El Año de la Misericordia, puerta abierta al mundo

Francisco y Benedicto XVI inauguran el Jubileo del “buen samaritano” revitalizando el espíritu conciliar

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Francisco abre la Puerta Santa de la basílica vaticana

Francisco y Benedicto XVI inauguran juntos el Jubileo de la Misericordia [extracto]

ANTONIO PELAYO (ROMA) | Todo ha sido extraordinario y excepcional en la primera jornada del Jubileo de la Misericordia. Por primera vez en la historia de la Iglesia, dos papas han asistido a la ceremonia inaugural de un Año Santo; por segunda vez en ocho siglos, se ha saltado el calendario de los jubileos (la primera fue en 1983, por decisión de san Juan Pablo II, para celebrar los 1.950 años de la muerte y resurrección de Cristo); nunca antes los peregrinos llegados de los cinco continentes habían sido sometidos a un meticuloso registro y control por parte de las fuerzas de seguridad; el portentoso progreso de los medios de comunicación ha permitido difundir las imágenes y sonidos de estos acontecimientos memorables hasta los últimos confines de la tierra; la Iglesia ha celebrado en un mismo día la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, la apertura de la Puerta Santa y los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II.

Los más madrugadores llegaron a los confines de la basílica vaticana antes de que despuntasen las primeras luces del alba, pero los accesos al recinto no se abrieron hasta las seis y media de la mañana; a esas horas ya estaban en funcionamiento los rigurosos sistemas de seguridad: cada peregrino era registrado por un agente de las fuerzas del orden y debía pasar, él y sus pertenencias, por un detector de metal. Estas operaciones se llevaron a cabo sin resistencias, aunque retrasaron la afluencia. Media hora antes del comienzo de la misa en la plaza de San Pedro, apenas se habían superado las 50.000 personas, una presencia que iría creciendo a lo largo de toda la mañana.

Minutos antes de las nueve y media hizo su entrada el largo cortejo de cardenales, obispos y sacerdotes que iban a concelebrar la eucaristía con el Santo Padre, y se situaron a un lado del altar; en el otro habían sido acomodadas las delegaciones oficiales (al frente de la de Italia figuraban el presidente, Sergio Mattarella, y el primer ministro, Matteo Renzi) y el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, así como algunos invitados especiales, entre los que estaba el prior de la comunidad de Taizé, el hermano Alois.

Un sencillo gesto

Francisco comenzó su homilía recordando que el domingo 29 de noviembre había abierto la Puerta Santa en la catedral de Bangui con un gesto –franquear la Puerta Santa de la Misericordia– “tan sencillo como fuertemente simbólico”. Luego expuso el fundamento teológico del Año Jubilar: “Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esa enemistad que insidia la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, la historia del pecado solo se puede comprender a la luz del amor que nos perdona. El pecado solo se comprende bajo esa luz. Si todo quedase relegado al pecado seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre”.

Después, Bergoglio respondió a la objeción de quienes afirman que la misericordia no puede negar la justicia divina: “Cuánta ofensa se le hace a Dios cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia. Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de la misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.

El Papa subrayó que, “hace cincuenta años, los padres del Concilio abrieron una puerta hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada solo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con verdadero entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive; en su ciudad, en su casa, en el trabajo. (…) Donde hay una persona, ahí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la misericordia y el perdón de Dios. (…) El Jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la conclusión del Concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del buen samaritano”.

Finalizado el rito eucarístico, revestido con una capa pluvial, el Pontífice entró en el atrio de la basílica y apenas le divisó se apresuró a saludar a Benedicto XVI, fundiéndose ambos en un abrazo que manifestaba no solo el afecto que les une, sino la continuidad de su acción en el timón de la barca de Pedro.

Mientras la Capilla Sixtina cantaba Misericordias Domini in aeternum cantabo, el Papa se acercó a la Puerta Santa y pronunció una oración: “Él, Jesucristo, es la puerta a través de la cual venimos hacia ti, fuente inacabable de consolación para todos, belleza que no conoce ocaso, alegría perfecta en la vida sin fin”. Ya ante la Puerta, pronunció las palabras rituales: “¡Abridme las puertas de la justicia”, y, seguidamente, apoyó sus manos en las jambas de bronce. Estas no se abrieron de inmediato; Bergoglio tuvo que hacer un cierto esfuerzo para abrirlas y atravesar el dintel, penetrando en la basílica.

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Bergoglio saluda con especial cariño a Ratzinger

Poco después, Benedicto XVI, que no revestía ningún ornamento litúrgico, se dirigió lentamente hasta la Puerta apoyado en su bastón y, sobre todo, en el brazo de su secretario, Georg Gänswein. Juntos atravesaron el umbral, y detrás de ellos lo hicieron los cardenales, obispos y sacerdotes que habían concelebrado la misa.

Lentamente, el Papa y sus acompañantes atravesaron la amplia y desalojada nave central de la basílica hasta llegar al altar de la confesión. Allí, Francisco pronunció una última oración en la que pidió a Dios que “todos los que atraviesen la Puerta de la Misericordia con ánimo arrepentido, renovado empeño y confianza filial, tengan la experiencia de tu ternura paternal y reciban la gracia del perdón para testimoniar con palabras y obras el rostro de tu misericordia”. Con el canto del Salve Regina concluyó el rito inaugural de este Año de la Misericordia, que será clausurado el 20 de noviembre de 2016.

Media hora después, el Papa ya estaba en la tradicional ventana del palacio apostólico para el rezo del ángelus, y el aforo de la plaza se había llenado de una multitud que había podido, por fin, prescindir del paraguas porque la poca lluvia que había caído durante la misa ya no amenazaba con repetirse. “La Inmaculada –les dijo el Santo Padre– se ha convertido en un sublime icono de la misericordia divina que ha vencido sobre el pecado. Y nosotros, en el inicio del Jubileo de la Misericordia, queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitando su fe”.

“La fiesta de la Inmaculada –añadió– se convierte en la fiesta de todos nosotros si, con nuestros síes cotidianos, somos capaces de vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos y darles esperanza, secando algunas lágrimas y dándoles un poco de alegría”. Después de los saludos previstos, Bergoglio se arrancó con una de sus características improvisaciones: “Hoy, al inicio del Jubileo, ha cruzado el umbral de la Puerta Santa el papa Benedicto. Enviémosle desde aquí un saludo. Le mandamos un aplauso”. La iniciativa tuvo un eco inmediato en la multitud.

Muchas de las personas que habían acudido al ángelus desde el Vaticano se encaminaron a la Plaza de España, donde, a las cuatro de la tarde, iba a tener lugar el popular homenaje de la ciudad de Roma a la Inmaculada. Ya desde primeras horas de la mañana, el cuerpo de bomberos de la Ciudad Eterna depositó una corona de flores en el brazo derecho de la imagen que corona el monumento erigido en 1957 para celebrar la definición del dogma de la Inmaculada por el papa Pío IX. Durante toda la mañana, numerosas parroquias, cofradías, asociaciones, colegios y grupos se acercaron a depositar al pie de la Virgen ramos de flores. El embajador de España ante la Santa Sede, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, con los miembros de la delegación diplomática y los superiores del Colegio Español, hizo su ofrenda floral y cantaron el Salve Madre.

Ofrenda de pastor

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Francisco reza a la Inmaculada en la Plaza de España

Minutos antes de las cuatro de la tarde, Francisco llegó a la plaza. Lo hizo por un itinerario distinto al habitual para no facilitar un posible atentado. Las numerosas fuerzas de seguridad tenían órdenes draconianas de garantizar la seguridad del Pontífice, y lo hicieron notar. La ceremonia fue sencilla y algo más breve de lo habitual. En su invocación a la Virgen, dijo Francisco: “Vengo en nombre de las familias, con sus alegrías y fatigas, de los niños y de los jóvenes abiertos a la vida, de los ancianos cargados de años y de experiencias; de modo particular, vengo a ti de parte de los enfermos, de los presos, de quienes sienten más duro el camino. Como pastor, vengo también en nombre de todos los que han llegado de tierras lejanas buscando paz y trabajo”. “Te damos gracias, María –concluyó–, porque en este camino de reconciliación no nos haces andar solos, sino que nos acompañas, estás cerca de nosotros y nos sostienes en todas las dificultades” .

Antes de abandonar la plaza rumbo a Santa María la Mayor para un breve momento de oración ante la Salus populi romani, el Papa dedicó un saludo personalizado a los muchos enfermos presentes. Para completar la jornada, a las siete dio comienzo en San Pedro el impresionante juego de luz y sonido Fiat lux: iluminar vuestra casa común. Sobre la fachada de la basílica se proyectaron durante más de dos horas imágenes ilustrativas de las consecuencias del cambio climático. Temática inspirada en la Laudato si’ y destinada a sensibilizar mientras en París los gobiernos discuten un acuerdo que reduzca la temperatura del planeta. Cien mil personas contemplaron el espectáculo inédito y extraordinario.

En el nº 2.968 de Vida Nueva

 

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