Jesús Delgado Acevedo: “Se ha abierto camino a la justicia y a la verdad”

Jesús Delgado Acevedo, exsecretario de monseñor Romero

Exsecretario de monseñor Romero

Jesús Delgado Acevedo, exsecretario de monseñor Romero

ÁLVARO DE JUANA | Fue su secretario durante cuatro años. Un tiempo difícil, que llegó a su fin de manera precipitada por el asesinato del que fuera también su amigo, monseñor Óscar Arnulfo Romero. Jesús Delgado Acevedo, vicario general de la Arquidiócesis de San Salvador y exsecretario del arzobispo asesinado por los escuadrones de la muerte en 1980 y que será beatificado el 23 de mayo, revela aspectos desconocidos hasta ahora del mártir y próximo beato.

PREGUNTA.- ¿Cómo describiría a monseñor Romero?

RESPUESTA.- Ante todo, un hombre de Dios, un hombre de la Iglesia y un hombre de los pobres. Un hombre de Dios de una espiritualidad tremendamente fuerte; una espiritualidad de estilo ignaciano, puesto que fue formado por los jesuitas. Un hombre de la Iglesia, por ser muy fiel a ella y muy amante del Papa. Diría que fue extremadamente amante del Papa, sobre todo esto último. Muchos pensaban que exageraba demasiado, pero él nunca cejó en ese amor al Papa. Y de un gran amor por los pobres… y nunca dejó de amar a los ricos. Él también tuvo muchas amistades entre ellos, pero en un momento dado me dijo: “Se están volviendo en mi contra porque no entienden que les pida que se conviertan, viendo la realidad desde la opción preferencial por los pobres. Ellos me han malentendido y no logran entender esto”.

P.- La suya es una historia compleja y muchos desconocen realmente lo que ocurrió. ¿Qué razones llevaron a asesinarle?

R.- Su muerte es la oposición a una predicación que él hacía y que es la que la Iglesia pide a todos: convertirse a Jesús. Romero pidió, con el Concilio Vaticano II, un encuentro personal con Cristo Jesús, lo cual implica una opción preferencial por los pobres, porque Jesús optó por los pobres para salvarnos a todos. Este punto fue el que no lograron entender sus amigos de familias ricas, y no es que no lo quisieran entender, sino que estábamos entonces enfrascados en una lucha entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Se había elegido en ese momento América Central como lugar geopolítico. Las familias ricas estaban del lado de Estados Unidos; y las pobres veían una esperanza: ya que Cuba y Nicaragua lo habían logrado, entonces por qué no se podía también en El Salvador. La figura de monseñor Romero se vio jalada de un lado y de otro, y él quería permanecer y permaneció siempre en el mismo camino, el de predicar la Palabra de Dios.Jesús Delgado Acevedo, exsecretario de monseñor Romero

P.- ¿Se podría decir que tanto la derecha como la izquierda le han utilizado incluso después de su muerte?

R.– Cuando yo escribí la biografía de monseñor Romero, que fue la primera que se publicó, terminé hablando de esto. En diciembre de 1979, la izquierda que se apoyaba en monseñor Romero se apoyaba en él para sus fines. Lo amenazaron de muerte, porque bendijo –dicen ellos– el golpe de Estado y la reforma agraria que proponía el golpe de Estado de ese año. Entonces, lo declararon amante del reformismo y no de la revolución y, al final, le declararon la pena de muerte. De modo que la Navidad de 1979, monseñor Romero la vivió bajo el miedo de los fuegos que lo amenazaban desde la derecha y desde la izquierda. Por eso, cuando yo hablo en la biografía de su asesinato, termino diciendo que cualquiera de los dos podía haberle matado, tanto la izquierda como la derecha. Le tenían odio por una u otra razón. Después, la Comisión de la Verdad, que investigó el suceso, demostró que fue la derecha la que lo mató.

P.- ¿Y es verdad que usted estuvo a punto de sustituirle y celebrar esa misa en la que fue asesinado?

R.- Esa mañana del día 24 le ofrecí reemplazarlo en todos los compromisos que tenía. Me dio las gracias, sacó la agenda y me dijo: “Tengo seis compromisos. Cinco no los puedes hacer porque voy al dentista, voy a confesarme con mi confesor –yo soy el pecador–, al dentista tengo que ir yo porque yo soy el amuelado (esta es la palabra que usamos en El Salvador, el de las muelas [risas]). Luego tengo que ver a mi psicólogo, porque él me calma un poquito”… Tenía que ir porque el pobrecito estaba… “Mira, tengo un sexto compromiso –continuó diciéndome–, que es una misa a las seis de la tarde en el Hospitalito de la Providencia. Si acaso no llego a tiempo, por favor, celébrala tú y yo después me incorporo”. El sacerdote que estaba trabajando allí supo por el periódico que era monseñor Romero el que iba a celebrar, y aunque no lo conocía, sabían que sería él. Si yo hubiera estado allí, me hubieran matado a mí. Solo pensar eso me pone siempre en un llamado a la santidad. Pero era Romero el llamado a ser mártir, a ser santo, pero de ribete, como decimos nosotros. Yo también estoy en cabalgadura –digo–, llamado a ser santo, exigido a ser santo, tanto como lo fue monseñor Romero, y es una gracia de Dios que yo conservo en mi corazón.

Teología de la liberación

P.- Una vez un periodista le preguntó a monseñor Romero si pertenecía a la Teología de la liberación. Según usted, él lo negaba siempre y decía: “Yo hago la Teología de la liberación de Pablo VI”. ¿Qué quería decir?

R.- Para escribir la vida de monseñor Romero, fui a revisar su biblioteca. Evidentemente que los teólogos de la liberación siempre que lo visitaban le dejaban un libro, sus libros. Los vi, estaban puros e inmaculados, nunca los abrió, nunca jamás, ni los leyó, ni los consultó nunca. En cambio, todos los libros de los Padres de la Iglesia estaban manoseados por aquí y por allá, eran la fuente de su inspiración. Romero no supo nada de la Teología de la liberación, no se quiso informar de eso. Estaba adherido fielmente a la Iglesia católica y, sobre todo, a la doctrina de los papas. Pero se fue abriendo el camino con el Evangelio a una teología de Dios presente en los pobres, que podíamos llamarlo así: “Dios presente viviendo con los pobres y caminando con los pobres”, algo que es relativamente diferente a la Teología de la liberación, pero igual de comprometida con los pobres del Evangelio.

P.- Entonces, ¿qué ocurrió para que llegaran cartas e informes negativos a Roma sobre Romero? ¿Se intoxicó y se desinformó sobre la verdad y sobre lo que estaba realizando allí el arzobispo?

R.- El problema es delicado, porque la izquierda lo tomó como bandera de batalla. Dijeron: “Monseñor Romero es nuestro”. Evidentemente, la derecha puso el grito en el cielo. Ya ven cómo lo usan, porque ellos son los que lo arrastraron con él y lo ideologizaron y lo manipularon. Los jesuitas lo manipularon, la izquierda lo manipuló, era un hombre que perdió su libertad, se volvió loco, y todo eso llegaba al Vaticano como documentación de la extrema derecha. Y, desgraciadamente, muchas veces, la Iglesia, no la Iglesia como tal, sino algunos eclesiásticos, hemos dado más importancia a los juicios de los que tienen más dinero y más poder en el pasado. No estoy hablando de Iglesia, sino de eclesiásticos. Las noticias que llegaban eran negativas, y los papas que no conocían bien la situación latinoamericana guardaban mucha prudencia frente a esto. Pero ahora, gracias a Dios, ha venido un papa que conoce muy bien esta situación latinoamericana y se ha desbloqueado todo, se ha abierto camino a la justicia y la verdad.

P.- El papa Francisco ha hablado con usted… ¿Le ha expresado su alegría?

R.- Sí, le he podido saludar. Está muy contento de saber que monseñor Romero ya va para los altares.

En el nº 2.935 de Vida Nueva

 

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