Más Francisco que nunca en Tacloban

El Papa, amenazado por una tormenta, revive junto a los fieles la devastación del Haiyan

ANTONIO PELAYO, enviado especial a MANILA | Todos sabíamos que la del sábado 17 de enero iba a ser una de las jornadas más emotivas de este viaje. Estaba previsto que el Papa visitase la ciudad de Tacloban, en la isla de Leyte, donde el 8 de noviembre del 2013 Haiyan –el tifón más violento en la historia moderna de la metereología– provocó un apocalipsis con millares de muertos y decenas de miles de casas destruidas.

Ya desde días antes se supo que una tormenta tropical (Amang o Mekkahala, según la terminología internacional) amenazaba la zona. Esto no impidió que más de doscientas mil personas, según las fuentes oficiales, se desplazasen, con muchas horas de antelación, hasta el aeropuerto Daniel Z. Romuáldez para asistir a la misa que el Papa iba a celebrar en una zona colindante. Como las noticias climáticas eran preocupantes, el avión papal, bastante zarandeado durante el viaje, aterrizó media hora antes. A pesar de la lluvia incesante y de un viento impetuoso, Francisco no renunció a un breve recorrido entre la multitud, a la que se había distribuido un poncho de plástico amarillo para protegerse de la inclemencia. Bergoglio subió al altar revestido de los paramentos litúrgicos cubiertos por un chubasquero idéntico al de todos los fieles. Lo mismo hicieron los cardenales y obispos concelebrantes. Una imagen inédita en los anales del ceremonial pontificio. Llegado el momento de la homilía, el Santo Padre, emocionado, se lanzó a improvisar una homilía en español, traducida al inglés. “Cuando, hace once meses, vi en el Vaticano las imágenes de la catástrofe –confesó–, sentí que tenía que estar aquí y esos días decidí hacer este viaje. Quise venir para estar con vosotros; he llegado un poco tarde, pero estoy aquí”. “Muchos de vosotros –continuó­– han perdido todo: familias, casas, propiedades. Pero el Señor , que pasó antes por todas las calamidades que vosotros habéis pasado, es capaz de llorar con nosotros, de acompañarnos en los momentos más difíciles de la vida. Yo les acompaño con mi corazón en silencio. No tengo palabras… Él nos dejó a su Madre; en los momentos en que queremos rebelarnos, tenemos que agarrar su mano maternal y decir como los niños cuando tienen miedo: ¡Mamá!. Esa es la única palabra en los momentos de miedo”. Al final de la Eucaristía, dijo a los fieles que le escuchaban (muchos con las lágrimas en los ojos y en las mejillas: “No estáis solos. También tenéis a muchos hermanos que, en los momentos de la catástrofe, vinieron a ayudaros. Perdonadme si no tengo otras palabras, pero tened la seguridad de que el Señor no nos defrauda nunca y que la ternura de nuestra Madre no nos abandona nunca. ¡Sigamos adelante!”. El programa previsto sufrió cortes drásticos, suprimiéndose algunos actos como la inauguración de un centro de acogida para los pobres. Ya en la catedral de Palo, donde se habían reunido los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas de las zonas siniestradas, Francisco anunció que se veía obligado a anticipar su regreso a Manila. “Siento una gran tristeza –les dijo– al comunicaros esta noticia, pero los pilotos insisten en que es necesario volver a Manila antes de que la tormenta nos impida volar”. Ante la consternación que reflejaban los rostros de todos los presentes, quiso infundirles ánimos: “Pidan por mi y, por favor, estén tranquilos”. A la una del mediodía, el avión de la Philipines Airlines despegó bajo fuertes ráfagas de viento y lluvia. Poco después, otro avión con algunas personalidades gubernamentales, se accidentó en la pista de despegue. Los tripulantes y los viajeros no sufrieron daños importantes, pero Cristel, una joven filipina de 27 años, murió al ser aplastada por una de las torretas de la megafonía. En una rueda de prensa celebrada ya en la capital filipina, el cardenal Antonio Tagle, casi entre lágrimas, pidió oraciones por ella y aseguró que al Papa le había impresionado la noticia.

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