Un lugar sagrado en Bolívar

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El martirio de Jacinto Quiroga cumple 25 años

La ruana que Jacinto Quiroga llevaba puesta la madrugada en que fue asesinado por el ejército conserva las marcas de los impactos de bala. El 10 de septiembre se cumplieron 25 años del crimen. Nueve días después, en la vereda El Guamal, municipio de Bolívar (Santander), la casa del líder campesino se pobló nuevamente de amigos, de familiares y de personas solidarias con su historia. En una de las paredes, un retrato exponía su sonrisa a la vista de todos. El padre Benjamín Pelayo, de la diócesis de Socorro-San Gil, vistió la ruana como ornamento litúrgico durante la memoria eucarística dedicada a su antiguo compañero en el proceso de las comunidades eclesiales de base. “La eucaristía es celebración de la vida; la vida de Jacinto, la vida de la comunidad, la vida de tanta gente que a través del mundo quiere vivir la vida con dignidad”, explicó.

Jacinto fue asesinado por miembros del comando Crótalo, adscrito al Batallón de Artillería No. 5. Cerca de las 5:30 am, en aquella madrugada de 1990, se empezaron a escuchar disparos contra su vivienda. Tres de sus hijos se alistaban para ir a la escuela y su esposa les estaba sirviendo el desayuno. En lo alto de la montaña se advertían las sombras en movimiento de los uniformados; sus balas pasaban rozando el tejado y agitaban los árboles. Jacinto estaba amenazado. Mientras buscaba refugio, fue alcanzado por los proyectiles a unos pasos de su casa. El ejército sostenía que era guerrillero e impidió que fuera conducido prontamente al hospital, donde murió horas después como consecuencia del ataque.

La acusación de subversivo le venía de años atrás. Debido a ella, había sido detenido y torturado por militares en 1979 para luego ser llevado injustamente a la Cárcel Modelo de Bucaramanga, de donde salió solo hasta 1980. Durante los nueve meses que duró su cautiverio, Jacinto hizo memoria por escrito del proceso cristiano del cual hacía parte, una experiencia social que puso en cuestión el poder de los gamonales en su pueblo. Algunas de las cartas que intercambió con familiares y amigos se conservan y dan cuenta de sus reflexiones por aquellos días y de su deseo de que el proceso iniciado continuara.

Participación activa

1En la década de 1970 un grupo de misioneros redentoristas, entre ellos el padre Ignacio Galindo, inició un trabajo pastoral en las montañas de Bolívar. Los religiosos convocaban a los campesinos de la región a reuniones en las que se leía la Biblia, se oraba y se analizaba la realidad colectivamente, a partir de una pedagogía liberadora.

Hilda, la esposa de Jacinto, se implicó en la experiencia e invitó a su marido a que hiciera parte de ella; le atraía oír hablar del discipulado igualitario, de la posibilidad de una comunidad solidaria, conformada por hombres y mujeres que, juntos, hacen presente el Reino de Dios en la Tierra. Gracias a la insistencia de Hilda, Jacinto se animó y comenzó a asistir a las reuniones.

Fruto del estudio de su situación, los campesinos enumeraron los principales problemas de sus comunidades. Por aquel entonces sólo en 10% de la población de Bolívar vivía en el casco urbano del municipio. La mayoría residía en la zona rural, donde más de la mitad de los predios no alcanzaban las cinco hectáreas; donde se carecía de acueductos veredales, de luz eléctrica, de caminos adecuados para sacar los productos agrícolas, de servicios de salud y de atención educativa idónea. “¿Qué ha pasado con la riqueza que ha dejado la explotación minera en nuestro municipio?”, fue una de las preguntas que empezaron a surgir entre los campesinos.

Buscando el cambio

“Los trabajadores y los agricultores no solo quieren ganar lo necesario para la vida, sino que quieren también desarrollar por medio del trabajo sus dotes personales y participar activamente en la ordenación de la vida económica, política y cultural” (Gaudium et Spes 9)

Los aportes del Concilio Vaticano II y del magisterio eclesial latinoamericano daban luces para profundizar un sentimiento compartido frente a dichos interrogantes: “los trabajadores y los agricultores no solo quieren ganar lo necesario para la vida, sino que quieren también desarrollar por medio del trabajo sus dotes personales y participar activamente en la ordenación de la vida económica, política y cultural” (Gaudium et Spes 9).

En la misión, Jacinto se comprometió a ser animador de los grupos que empezaban a formarse en distintas veredas a partir de la lectura popular de la Biblia, la oración y la observación de la realidad. Posteriormente, comenzó a participar en espacios formativos en los cuales se hacía énfasis en la vocación de los laicos al apostolado y se incorporó al consejo parroquial, interesándose cada vez más en la práctica pastoral que debía realizar la Iglesia en un contexto campesino como el suyo.

Las comunidades eclesiales de base cobraron vigor en distintos lugares de Bolívar con la ayuda de las religiosas Cecilia Naranjo y Cecilia González. Las múltiples preguntas que sus integrantes se hacían sobre cómo mejorar su situación los llevaron a constatar la afectación que generaba sobre la vida de los campesinos más pobres el poder imperante de los gamonales de la región. En cabeza de Jorge Sedano, estos últimos alimentaban sus prácticas clientelistas con los votos de las mayorías, a quienes manipulaban impunemente, incluso, con el apoyo de ciertos sectores de la jerarquía eclesial.

No tardó en manifestarse la represión cuando líderes comunales como Jacinto y otros integrantes del proceso eclesial en las veredas constituyeron el Movimiento de Unidad Campesina (MUC) con el fin de acceder a instancias de decisión a nivel municipal. Al poco tiempo de constituido, el movimiento logró hacerse con varios escaños en el consejo. Sin embargo, muchos de sus integrantes comenzaron a ser tildados de guerrilleros por la clase política tradicional y, en consecuencia, por la fuerza pública. La aplicación de la doctrina de seguridad nacional en Bolívar llevó a que Jacinto fuese detenido en septiembre de 1979, paradójicamente, por un batallón de artillería cuyo nombre corresponde al del histórico líder comunero José Antonio Galán.

“Cese la represión”

Memorias de Jacinto, expuestas a modo de ofrenda eucarística

Memorias de Jacinto, expuestas a modo de ofrenda eucarística

“Señora Hilda, compañera del dolor”, escribió desde la cárcel a su esposa: “no sabe cómo la recuerdo; cuánto sufro pensando en la dura vida que enfrenta sola con los pequeños; sé que el padre Benjamín la acompaña a las citas médicas, para que ese quinto hijo que esperamos sea un anillo más en nuestra unión, una nueva compañía, otra sonrisa que nos alegrará la vida”.

En memoria del arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980, el niño fue llamado Óscar Arnulfo y nació mientras su padre seguía recluido en Bucaramanga. Al igual que las hermanas Naranjo y González, durante los meses en que Jacinto estuvo preso, el padre Benjamín Pelayo estuvo pendiente de él y de su familia. Así animaba el entonces párroco de Puente Nacional a su amigo a través de una carta: “En esta época tan materialista y viciada de abusos y violaciones de nuestros derechos, comparto plenamente con ustedes la necesidad de entregarnos total e incondicionalmente al servicio del prójimo, del necesitado, de denunciar las injusticias; de ahí la eficaz organización; no importan las persecuciones, amenazas y muertes, siempre que nuestras actitudes sean similares a las de Jesucristo, nuestro gran líder y mártir”.

Durante su cautiverio, Jacinto no perdió comunicación con los suyos. Por vía escrita los animó a continuar con el proceso cristiano iniciado en las veredas años atrás, a pesar del rechazo de quienes, como Mons. Mario Revollo, cuestionaban a las comunidades eclesiales de base de Bolívar. Al salir de la cárcel su búsqueda de una construcción social desde el Evangelio continuó. Sin embargo, la persecución no se detuvo. Muchos otros campesinos de la región fueron víctimas de la represión a lo largo de la década de 1980 y él mismo nunca dejó de ser visto como un peligro para los intereses políticos de los gamonales ni como un objetivo militar.

“El lugar donde cae una persona como Jacinto es un lugar sagrado”, ha dicho el padre Alberto Franco, de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. La víspera de su asesinato, Jacinto celebró 46 años de vida. Estaba entusiasmado por la consolidación de un proyecto de luz eléctrica para su vereda. Aunque las amenazas se cernían sobre él, no quiso dejar a su familia ni a su comunidad.

Miguel Estupiñán

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