Aprovechar más los templos

luteranayopal

¿Qué más podemos hacer en ellos, que contribuya al crecimiento espiritual de nuestras comunidades?

La gran mayoría de ciudades y pueblos en Colombia tienen una gran abundancia de templos, tanto de la Iglesia Católica como de otras confesiones cristianas, y ya asoman las mezquitas, amén de las sinagogas. Son miles de metros cuadrados en medio de la vida urbana que se pelea por cada centímetro de espacio que se pueda encontrar libre de uso adecuado. No conozco una estadística sobre el porcentaje del tiempo que se usan los templos o, mejor, el porcentaje de tiempo que que estas estructuras permanecen cerradas y ociosas, pero tanto la primera como la segunda cifra han de ser llamativas. Del tiempo en que permanecen abiertos, por lo general, se reduce a la hora de las celebraciones y ya esto marca poco. Del tiempo en que permanecen sin uso hay una frase usual entre nuestra gente: “las iglesias viven cerradas”.

Nos hemos hecho desde hace muchos años múltiples preguntas para ampliar el radio de acción de la evangelización y a partir de allí hemos construido cosas muy interesantes, pero también muchas fantasías irrealizables. En sicología se afirma que es de la mayor importancia el sentido de la realidad para cualquier persona que aspire a tener buena salud mental. El sentido de realidad a nivel de evangelización tendría que ver, entre otras cosas, con los medios que tenemos a la mano para extender el Reino de Dios. Y entre estos han de contarse los templos. ¿Qué más podemos hacer en los templos, diferente a la celebración de los sacramentos y que contribuya al crecimiento espiritual de nuestras comunidades? Hay diversas posibilidades.

Silencio, Palabra y ayuda

En las atafagadas ciudades colombianas los templos podrían convertirse como en oasis de silencio y oración. Desde luego que la primera condición para ello es que los reverendos se animen a mantenerlos abiertos, quizás generando un empleo nuevo para una persona que se encargue del cuidado del mismo. Y en esos grandes edificios se pueden proponer, como habituales, momentos diarios de oración y no reducir toda la acción a celebrar infinidad de misas. Serían momentos para combinar silencio, Palabra de Dios, música religiosa. Instantes para facilitarle a la gente la posibilidad de realizar meditación, reflexión, encuentro con Dios en el silencio, con una guía discreta y respetuosa. La tentación ante el silencio siempre será la de perorar y lo es no solo de los clérigos sino de los laicos piadosos a quienes callar en el templo les cuesta enormemente. Muy bello sería que en toda ciudad se supiera que a unas horas determinadas hay oración en los templos. Muy posiblemente no nos cabría la gente.

Pero si a veces el silencio es la clave, en otras ocasiones se requiere la palabra que enseña e instruye. También podrían ser los templos lugares para proclamar la Palabra de Dios y a partir de ella realizar enseñanzas amplias de parte de quienes estén en capacidad de hacerlo, clérigos y laicos. Un ejercicio diferente a la homilía pues esta se da en la eucaristía y en ese contexto litúrgico. Lo que se propone es que también haga parte de la vida de los templos la enseñanza amplia a modo de conferencias, clases, discursos, etc., por medio de los cuales se pueda llegar a muchos escuchas interesados en crecer en su conocimiento de Dios y en su propia fe. A veces creo que el don de la predicación no tiene por qué ser inherente al ministerio sagrado y más bien sí puede darse en otras personas que lo tengan y pueden complementar la labor del sacerdote que no lo recibió de lo alto ni de ninguna otra parte. Quién quita que al ampliar el abanico de los y las predicadoras nos encontremos con tesoros insospechados que harán resonar todavía con más fuerza el mensaje de salvación.

Por último, los templos pueden convertirse en lugares para hacer llegar todavía con más fuerza la ayuda a los pobres. Que la gente de poblados y ciudades sepa con más claridad que allí se puede hacer llegar siempre lo que se quiere entregar a los pobres, cosa ya usada, pero potenciada a una mayor medida. De alguna manera el pobre debería tener el consuelo en su alma de que cuando necesite algo básico para su vida que no ha podido alcanzar con sus medios en los templos lo encontrará gratuitamente y no tendría que pasar las noches con el estómago vacío o sin una manta que lo cubra o una medicina que alivie sus dolores. En fin, estas y muchas otras ideas podrían analizarse para sacar mayor provecho de esa inmensa extensión de terreno y construcciones que están bajo el cuidado de las diferentes religiones y que usadas al máximo pueden ser luz para infinidad de personas.

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