El papa Francisco y monseñor Romero: pastores y profetas

mural de monseñor Romero en un hospital de El Salvador

chica joven mira un cuadro de monseñor Óscar Romero

El papa Francisco y monseñor Romero: pastores y profetas [extracto]

GREGORIO ROSA CHÁVEZ, obispo auxiliar de San Salvador | El 23 de mayo es la fecha elegida para su beatificación. Cuando se cumplen los 35 años del asesinato de Óscar Romero (24 de marzo de 1980), recordamos aquí algunos de los rasgos que adornaron la vida y el ministerio del arzobispo salvadoreño. Rasgos que, décadas después, comparte el papa Francisco, protagonista del definitivo impulso en su camino hacia los altares.

Cuando monseñor Óscar Romero volvió de Puebla, ciudad mexicana donde el joven pontífice Juan Pablo II inauguró con un inolvidable discurso los trabajos de los obispos del continente latinoamericano, lo recibimos en la catedral de San Salvador. Venía muy emocionado porque, dijo, “Puebla ha confirmado mi doctrina”. Si nuestro pastor hubiera estado en la reunión de los obispos en Aparecida (Brasil, mayo de 2007), donde habría encontrado al futuro papa Francisco, sin duda hubiera podido decir: “Aparecida ha confirmado mi doctrina social”. Existen muchas semejanzas entre ambos pastores. De esto vamos a hablar en el presente artículo.

Pastores de profunda devoción mariana

En 1965, interrumpí durante un año mis estudios eclesiásticos para ayudar al padre Romero como su asistente en el seminario menor de San Miguel. Él vivía a una cuadra del seminario, en el convento de Santo Domingo, como se llama también a la iglesia El Rosario. En una ocasión visité a Napoleón Solano Cañas, conocido dirigente de los Caballeros del Santo Entierro, en su negocio de llantas Michelin, al costado sur de la catedral. El contador era protestante y, molesto, me dijo: “Ese padre Romero es un fanático; solo pasa hablando de María”.

Tenía razón, porque el padre Romero profesaba un amor inmenso a la Reina de la Paz, cuya devoción extendió por todo el oriente de El Salvador. Escribe monseñor Jesús Delgado, en la biografía oficial del futuro beato: “Así fue como, al promover la devoción a la Reina de la Paz y al mismo tiempo incentivar la construcción de la catedral de San Miguel, tocó la cuerda principal de la identidad religiosa popular de aquel pueblo, que respondió generosamente a las dos iniciativas de aquel joven sacerdote” (Óscar A. Romero. Biografía, UCA editores, 1990, p. 29).

Otro “fanático” de María es el papa Francisco. Todos recordamos cómo terminó sus primeras palabras, al presentarse ante la multitud que lo aclamaba en la plaza de San Pedro, cuando, después de pedir la bendición del pueblo, dijo: “Hermanos y hermanas, os dejo. Muchas gracias por la acogida. ¡Recen por mí! Nos vemos pronto: mañana quiero ir a rezar a la Virgen para que custodie a toda Roma. ¡Buenas noches y buen descanso!”.

Al día siguiente, muy temprano, el nuevo Papa estaba de rodillas ante la Virgen en la basílica de Santa María la Mayor; y ha vuelto a ese magnífico templo antes de emprender un viaje apostólico y al regresar del mismo. En la oración con que concluye su exhortación La alegría del Evangelio, se dirige a la Madre así: “Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino (EG, n. 288)”.marcha ciudadana por la calle con pancarta de monseñor Romero

Pastores con olor a oveja y con un oído puesto en el pueblo

Otra imagen que guardamos en nuestra retina es la del papa Francisco celebrando su primera misa dominical en la iglesia de Santa Ana, junto a la plaza de San Pedro. Después de la Eucaristía, salió a la puerta mayor a despedir a la gente, como cualquier párroco de pueblo, ante la angustia de las personas encargadas de su seguridad. En la homilía había pronunciado por primera vez las palabras que se volverían célebres: “Dios nunca se cansa de perdonar”.

Pocas semanas más tarde, en la misa del Jueves Santo, pidió a los sacerdotes que fueran “pastores con olor a oveja”. Eso es el papa Francisco: un pastor con olor a oveja. Y hablando a los obispos nombrados en el último año, en septiembre de 2013, les pidió no ser “obispos de aeropuerto”, sino hombres de Dios que caminan con su rebaño: “Bajen en medio de sus fieles, incluso en las periferias de sus diócesis y en todas las ‘periferias existenciales’, donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana. La presencia pastoral significa caminar con el Pueblo de Dios: delante, señalando el camino; en el medio, para fortalecer en la unidad; detrás, para que nadie quede atrás, pero, sobre todo, para seguir el olfato que tiene el Pueblo de Dios para encontrar nuevos caminos”.

Es lo mismo que vimos en monseñor Romero, desde los primeros años de su ministerio sacerdotal. Siempre caminando con el pueblo, primero en una visión de la Iglesia más bien conservadora, y luego asumiendo la clara opción de la Iglesia latinoamericana tomada en Medellín (1968) y Puebla (1979), con una inalterable fidelidad al espíritu del Concilio Vaticano II.

Cuando él explica cómo preparaba las homilías dominicales, afirma: “Estudio la Palabra de Dios que se va a leer el domingo; miro a mi alrededor, a mi pueblo, lo ilumino con esta palabra y saco una síntesis para podérsela transmitir” (Homilía del 20 de agosto de 1978). Y en otra homilía confiesa: “Me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza” (Homilía del 25 de septiembre 1977).

Pastores que evangelizan con lo que son, con lo que hacen y con lo que dicen

Cuando se cumplieron los primeros cien días del ministerio petrino del papa Francisco, el portavoz de la Santa Sede, el P. Federico Lombardi, explicó las tres novedades que, en su opinión, habían caracterizado el inicio de su pontificado. La primera era el nombre escogido: Francisco, en honor al santo de Asís. Francisco significaba al menos tres cosas: el amor a los pobres, el compromiso por la paz y la defensa de la Creación (ecología).

Segunda novedad, el hecho de ser el primer papa proveniente de América Latina, lo cual significaba un enriquecimiento para toda la Iglesia, ya que se trata de una Iglesia viva, dinámica, creativa. Y la tercera, naturalmente, su estilo de vida sencillo, austero, cálido y tan cercano a la gente. Fue tal el impacto que, en dos semanas, el nuevo Pontífice transformó radicalmente la imagen que se tenía de la Iglesia.

De todo lo anterior, Lombardi sacaba una conclusión: el papa Francisco evangeliza con lo que es, con lo que hace y con lo que dice.

¿Y qué decir de nuestro futuro beato, monseñor Romero? No cabe duda de que es el mártir del siglo XX más conocido y más amado del mundo. Desde sus tiempos en la Diócesis de San Miguel, el pueblo se identificó con él y lo siguió. Su estilo de vida pobre y caritativo llamaba la atención. Y todo el mundo reconocía en él un auténtico discípulo de Jesucristo. Esta visión se volvió aún más impactante durante su breve ministerio de tres años en la Arquidiócesis de San Salvador. Por algo se le llamó “voz de los que no tienen voz”.monseñor Romero grabando un discurso

Pastores con el don de la palabra que llega al corazón

Es evidente que tanto Francisco como Romero se distinguen por el don de la palabra y por el arte de la homilía. En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Santo Padre dedica un amplio espacio para explicar el porqué de la homilía y cómo debe prepararse la predicación. Leemos en el n. 135: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo”.

Pero el Papa no se ha limitado a darnos una enseñanza sobre la homilía, sino que él mismo se muestra como maestro consumado en este difícil arte. Millones de hombres y mujeres estamos atentos cada día a su reflexión durante la misa matinal en la capilla de la Casa Santa Marta.

Monseñor Romero se sentiría muy a gusto leyendo la reflexión del papa Francisco sobre esta cuestión, porque había venido al mundo para ser el hombre de la palabra. Su sacerdocio está marcado por una infatigable labor de predicador; este ministerio le había granjeado gran respeto y popularidad entre los distintos sectores de la sociedad migueleña. Le escuchaban con especial veneración y cariño los pobres y sencillos, a quienes sabía comunicar las verdades más profundas en un lenguaje asequible, atractivo y lleno de unción.

Pero, ¿cómo entiende el arzobispo Romero la homilía y el ministerio profético?: “Homilía quiere decir el sermón sencillo del pastor que celebra la Palabra de Dios para decirles a los que están reflexionando que esa Palabra de Dios no es una palabra abstracta, etérea, sino que es una palabra que se encarna en la realidad en que vive esa asamblea que está meditando” (Homilía del 16 de abril 1978).

El predicador es un profeta: “Profeta quiere decir el que habla en nombre de otro (…). Nuestro cuidado está en ser fiel eco de esa voz de Cristo, el único que debe hablar al pueblo y a la conciencia” (Homilía del 14 de enero 1979).

Pastores que sueñan con “una Iglesia pobre y para los pobres”

Con el papa Francisco fuimos de sorpresa en sorpresa en los primeros días de su pontificado. Uno de los momentos mágicos fue el sábado siguiente a su elección, cuando, en un encuentro con miles de periodistas de todo el mundo, dejó escapar esta vehemente afirmación: “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. En la misma sesión había contado con encantadora naturalidad lo que le dijo el cardenal brasileño Cláudio Hummes cuando los votos de los cardenales le designaban como el futuro Papa: “No te olvides de los pobres”.

Con el correr de los meses, sus declaraciones fueron excepcionalmente valientes y claras. En su exhortación apostólica dedica todo el capítulo cuarto a explicar ampliamente “la dimensión social de la evangelización”. El capítulo se abre con una afirmación contundente: “Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios”. Es como una síntesis de la tercera parte del Documento de Aparecida, en la que habla de “la vida de Cristo para nuestros pueblos”.

El pasado mes de octubre, el Papa pronunció una frase que dio la vuelta al mundo. Hablando a miles de delegados del Encuentro Mundial de Movimientos Populares, afirmó: “Tierra, techo y trabajo. Es extraño, pero si hablo de esto, para algunos resulta que el Papa es comunista”.

El Sumo Pontífice destacó que “el amor a los pobres está en el centro del Evangelio”. Y, casi a renglón seguido, añadió: “La palabra solidaridad, que no cae bien, es un modo de hacer la historia, y eso hacen los movimientos populares”. La entusiasmada audiencia escuchó emocionada al pastor venido del fin del mundo: “Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin la dignidad que da el trabajo”.gente con carteles de monseñor Romero y la palabra justicia

Monseñor Romero fue también un pastor ejemplar en su compromiso con los pobres y en su lucha contra la injusticia. Es lo que más se suele subrayar cuando se citan pensamientos tomados de sus homilías. En una publicación anónima patrocinada por el gobierno de la época, se tuvo la osadía de llamarle Óscar Marxnulfo Romero. La alusión a Marx era una burda acusación de que el pastor era comunista.

Los ejemplos de su compromiso con los pobres y con la justicia abundan, pero, entre sus homilías, la más bella es quizá la que pronunció casi al final de su ministerio, cuando comentó, un mes antes de su martirio, por qué hablaba de la realidad nacional: “Si por necesidad del momento estoy iluminando la política de mi patria, es como pastor, es desde el Evangelio, es una luz que tiene la obligación de iluminar los caminos del país y aportar como Iglesia la contribución que como Iglesia tiene que dar” (Homilía del 17 de febrero de 1980).

Pastores con un profundo amor y admiración a Pablo VI

El cardenal Bergoglio, en la última reunión de los cardenales previa al cónclave, tuvo una intervención que, según muchos, impactó tanto a sus compañeros que decidieron darle el voto. El prelado argentino comenzó con estas palabras: “Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. ‘La dulce y confortadora alegría de evangelizar’ (Pablo VI). Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa”.

En la homilía de beatificación del papa Montini, Francisco da gracias por este hombre providencial: “Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: gracias. Gracias a nuestro querido y amado papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia”.

Para conocer el profundo aprecio de monseñor Romero por el papa Pablo VI, tenemos una fuente excepcional: su Diario. Allí, nuestro amado pastor cuenta con detalle su encuentro con el Santo Padre, quien le dijo: “Comprendo su difícil trabajo. Es un trabajo que puede ser no comprendido. Necesita tener mucha paciencia y mucha fortaleza… Luego se refirió al pueblo… Me dijo que había que ayudarlo, trabajar por él, pero jamás con odio, fomentando las violencias, sino a base de un gran amor”.

La reacción del obispo salvadoreño es conmovedora: “Yo le repetí que era precisamente la manera como yo trataba de predicar, anunciando el amor, llamando a la conversión. Le dije que muchas veces habíamos repetido su mensaje del Día de la Paz: ‘No a la violencia, sí a la paz’. Le expresé mi adhesión inquebrantable al magisterio de la Iglesia. Y que, en mis denuncias a la situación violenta del país, siempre llamaba a la conversión” (Diario, 21 de junio de 1978).

mural de monseñor Romero en un hospital de El Salvador

Conclusión: “Una Iglesia en salida” y “La Iglesia de la Pascua”

He dejado para el final el tema de cómo sueñan la Iglesia el papa Francisco y monseñor Romero. Lo he titulado: “Una Iglesia en salida” y “La Iglesia de la Pascua”. El cardenal Bergoglio, antes del cónclave, esbozó así su utopía de Iglesia: “Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (valentía) de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.

El final de su intervención fue, sin pretenderlo, una premonición, porque al hablar de cómo debía ser el nuevo Papa, se describió a sí mismo: “Un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo, ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar’”. Aquí tenemos ya, en germen, el pensamiento central de la exhortación apostólica La alegría del Evangelio.

¿Y qué podemos decir de monseñor Romero? Nuestro futuro beato soñó con hacer realidad en la sangrante realidad salvadoreña La Iglesia de la Pascua. Este es el título de su primera carta pastoral como arzobispo de San Salvador, publicada en abril de 1977; se trata de una carta programática, como lo es también la exhortación apostólica del papa Francisco.

En este importante documento, que es su presentación a la arquidiócesis, la afirmación central es que “la Iglesia no vive para sí misma, sino para llevar al mundo la verdad y la gracia de la Pascua”. “He aquí –añade monseñor Romero– la síntesis de esta carta que solo quiere presentar, a la luz de esta ‘hora pascual’, la identidad y la misión de la Iglesia y ofrecer con sinceridad su voluntad de diálogo con todos los hombres” (p. 9).

Sigue a continuación la descripción de la Iglesia que él se proponía construir en la geografía de su arquidiócesis: “Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual de la Pascua, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros y que ya se está realizando aquí el deseo que los obispos expresaron en Medellín al hablar a los jóvenes: ‘Que se presente, cada vez más nítido, en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y PASCUAL, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres’” (Juventud, n. 15; las mayúsculas son suyas).

Esa es la Iglesia que construyó en medio de indecibles sufrimientos y de profundas alegrías. Por eso, al final de este breve recorrido, parece tan natural que el cardenal Bergoglio, cuando monseñor Jesús Delgado le preguntó qué pensaba de monseñor Romero, haya respondido: “Para mí es un santo y un mártir. Si yo fuera papa, ya lo habría canonizado”.

Y así llegamos al 3 de febrero del presente año, cuando se anunció en el Vaticano que “el Santo Padre autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a que promulgue el decreto relativo al martirio del Siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero Galdámez, arzobispo de San Salvador, quien nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios (El Salvador) y fue asesinado, por odio a la fe, el 24 de marzo de 1980 en San Salvador”.

Ese día inolvidable las campanas de las iglesias fueron lanzadas al vuelo para expresar el júbilo desbordante del pueblo salvadoreño. Escena que ahora esperamos impacientes repetir el próximo 23 de mayo, fecha de la beatificación del primer santo de El Salvador.

En el nº 2.935 de Vida Nueva

 

ESPECIAL MONSEÑOR ROMERO BEATO:

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