Renovar la esperanza

Cada inicio de un año es una invitación a renovar la esperanza a pesar de todo. Perder la esperanza es tan grave, que no tiene sentido vivir sin ella, si queremos mantener la alegría de existir. No es posible vivir alegremente si no tenemos esperanza en que lo que hemos vivido, lo que hemos sufrido o padecido, puede ser superado y experimentado al calor de mejores días.

No podemos eludir que las medidas económicas que se toman en nuestro país, las reformas fiscales y las políticas de la banca y los organismos financieros, siguen estrangulándonos con furia. El cuatro por mil, por ejemplo, es una vergüenza consentida que ahora se traslada para ser suprimido cuando ya, muchos y muchas, no estemos en este mundo de luchas. Pero ello no puede aniquilar nuestra esperanza en la posibilidad de saber defendernos y salir adelante, a pesar y en contra de estos poderes y fuerzas.

La simbólica del alma indígena y la memoria ancestral del genio afro, son dos componentes del modo de ser mestizo, latinoamericano y caribeño, que nos ayudan a asumir de otra manera los atafagos de la vida: seguimos cantando, soñando y esperando días mejores, no importa lo que venga y siga viniendo. ¿Alienación? No lo sé. Solo sé que es mucho más dramático y trágico vivir en la amargura de sentirnos vencidos y vencidas por tantos poderes de la muerte y la desilución.

Avanzar en la esperanza de un país mejor, por los diálogos que produzcan la anhelada paz y en procesos difíciles pero eficaces de reconciliación y perdón, puede sostenernos con la esperanza firme de días mejores que los actuales y así permanecer en alegría. Con Pablo de Tarzo me digo y te digo: “la esperanza no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Romanos 5,5).

Ignacio Madera Vargas, SDS

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