La paz “impuesta” en Sudán del Sur no satisface a nadie

El frágil acuerdo firmado entre el presidente y los rebeldes acrecienta la incertidumbre

Sudán

ALBERTO EISMAN | El pasado 28 de agosto, tanto el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir Mayardit, como su antiguo aliado y hoy adversario, Riek Machar, firmaron una orden de cese de hostilidades como consecuencia de la firma de un tratado de paz sellado por las partes dos días antes y patrocinado por el IGAD, una institución regional que ya estuvo detrás del proceso de paz que se firmó en 2005 y que, previo referéndum, condujo a la separación de Sudán en dos países en 2011.

Si los acuerdos de paz vienen acompañados a menudo de gritos de júbilo, sonrisas y parabienes…, esta vez el ambiente estaba extremadamente enrarecido. El mismo presidente Kiir no ha hecho esfuerzo alguno para disimular su escepticismo y sus reservas ante el documento de 12 páginas que las circunstancias y la comunidad internacional le “han obligado” a firmar, refiriéndose incluso a “mensajes intimidatorios” recibidos y cuya procedencia se ignora. Se habla, por tanto, de una paz “impuesta” a líderes que no están dispuestos a dar su brazo a torcer. Así, el miedo que genera una pacificación superficial y débil se extiende por doquier.

Entre las filas rebeldes del exvicepresidente Machar tampoco la situación es mucho mejor. Una reciente rebelión de generales militares descontentos con la situación ha dejado al grupo dividido en cuatro frentes, lo cual amenaza claramente la representatividad de su líder a la hora de firmar el acuerdo de paz y dar órdenes efectivas a sus fuerzas.

El miedo generalizado es que una paz firmada tan a desgana sea tan frágil que se vuelva a romper en cualquier momento, pues ya ha habido conatos de nuevos enfrentamientos armados. La principal responsabilidad recae en la clase política y los dirigentes, quienes en estos años desde la independencia no han tenido reparo alguno en elegir el interés personal o tribal sobre las cuestiones de Estado o las prioridades nacionales. Mientras, la clase política está tremendamente desprestigiada y sigue haciendo y deshaciendo a su antojo sin preocuparse de las acusaciones de nepotismo y corrupción que siguen lastrando su maltrecha reputación.

Confianza en la Iglesia

Ante esta preocupante situación, son los grupos religiosos de diferentes confesiones e iglesias los únicos que representan una autoridad moral y que intentan mantener viva la esperanza entre la gente. El Consejo Ecuménico de las Iglesias de Sudán del Sur, en el que está integrada la Iglesia católica, promovía ya a mediados de agosto una iniciativa de paz enfocada en tres direcciones: incidencia política (advocacy), foro neutral y reconciliación. Según su secretario general, el P. James Oyet, “la Iglesia es la única institución en Sudán del Sur que cuenta con la confianza de la gente y puede llegar a las bases incluso en situaciones de peligro e incertidumbre”.

Tanto el episcopado católico como el anglicano han escrito duras cartas pastorales pidiendo –y, en algunos casos, conminando– a los líderes para que tengan misericordia del torturado pueblo sursudanés, que está pagando con sangre sus diferencias y ambiciones políticas, y para que miren más allá de sus intereses particulares y trabajen activamente por la paz.

Las consecuencias de este conflicto se están notando también en la economía del joven país, donde la debilidad de la moneda local ha hecho que la gente pierda cada vez más poder adquisitivo y se encarezcan considerablemente los bienes más básicos. Ahora mismo, los consumidores pueden comprar solo un cuarto de los bienes que se podían conseguir con el mismo dinero hace dos años.

La misión en un país que vive “de pura esperanza”

Fuentes misioneras consultadas coinciden en señalar el sentimiento de pesadumbre y gran incertidumbre ante el nuevo período que se abre. El comboniano alemán
Hans Eigner lo expresa así: “Ahora mismo es extremadamente difícil hacer valoraciones. En Sudán del Sur, desde hace decenas de años, se vive de pura esperanza; y así tendrá que seguir siendo. Después de la gran esperanza que siguió a la división del país en 2011, ahora nos vemos obligados a vivir de nuevo en medio de una terrible y sangrienta guerra civil. Las enemistades étnicas son grandes, y más grande aún la falta de confianza entre los grupos tribales. El concepto de misión tiene que redefinirse. Las órdenes [religiosas], junto con la Iglesia local, quieren ser el contrapunto a esta realidad y proponer claramente un nuevo modelo de ser cristiano en un Sudán del Sur en paz”.

En el nº 2.955 de Vida Nueva.

 

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