Del Pacto de las Catacumbas a la primavera eclesial

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Una perspectiva latinoamericana desde los márgenes eclesiales

“Esos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero”

El padre José Comblin consideró la fecha del 16 de noviembre de 1965 del Pacto de las Catacumbas en Roma como “el nacimiento” de la Teología de la liberación latinoamericana. Sin duda, lo es, pero no como “la” fecha, sino “una” tan significativa como puede ser la publicación del Mensaje a los Cristianos del padre Camilo Torres Restrepo en el primer número del periódico Frente Unido, publicado tres meses antes en Bogotá el 26 de agosto de 1965. Estos hechos, entre otros, nos revelan la emergencia de un nuevo amanecer de la fe cristiana en Latinoamérica signado por el anhelo de un cambio social, político y cultural que permita a las mayorías empobrecidas y excluidas salir de su miseria y postración. Estamos en plena mitad de la década de los 60, década de las revoluciones de toda índole en nuestro continente. El Mensaje y El Pacto expresan cabalmente aquellas rupturas que nos transformaron profundamente.

PL_Concilio-Vaticano-IIEn fidelidad al pacto firmado en Roma y al espíritu renovador del Concilio Vaticano II, varias diócesis emblemáticas en el continente asumieron el compromiso por una Iglesia servidora y pobre: repartieron sus haciendas entre familias campesinas sin tierra; ampliaron sus programas sociales y educativos; organizaron centros de formación política y teológica para la promoción del laicado local y las religiosas; defendieron los derechos de los pobres, especialmente de los pueblos indígenas y afro; crearon liturgias inculturadas; promovieron el liderazgo femenino, especialmente el de las educadoras y las obreras; impulsaron estudios e investigaciones de la realidad social; difundieron y enseñaron la doctrina social de la Iglesia; promovieron las cooperativas campesinas; crearon las primeras comunidades eclesiales de base (CEB) y, en Centroamérica, dieron vida al Movimiento de Delegados Campesinos de la Palabra de Dios.

Impulso renovador

Expresión del impulso renovador de los dos primeros años post-conciliares –1966 y 1967– son el Manifiesto de los obispos del nordeste de Brasil; la creación de los Centros de Investigación y Acción Social de los jesuitas; el creativo trabajo de los diversos departamentos del Celam; el comienzo de la experiencia artística-contemplativa de Ernesto Cardenal entre campesinos y pescadores de Solentiname (Nicaragua); la publicación de las revistas Cristianismo y Revolución en Argentina; Paz e Terra en Brasil; Víspera, en Uruguay; los libros de Enrique Dussel y de Paulo Freire; la apertura de nuevas fraternidades de Charles de Foucauld entre los últimos del continente; la acción política del Movimiento de Cristianismo Revolucionario Golconda en Colombia… en fin, todo parece indicar que la Iglesia como Pueblo de Dios comienza a ser una realidad germinal, dinámica e interpelante y que la lectura de los signos de los tiempos amplía y profundiza la práctica metodológica del ver, juzgar, actuar, que venía con los grupos de la Acción Católica especializada y que conduce a un mayor compromiso desde la fe con la transformación de las estructuras sociales.

blogs_periodistadigital_comNos dirá Gustavo Gutiérrez que “los años que van del Vaticano II a Medellín (1965 a 1968) son vividos con intensidad en la Iglesia latinoamericana”. Se trata de buscar y construir identidad propia como Iglesia, deseo que emerge con fuerza durante el Concilio. En continuidad, se desarrolla un dinámico movimiento de recepción del Concilio a través de las reuniones de los Departamentos del Celam y de la actividad académica de los Institutos de Catequesis Latinoamericanos ICLA (Manizales, Colombia y Santiago de Chile); del Instituto de Pastoral Latinoamericano IPLA, de Quito; y del Instituto de Liturgia, de Medellín. Aquí emerge un significativo liderazgo de obispos animadores y conductores del hecho eclesial más significativo en América Latina en el siglo XX: la Asamblea de Medellín. Se encontraban en la Junta Directiva del Celam y en la presidencia de algunos de sus departamentos Helder Cámara, Manuel Larraín, Avelar Brandao Vilela, Marcos Mac Grath, Juan Landázuri Ricketts, Eduardo Pironio, Cándido Padín, José Antonio Dammert, Julián Mendoza, Leonidas Proaño, Gerardo Valencia Cano. Junto a este Celam profético, y en el mismo movimiento del Espíritu, hallamos la Conferencia Latinoamericana de Religiosas y Religiosos CLAR, el primer grupo de teólogos que construyeron las bases epistemológicas de la Iglesia de los pobres: Segundo Galilea, Enrique Dussel, Gustavo Gutiérrez, Raúl Vidales, Cecilio de Lora, entre otros. A este núcleo germinal se suma el naciente movimiento de Iglesia y Sociedad ISAL entre las iglesias evangélicas de Río de la Plata.

Si bien es cierto que el tema “Iglesia de los pobres” se hallaba entre los “puntos luminosos” del papa Juan XXIII, éste ya venía siendo una experiencia y una opción de vida en la gente que caminaba junto a Paul Gauthier y  Marie Thérèse Lacaze en Nazareth. Para José Oscar Beozzo, Medellín “echa raíces en el grupo de ‘Iglesia de los pobres’ que se organizó ya en la primera sesión del Concilio, con algunos obispos de Europa, de África y de América Latina, por inspiración de Paul Gauthier” y que al terminar el Concilio dará vida al Pacto de las Catacumbas por una Iglesia Sierva y Pobre. Lo esencial del Pacto es recogido en el capítulo La pobreza de la Iglesia del documento de Medellín.

Persecución y martirio

Vcalabozomutante_clino entonces la persecución y el martirio contra la naciente Iglesia de los pobres, comenzando por el terror desatado contra las dirigencias de la Juventud Universitaria Católica de Brasil por los militares que dieron el golpe en 1964. Allí se instaura la Doctrina de la Seguridad Nacional que van a asumir todas las dictaduras militares en lo sucesivo y que considerará a la “Iglesia de los pobres” como “peligro bolchevique”, “infiltración comunista”, “mal enquistado” al que hay que combatir y exterminar. Ideología asumida y promovida por buena parte de los episcopados latinoamericanos, como lo expresa la declaración de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil aprobando y agradeciendo el golpe.

A decir de Michael Löwy, “la Iglesia legitimaba así un estado de excepción que iba a suprimir las libertades democráticas durante más de veinte años en Brasil”. El terrorismo de Estado que llevó a miles de catequistas, laicas y laicos comprometidos, religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos a la cárcel, la tortura, la violación, el asesinato, el exilio, la desaparición forzada, el suicidio. La locura contó con la complicidad, el silencio, la bendición y, en no pocos casos, con la iniciativa del mayoritario sector de la Iglesia Católica que se opuso a toda renovación conciliar en dirección al cambio de las estructuras sociales y eclesiales en América Latina. No es la primera vez que esto ocurre en la historia del cristianismo imperializado. El aparato jerárquico de poder eclesiástico suele actuar represivamente “en nombre de Dios” contra cualquier indicio emancipador que procure rescatar a la Iglesia de su carácter imperial y volver a la fuente del Evangelio de Jesús.

Mons. Valencia Cano, antiguo obispo de Buenaventura

Mons. Valencia Cano, antiguo obispo de Buenaventura

Helder Cámara y  Roger Schutz

Helder Cámara y
Roger Schutz

A partir del “contra-documento” presentado por el episcopado colombiano dentro de la misma asamblea de Medellín, que fue retirado por orden de la dirección, podemos apreciar el inicio de una articulación continental anti-Medellín que se consolidará con el llamado Informe Rockefeller (1969) para el gobierno de Richard Nixon de los Estados Unidos, advirtiendo sobre el potencial revolucionario de la Iglesia Católica si llegara a poner en práctica las opciones de Medellín. A partir de entonces el proceso anti-Medellín contra la “Iglesia de los pobres” se dinamizará rápidamente. Encontrará en el obispo auxiliar de Bogotá, Alfonso López Trujillo, su más capacitado, ambicioso y elocuente articulador, llegando a ser elegido secretario general del Celam en la reunión de Sucre, Bolivia, en 1972. Contará con el apoyo de Adveniat; con una buena parte de los nuncios; con la asesoría de Roger Vekemans S.J, instalado en Bogotá; con el acompañamiento del grupo Communio, de Ratzinger, von Balthasar y De Lubac, con la simpatía y colaboración de los obispos pro-seguridad nacional, los obispos castrenses, los sectores de religiosas y religiosos ligados a las élites nacionales y los nuevos movimientos como la Renovación Carismática Católica. El “Celam profético” de 1966 a 1972 es desmontado en su totalidad. La Clar es acusada, calumniada y perseguida. Los Institutos son cerrados y en algunos casos re-abiertos bajo nueva orientación. Las facultades de teología, los seminarios, los centros de espiritualidad, las editoriales y librerías católicas, las congregaciones religiosas son vigiladas, censuradas, intervenidas, inspeccionadas. Los obispos de los pobres son perseguidos, silenciados y calumniados, siendo don Helder Cámara, don Gerardo Valencia Cano, don Leonidas Proaño, don Óscar Arnulfo Romero, don Pedro Casaldáliga, don Tomas Balduino los casos más emblemáticos. Los nuevos obispos serán aquellos que profesen el credo anti-Medellín. Las y los teólogos de la liberación son llevados a los nuevos tribunales de la inquisición romana. Sus obras son censuradas y prohibidas, y sus espacios de trabajo cerrados. Leonardo Boff e Ivonne Guevara sancionados, los sacerdotes ministros de la revolución sandinista en Nicaragua son suspendidos en sus funciones sacerdotales y en el caso del padre Fernando Cardenal dimitido de la Compañía de Jesús. Las Comunidades Eclesiales de Base en el mejor de los casos cooptadas y transformadas en grupos parroquiales de oración, en la mayoría de los casos perseguidas hasta su extinción. De esta manera la “Iglesia de los pobres”, como en sus orígenes, acudió a las catacumbas para refugiarse, resistir y poder sobrevivir. ¿Cómo fue posible esto? ¿Cómo hemos logrado vivir así así?

Catacumbas ecuménicas

Después de la muerte de Camilo Torres, su madre, Isabel Restrepo, deseando cuidar y sostener su legado revolucionario, crea en Bogotá (1967) la Corporación para la Investigación Científica América Latina, que duró algunos pocos meses, dada la enorme presión a la que fue sometida ella y la Corporación por parte del Estado colombiano, obligándola a exiliarse en Cuba, donde permaneció hasta su muerte. Será quizá una de las primeras instituciones alternativas creadas en la periferia bajo el techo de “lo civil” para resistir y confrontar a los centros de poder. De esta manera Isabelita abre un camino a transcurrir en lo sucesivo por miles de procesos eclesiales truncados, perseguidos o impedidos de desarrollarse en los cada vez más estrechos ámbitos institucionales del catolicismo latinoamericano. En la periferia institucional construiremos catacumbas ecuménicas como refugio y fortaleza en donde emergerán nuevas, creativas y diversas maneras de ser Iglesia de los pobres y de hacer teologías de la liberación.

En los siguientes ámbitos de acción eclesial en catacumbas enunciaré acumulados éticos, políticos y espirituales que paulatinamente hemos venido creando y expresando como alternativas comunitarias de vida inconclusas y necesitadas:

Lecturas comunitarias de los signos de los tiempos y los signos de los cuerpos a partir de los diversos clamores, gritos, preguntas, impugnaciones que desde la situación de ignominia y de dolor enquistado en los cuerpos de los pobres se levantan cada vez más impetuosos sin hallar respuesta, compañía, sanación y consuelo digno y esperanzador. Nuestras lecturas aún requieren asumir con mayor profundidad y nuevos lenguajes los porqués de los muchos “infiernos” en los que se hayan los condenados de la tierra y la tierra misma y las interpretaciones teológicas dominantes que los hacen legítimos e inmutables.

Intencionalidad ética-política emancipadora frente al orden imperante en la que el sentido de lo emancipador se amplía a todas las dimensiones de la vida humana que requieren ser dignificadas. Los anhelos de otro mundo mejor posible son aproximados como experiencia corporal cotidiana del buen vivir a partir del cual se construye otra relacionalidad humana. Reino de Dios no es utopía, es aque

lla felicidad soñada que podemos y necesitamos ver, palpar y disfrutar en la accesible cercanía de la justicia, la alegría y la paz cotidiana posible desde donde nutrir, alentar y sostener horizontes de transformación aún mayores.

Una convicción que desde la educación popular y la espiritualidad comunitaria es posible contribuir al logro de esa intencionalidad emancipadora aportando a la formación integral como proceso de diversas subjetividades colectivas emergentes capaces de protagonizar los cambios que requiere el bien común de la humanidad. Tales procesos hoy se constituyen en una de las más apreciadas riquezas de la Iglesia de los pobres, no como propiedad acumulada sino como servicio pedagógico-político que contribuye al fortalecimiento de muchos de los nuevos movimientos sociales y al reconocimiento de sus múltiples y diversos rostros, cuerpos, memorias e identidades.

Opción y  afán por crear, generar y emplear metodologías dialógicas, participativas y activas coherentes con las lecturas críticas de los signos de los tiempos y los cuerpos, las  intencionalidades emancipadoras y las subjetividades comunitarias protagonistas de los cambios. El ver-juzgar-actuar como metodología de la Iglesia de los pobres se amplía con valores y actitudes epistemológicas que se han descubierto y asumido en muchos procesos de base. El ver junto con el sentir, el soñar y el escuchar; el juzgar junto con el discernir y el interpretar; el actuar junto con el evaluar, el celebrar, el anunciar. La lectura popular de la Biblia ha rescatado el “paradigma de Emaús” como uno de esos referenciales holísticos que hoy nos ayudan a consolidar epistemologías propias desde nuestras cosmovisiones y planes comunitarios de vida.

Senderos a transitar

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Con todo lo construido hay, sin embargo, un inmenso trabajo de articulación en red de múltiples procesos alternativos de vida humana para alimentar y sostener sus fuentes éticas, políticas y espirituales. Ahí habría lugar para pequeñas comunidades de fe religiosa, anti-idolátricas, ecuménicas, laicales, autónomas pero relacionadas. Ahí podría caber una tradición del catolicismo renovado a partir del Concilio Vaticano II que transite de la actual primavera papal promovida por el papa Francisco hacia una primavera eclesial de una “Iglesia pobre para los pobres” que camine por los siguientes senderos:

Recuperación y restauración del antiguo sacerdocio femenino como manera circular e incluyente de vivir el sacerdocio común alimentado por los procesos de espiritualidad, ritualidad y teología feminista.

Celibato sacerdotal opcional inserto en procesos comunitarios laicales o en comunidades proféticas de vida religiosa.

Transformación del Estado Vaticano en red internacional de justicia, paz e integridad de la creación.

Democratización laical a partir de asambleas eclesiales con protagonismo de mujeres y de jóvenes.

Transformación del Banco Vaticano – IOR – en Banca Social de los pobres para luchar contra la pobreza en el mundo.

Los cinco anteriores puntos son solo un llamado al que se pueden juntar muchos más como esfuerzos diversos que confluyen en un nuevo y amplio pacto eclesial centrado en la primacía de la vida de la humanidad, en la justicia social, la justicia climática, la justicia de género; en la redistribución del poder y la riqueza mundial, en la paz y el desarme, en la despatriarcalización de la fe y de la imagen de Dios, en el fin de toda discriminación y exclusión, en el re-encuentro de la trascendencia en la naturaleza, en el cuidado y defensa de la casa común, en el Reino de Dios que es vida abundante y amor eficaz.

Concluyo con la misma frase que concluyó el pacto de las catacumbas de Santa Domitila aquel 16 de noviembre de 1965: “Que Dios nos ayude a ser fieles”.

“En la periferia institucional construiremos catacumbas ecuménicas como refugio y fortaleza”

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Fernando Torres Millán

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