bautismal en el gobierno y en el magisterio eclesial, después de haber recabado, por primera vez en la historia de la Iglesia católica y por partida doble, el parecer del Pueblo de Dios sobre las cuestiones tratadas por los obispos.

Este último será un punto particularmente importante de analizar, habida cuenta de que dicha consulta estuvo escasamente presente en el Aula sinodal y casi imperceptiblemente en los textos finalmente aprobados y elevados a Francisco.

I. La lección de la ‘Humanae vitae’ (1968)

II. Convocatorias sinodales

III. Primeras reacciones

IV. El Sínodo Extraordinario (2014)

V. El Sínodo Ordinario (2015)

En el Sínodo Ordinario se favoreció un debate abierto y en profundidad, particularmente, sobre los divorciados vueltos a casar civilmente. Los posicionamientos rigoristas tuvieron la oportunidad de criticar ante el resto de los padres sinodales que la reforma propuesta por Francisco era, con su revestimiento misericordioso, un drástico cambio doctrinal a medio y largo plazo. Los resultados de las votaciones muestran que su crítica no fue acogida por la inmensa mayoría, aunque sí por muchos obispos del continente africano, por algunos estadounidenses y por bastantes de la Europa del Este.

Sin embargo, a la vista de las votaciones, no parece que la minoría haya realizado una defensa suficientemente convincente, aunque haya obligado a modular, concretamente, los puntos en los que se aborda la cuestión de los divorciados vueltos a casar civilmente, con el fin de alcanzar la mayoría cualificada necesaria (dos tercios) para sostener que el Sínodo ha emitido un consejo (y favorable) al respecto.

Se asoma en la estrategia activada por los redactores de la Relación final del Sínodo de los Obispos una firme voluntad de evitar que la minoría acabara constituyéndose en grupo de bloqueo, algo relativamente sencillo en un sistema que, tratando de aproximarse más al convencimiento que a la victoria, entiende que solo puede ser tipificado como consejo aquel texto que sea aprobado por los dos tercios de los votos emitidos.

Y también el rechazo de una estrategia argumentativamente acumuladora en defensa de la propuesta de Francisco. Es preferible centrar el esfuerzo en mostrar a la minoría rigorista que tales propuestas no suponen ruptura alguna con el magisterio precedente, sino una continuidad, objetivamente constatable, con el mismo; en particular, con la encíclica postsinodal Familiaris consortio (1981) y con el Catecismo de la Iglesia Católica (1997), dos referencias incuestionables para este colectivo.

Los redactores de esa Relación final han querido evitar una repetición de la historia padecida, dialogando, en este caso, con quienes creían percibir en dichas propuestas una ruptura magisterial. No estaban por repetir semejante error, aunque las dudas que había que ayudar a superar en esta ocasión no fueran (como en 1968) las del sucesor de Pedro, sino las de un grupo de padres sinodales y, con ellos, muy probablemente, las de una parte –para nada despreciable– del Pueblo de Dios. La intención de sumar voluntades era más que manifiesta. Esto es lo que se puede constatar perfectamente en los números 84-86 del texto sinodal aprobado.

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VI. Mirando al futuro

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