El desafío de encarnar la paz en San Vicente del Caguán

Este año se cumplen 30 años del surgimiento del Vicariato Apostólico

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El Caquetá ha sido una región históricamente olvidada. En ella se ha manifestado de manera fuerte el conflicto armado que vive el país. Mons. Francisco Javier Múnera, Vicario Apostólico de San Vicente del Caguán, afirma que, por tal razón, existen grandes expectativas de parte de la población con relación a los acuerdos que puedan llegar a producirse en La Habana. A dichas expectativas se suman las perplejidades de la gente acerca de temas como el descalamiento, el desminado, la integración de las fuerzas revolucionarias en un movimiento político y las zonas de reserva campesina.

Si bien con la declaración de un cese unilateral se han reducido los combates y hostigamientos, “la gente quisiera ver más signos concretos”. Siguen las extorsiones de la guerrilla, siguen los impedimentos para que la población se mueva a determinadas horas y sigue la preocupación de la gente acerca del bajo índice de titulación de tierras en la región. Igualmente, las comunidades sienten que hay temas en los que se está defiendo su futuro y en los cuales no han tenido participación. Lo que se conoce del proceso queda reducido a titulares de prensa y el Gobierno no logra llegar a las bases para dar a conocer los acuerdos ni la situación de aquello que sigue en el tintero.

Amar el territorio

Señala el prelado que los procesos de colonización vividos en el Caquetá fueron escenario de una economía extractivista que dura hasta hoy y determina la vida: “primero la quina; el caucho; las especies maderables; la fauna; después llegó la ganadería extensiva, que potrerizó, tumbó monte, tumbó selva… todo ha sido en una mentalidad muy depredadora de la naturaleza”. Esta se evidencia en la afectación causada con la implantación del cultivo de la coca y el uso de los componentes químicos que lo acompañan. También en el interés de quienes promueven la explotación minera y petrolera, “que tiene un impacto enorme en la biodiversidad”.

laura5andreEl daño a las fuentes de agua llevó a que un grupo de familias de la vereda Los Alpes, pertenecientes a la parroquia San Juan del Losada, decidieran juntarse para cuidar los nacederos. Les ponen nombres, los registran en la notaría, crean conciencia ecológica en torno a ellos usando inscripciones en vallas a la vista de los demás pobladores. La iniciativa, si bien es pequeña (“una gota en medio del desierto”, al decir del padre Ricardo Tovar), se ha convertido en una experiencia emblemática apoyada por la Pastoral Social a nivel local y nacional.

El cuidado del agua es una forma de promover también el arraigo en el territorio. Una de las problemáticas de San Vicente del Caguán es que los jóvenes ya no quieren permanecer en la región. No sienten que haya un futuro para ellos más allá de trabajar en finca ajena, arreglando cercos, ordeñando; o más allá de hacerse a un puesto como obreros de las empresas petroleras o como agricultores en cultivos de pancoger. Aún peor, unirse a las filas de las Farc no ha dejado de ser un atractivo para quienes no tienen mayores opciones.

“La economía de la región, así como vamos, no fortalece ni a la misma región ni da expectativas para que los muchachos continúen allí”, señala el padre Tovar, párroco de la catedral. “Muchas personas, aunque tienen recursos, no invierten aquí porque al momento de que usted ha invertido y el negocio ha tomado un poquito de fuerza inmediatamente lo están vacunando. Entonces muchos invierten en Cali, en Medellín, en Popayán, en Neiva, en ciudades grandes, pero en San Vicente poco se invierte”.

Nuevos horizontes

El Vicario Apostólico comparte que el trabajo más grande que como Iglesia están promoviendo se orienta a ofrecer oportunidades educativas a los jóvenes, para que encuentren nuevos horizontes sin abandonar su tierra. Al desafío se enfrentan promoviendo obras educativas como la Aldea Emaús o la Ciudadela Juvenil Amazónica Don Bosco. Esta última ha sido transformada en un instituto para el mundo del trabajo que busca implicar a los jóvenes y comprometerlos con su región, poniendo a disposición de ellos diversidad de herramientas académicas, técnicas y tecnológicas.

“Muchos de nuestros jóvenes campesinos, la única alternativa que tuvieron, años atrás, fue la coca o hacer parte de todo este juego de la guerra y del conflicto armado enrutándose en las fuerzas institucionales del Estado o haciendo parte de la guerrilla”. Con las obras educativas se pretende plantearles alternativas significativas y pertinentes: “ese es uno de los puntos más difíciles, porque todavía en el imaginario de nuestros jóvenes está la conciencia de educarse para salir”, reconoce Mons. Múnera. 

El Vicariato cumplirá 30 años en diciembre. Como Iglesia local se sigue trabajando en profundizar las orientaciones de Aparecida respecto de la misión continental; de igual modo, en la consolidación de la jurisdicción como diócesis y en la formulación de un nuevo plan de pastoral, que indique el derrotero a seguir. Si bien a veces hay pesimismo debido a la ausencia de mayores hechos concretos que materialicen las apuestas de La Habana en el Caquetá, la Iglesia promueve que la gente crea en el proceso. “Eso implica estar más con las comunidades y, de igual manera, un discurso que sea bastante prudente, porque no se trata de crear discusiones con la guerrilla ni de crear desánimos a la gente sobre lo que se está viviendo en Cuba”, apunta el padre Tovar.

El cuidado del agua es una forma de promover también el arraigo en el territorio

El cuidado del agua es una forma de promover también el arraigo en el territorio

En la vera del camino

La experiencia que el Vicariato adelanta junto a la gente de San Vicente ha hecho que profundice en la práctica las exigencias planteadas por el papa Francisco respecto de una Iglesia misionera, en salida y, fundamentalmente, de puertas abiertas. Según Mons. Múnera, el llamado que enfrentan en Caquetá es ser, además, “una Iglesia samaritana, porque la realidad es de muchas personas, familias y comunidades heridas en lo más profundo de su ser”. De lo que se trata, entonces, es de acoger a todas las personas y a todos los grupos humanos que están siendo tratados como excluidos en las veras de los caminos o en todas las realidades de discriminación. La inequidad regional se convierte, así, en un escenario pastoral que no solo invita a transformar las mentalidades sino los estilos de trabajo misionero.

Texto: Miguel Estupiñán

Fotos: VNC, laura5andre, Carmela María

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